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Protestas en Francia
Tribuna
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Lecciones de París

En París, en una semana el Estado logró desactivar los focos de mayor violencia, lo que en Chile tomó cuatro meses y solo se detuvo gracias a la pandemia. En Francia ayudó el Esquema Nacional de Intervención, que coordina a las distintas fuerzas de seguridad con un contingente muy superior al chileno

Un ciudadano echa agua a un contenedor en llamas, durante las protestas en París (Francia), el 30 de junio.
Un ciudadano echa agua a un contenedor en llamas, durante las protestas en París (Francia), el 30 de junio.JUAN MEDINA (REUTERS)

Nadie sabe con certeza si el estallido social de Chile fue planificado o respondió a una suma de sucesos aislados, pero está claro es que quien haya prendido la mecha, encontró pasto seco para propagarla. Los disturbios de Francia tuvieron el mismo combustible: millones de personas que viven en una ciudad segregada, que no se siente parte de los avances de la nación. Una periferia invisible para las elites, lo que impide ver sus detonaciones previas.

Quizás por esta invisibilidad, los hechos escalan de forma inesperada a partir de acciones puntuales. En Chile fue el anuncio del alza en el pasaje del transporte público, seguido por evasiones masivas que terminaron con los ataques a las estaciones de Metro en comunas populares como Pudahuel, San Ramón o La Granja.

En París los disturbios partieron luego que un policía matara a un joven de origen argelino 17 años que evadió un control de tráfico. El hecho ocurrió en Nanterre, un barrio de bajos ingresos cercano a las zonas más ricas, y quizás por ello, las protestas masivas se activan al otro lado de París, donde están los barrios más segregados. Uno de ellos fue Clichy-sous-Bois, el mismo donde se iniciaron los disturbios de 2005, también por la muerte de un joven en manos de la policía. Luego se prendieron Aulnay, Bobigny, Sevran y Neully-Sur-Marne, y entonces se producen los saqueos en el París turístico y el contagio hacia otras ciudades y regiones.

Las diferencias entre Francia y Chile se observan en el manejo de la crisis y la comprensión de los factores que la explican. En París, en una semana el Estado logró desactivar los focos de mayor violencia, lo que en Chile tomó cuatro meses y solo se detuvo gracias a la pandemia. En Francia ayudó el Esquema Nacional de Intervención, que coordina a las distintas fuerzas de seguridad con un contingente muy superior al chileno.

Las brigadas RAID tienen un entrenamiento especial en situaciones de crisis, con una capacidad de despliegue rápido que logra contener desórdenes antes que se propaguen. Los oficiales de la primera línea usan bastones y escudos pero nunca armas, para evitar heridas graves que aumenten la rabia y sumen más personas a los disturbios, algo que le cuesta entender a los cabeza caliente que piensan que la solución es repartir balazos.

En Chile las fuerzas especiales de Carabineros son muy pocas en relación a Francia. No se encuentran coordinadas con otras agencias de seguridad y, durante el estallido, se desplegaron en el centro metropolitano, dejando las periferias a cargo de policías tradicionales sin preparación, que terminaron recluidos en sus cuarteles dejando amplias zonas de la capital chilena sin control alguno.

Otra gran diferencia entre París y Santiago fue la actitud de los políticos franceses. Criticaron duramente a Macron, pero salvo excepciones, nunca pusieron en duda su continuidad como presidente. Tampoco usaron la fuerza de la calle para imponer sus agendas políticas, como ocurrió en Chile con el Frente Amplio y el Partido Comunista, que hoy deben lidiar con el monstruo que crearon.

Con ese respaldo institucional, y mucha cabeza fría, Macron tuvo tiempo para abordar la emergencia, pero también para entender los problemas sociales que explicaban la furia y como se podían resolver con políticas públicas. En Chile estamos muy lejos de ello. Primero, porque la comprensión del fenómeno se mueve entre dos extremos: para la derecha es un golpe insurreccional y para la izquierda un alzamiento popular. En un caso minimizan el malestar social y en otro las patologías criminales.

Luego todas las fichas se pusieron en un proceso constituyente de alcance limitado y efectos en el largo plazo. En Francia a nadie se le pasó por la cabeza cambiar la Constitución. El presidente Macron, impactado por la corta edad de los manifestantes, ha anunciado un plan focalizado en mejorar la educación, llevando servicios que abran oportunidades para los jóvenes, como lo hizo con el Plan de Marsella.

Los franceses reconocen que tienen una deuda con los habitantes que viven en las periferias, pero saben que hay grupos delictuales y radicales que se aprovechan de esa vulnerabilidad para atacar su forma de vida. El Esquema Nacional de Intervención existe para desactivar cientos de atentados terroristas por año, mediante un sofisticado sistema denominado Vigipirate que monitorea señales tempranas para desplegar fuerzas que prevengan estos ataques.

En Chile no tenemos nada parecido. Tampoco hemos entendido que con una ciudad segregada e invisible, siempre se acumulará rabia que terminará reventando. Nuestros políticos deben abandonar la idealización de esa violencia y la simplificación del desafío de la seguridad, pensando que solo se resuelve con más policía. Por cierto que ese paso es indispensable, con equipos de elite como los RAID, pero también es clave que el Estado retome presencia en los barrios donde viven los jóvenes que se sienten marginados, con inversiones y programas sociales que abran horizontes y sentido de pertenencia a una misma nación.

Sin esta aproximación será imposible que en Chile contengamos disturbios de propagación rápida, agravados por el crecimiento del crimen organizado. Además, es muy probable que en el próximo estallido participen los hijos chilenos de padres haitianos o colombianos que crecieron en los guetos de Quilicura o San Bernardo y que sienten que Chile nunca ha sido su país, tal como ocurrió en Francia.

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