Confiados versus recatados

A nivel latinoamericano, el Edelman Trust Barometer constató este 2024 que un 76% desconfía de sus líderes gubernamentales y un 69% de los empresariales

Gabriel Boric presidente de Chile, encabeza un Comité Político Ampliado en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo. El 30 de octubre 2024.Presidencia de Chile

Hay quienes dicen que la desconfianza es norma porque es la aproximación más rentable en términos evolutivos, por aquello de que más mueren los confiados que los recatados. También hay quienes sostienen que la confianza es como la vida o la virginidad: que una vez perdida no se recupera. Como sea, lo cierto es que, sin entrar en el plano de las relaciones interpersonales o familiares, a nivel social la desconfianza es el signo de los tiempos y que este estado de cosas no es nada bueno.

Evidencia de aquello hay y abundante. A nivel global, el Edelman Trust Barometer constató este 2024 que un 63% de las personas consultadas desconfía de los líderes de gobierno y que un 61% no confía en los líderes empresariales. Asimismo, al hacer un zoom latinoamericano, el mismo estudio reveló que un 76% desconfía de sus líderes gubernamentales y un 69%, de los líderes empresariales. ¿Qué quiere decir esto a nivel de vida en sociedad? Que una amplia mayoría de las personas a nivel mundial, regional y local cree que sus líderes políticos y de negocios intentan engañarlos consistentemente y a propósito.

En Chile, diversos estudios de opinión pública han hecho un diagnóstico similar, dando cuenta de un tejido social debilitado en términos de confianza en las instituciones. Las encuestas CEP (Centro de Estudios Públicos) y Bicentenario, así como una serie de estudios de mayor periodicidad y otros más ocasionales, como el que desde 2021 realiza la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), alimentan el mismo titular de prensa, a saber, que vivimos una extensa y profunda crisis de confianza. Ello, pese a que entidades de similar solvencia técnica nacional e internacional destacan que en Chile las instituciones democráticas y económicas son especialmente robustas.

Un reciente estudio, de octubre pasado (el Mapa de Reputación Corporativa Sectorial, efectuado por Voxkom y Thinking Heads, junto al Panel Ciudadano de la UDD, en el cual quien suscribe esta columna participó en su diseño y aplicación), mostró una situación similar, constatando por ejemplo que la confianza en el Parlamento chileno es de solo 1% y que la desconfianza está desatada para los casos del Poder Legislativo (79%), el Poder Judicial (75%) y las AFP (72%). ¿Quiénes sacan la cara por las instituciones en Chile? Las universidades públicas y el Banco Central de Chile, con niveles de confianza del 28% y 22%.

El cuadro descrito no solo es desalentador en términos globales, sino que también, como confirmó este reciente estudio, muy sensible a la contingencia, como apreció con la percepción ciudadana del Poder Judicial o la valoración emocional de algunos sectores de actividad, donde si bien la reputación media de 12 rubros analizados se mantuvo por poco en niveles moderados, hay dos donde la situación es derechamente de cuidado: las AFP y las empresas de energía.

Las AFP, es duro decirlo, se anotaron como las peor valoradas emocionalmente y en todas las dimensiones racionales analizadas (ética, gestión, medioambiente, oferta, social y tecnología), liderando en solitario lo que se podría calificar de hall of shame. Años de No + AFP y de debates políticos de reformas que pasan en banda sin resultados han hecho lo suyo sobre la percepción sectorial, aunque también deben ser parte de las causas de esta baja valoración, las pensiones a las que están optando y podrán optar las personas con la realidad del mercado laboral y el nivel de cotizaciones vigentes en Chile.

En el hall de entrada de este poco deseable club de descrédito quedaron este año las empresas de energía, cuya reputación corporativa cayó drásticamente 17,4 puntos respecto de la medición previa de fines de 2021, desplome fácilmente explicable por la seguidilla de malas noticias que se han dado en torno a esta actividad, como la no provisión de servicios y de respuestas durante la crisis gatillada por los últimos eventos climáticos extremos, así como las sucesivas alzas de tarifas implementadas este año, lo que ha producido una disonancia cognitiva y una consecuente indignación.

En el salón de la fama de la buena reputación sectorial, mientras tanto, se ubicaron las aerolíneas (con 68,8) y el sector automotor (68,1), es decir, con valoraciones muy cercanas a niveles que la metodología califica de fuertes, sobre 70 puntos.

Este escenario de desconfianza en las instituciones políticas y de desamor hacia algunas empresas genera preguntas sustantivas, como, por ejemplo, por qué ocurre algo así en un país donde creemos tener buenas instituciones y mercados competitivos. ¿No será que no basta tener lo que se cree es o comparativamente parece ser un buen diseño institucional para generar confianzas? ¿No será que eso es insuficiente si no se hace el ejercicio periódico de revisitar su funcionamiento y evaluar a quienes lideran esas instituciones?

Y en el caso de los sectores o rubros empresariales, ¿no será que estos resultados reputacionales revelan una realidad significativa en cuanto a la capacidad de generar afectos ciudadanos entre actividades altamente competitivas e innovadoras como las aerolíneas y automotoras versus empresas reguladas y con mercados relativamente cautivos como las firmas de distribución eléctrica y las AFP?

Si las respuestas a estas preguntas pasan por qué es necesario mejorar la regulación y la supervisión institucional, por evaluar a quienes lideran las instituciones y por promover la competencia en los mercados, quizás tenemos una buena oportunidad para mejorar los niveles de confianza con que opera la sociedad.


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