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Chile
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Huachipato y el frío negocio de ser campeón

Apenas un día después de haber coronado al club, los accionistas controladores lo pusieron a la venta, ratificando que los nuevos tiempos no suponen cariño ni lealtad

Jugadores de Huachipato
Los jugadores de Huachipato festejan el título de liga, el pasado 8 de diciembre en Talcahuano (Chile).ESTEBAN PAREDES DRAKE (EFE)

Un día después de haber conseguido el título de campeón del fútbol chileno en un electrizante final, los controladores del club Huachipato —representante de la ciudad de Talcahuano, en la Región del Biobío— comunicaron que estaba a la venta. Por medio de una declaración pública, Marcelo Ambrosio, Victoriano Cerda y Marcelo Pesce notificaban que “ha llegado la hora de ceder el paso a un nuevo proceso con nuevos bríos, ideas y, sobre todo, nuevas energías. Es por ello que hoy abrimos las puertas para salir de la propiedad y gestión del club”.

Señal de los nuevos tiempos en el fútbol chileno, la institución corona una era en que las sociedades anónimas deportivas han sido utilizadas para crear una industria generadora de recursos en torno a la actividad. En rigor, el primer campeón con esa fórmula fue O”Higgins de Rancagua, pero su propietario es Ricardo Abumohor, un dirigente asociado a una familia de viejo cuño en la historia del balompié nacional, lejos del perfil del nuevo inversionista, en su gran mayoría sin raíces en la tradición del juego.

El Huachipato fue fundado en 1947 por los empleados de la Compañía de Aceros del Pacífico, bajo el amparo de la naciente Corporación de Fomento creada por el gobierno radical de Pedro Aguirre Cerda. La intención era aportar al desarrollo del país, que requería acero para la construcción de la infraestructura en un momento clave de la expansión industrial.

Como muchas otras empresas, sufrió un proceso de privatización durante la dictadura y en 1981 la fundición pasó a llevar el nombre del lugar, Huachipato, proveniente de una voz mapuche que significa trampa para cazar aves. El 2015 fue el turno del club deportivo, que dejó de estar bajo la tuición de la compañía, para ser controlada por accionistas sin vinculación afectiva ni con la zona, ni con la empresa, ni con la historia.

Este año ha sido particularmente complejo para los hinchas, en su mayoría aún trabajadores de la siderúrgica, que ha enfrentado problemas financieros ante la competencia del acero chino, fuertemente subvencionado. Es por eso que acudieron al gobierno para solicitar ayudas especiales que eviten la quiebra, que afectaría de manera directa o indirecta a veinte mil personas.

En los años de la sociedad anónima el club ha pasado más zozobras que alegrías. Los dos títulos conseguidos en 1974 y el 2012, bajo el alero de la compañía, contrastaron con los últimos dos años, en que debió batallar, en cancha y secretaría, contra el riesgo de perder la categoría. La gestión deportiva estuvo vinculada al empresario más influyente del medio, Fernando Felicevich, quien transfirió a los mejores jugadores para reemplazarlos por promesas jóvenes que cristalizaron esta temporada con el técnico argentino Gustavo Álvarez.

Ahora, disfrutando del éxito y de una tercera clasificación a Copa Libertadores, el anuncio de la partida de los accionistas no sorprende demasiado. El club tiene su mejor valor histórico, el grupo controlador ha estado vinculado a otras instituciones más populares —la Universidad de Chile— y los clubes chilenos que ganan participación internacional suelen desmoronarse en el plano interno por la falta de plantel suficiente para encarar dos competencias paralelas.

En el negocio que imponen las actuales reglas, lo sensato es buscar otros equipos donde desarrollar las políticas que esta vez, en un torneo irregular y con el fracaso de los equipos más populares, consiguieron coronar. No es falta de cariño. Es, sencillamente, lo que impone el modelo actual.

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