La política de la presencia
A veces da la sensación que nos encontramos rodeados de extraterrestres, percibimos su presencia, pero no la entendemos, tampoco la dimensionamos. Este es un dilema muy delicado, que trasciende a las ciencias sociales
Tras el aplastante resultado alcanzado por los republicanos chilenos (nueva derecha radical) en la elección de consejeros constitucionales el 7 de mayo pasado (35,41% de los votos, superando a la derecha tradicional que solo obtuvo el 21,07% de los sufragios), estamos asistiendo a un festival de explicaciones: que el voto evangélico se plegó masivamente a favor de los candidatos del Partido Republicano, que los jóvenes de las comunas populares vieron en ellos una alternativa, que la tercera edad asustada por la delincuencia apoyó una oferta de seguridad y orden, y un largo etcétera. Es increíble que académicos e investigadores de las ciencias sociales incurran en este carnaval interpretativo, sin solicitar ningún solo dato empírico (más allá de encuestas de último minuto marcadas por la urgencia de publicar el dato para fines publicitarios). Dicho de otro modo: las ciencias sociales y algunos de sus cultores de corto plazo, ávidos de generar efectos inmediatistas, decidieron participar en un festival en el que gana es quien ofrece la explicación más osada, sin resentir necesidad alguna de plegarse a la verificación empírica y al consenso otorgado por los pares.
Para que este bochorno de las ciencias sociales fuese posible, se requirió de una decisión institucional: pasar del voto voluntario vigente desde 2012 al voto obligatorio, el que fuese ensayado 10 años después en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 (en el que fue rechazada la propuesta de nueva Constitución por el 62% de los votantes), y que se replicó el 7 de mayo pasado con un voto masivamente favorable a la nueva derecha. ¿Resultado? Un verdadero shock político de todo el espectro de partidos, secundado por un shock de las élites intelectuales chilenas que fueron incapaces de adelantar no un resultado, sino una tendencia y su composición interna. Si bien el panel ELSOC que es impulsado por el centro COES desde hace 10 años (sexta medición, un estudio que interroga a las mismas personas a lo largo del tiempo, a partir de una muestra de casi 3 mil individuos) ya revelaba que los nuevos electores que ingresaban a sufragar bajo reglas obligatorias eran menos politizados, más conservadores que los votantes habituales, más expuestos a los problemas derivados de la inmigración, menos proclives a apoyar el régimen democrático y más inestables en su posicionamiento en el eje derecha-izquierda, éste no logró dimensionar la magnitud del voto anti-establishment que, suponemos, fue capitalizado por la nueva derecha radical. Esto revela una verdadera crisis de los instrumentos de las ciencias sociales, incapaces de predecir un resultado (lo sabíamos, no es algo que sea exigible a estas ciencias), pero tampoco de dimensionar la magnitud de una corriente electoral probable y, sobre todo, verosímil (que es lo que pueden captar los estudios más cualitativos sobre actitudes y significados, lo que tampoco ocurrió).
Pues bien, el mundo político desconcertado por los resultados electorales se encuentra expuesto a lo que dicen los cientistas sociales, quienes, solicitados por los medios de comunicación, han arriesgado explicaciones, descripciones e interpretaciones sin tener a la vista datos algo más precisos que los resultados desagregados a nivel regional o comunal de elecciones ganadas por los republicanos.
El gran problema es que en todas estas especulaciones hay un enigma. ¿Qué es lo que los cientistas sociales y sus instrumentos no estamos viendo (me incluyo en la perplejidad compartida) de este vasto mundo de electores que entró a votar con el voto obligatorio en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022 y continuó haciéndolo el 7 de mayo de 2023? A veces da la sensación que nos encontramos rodeados de extraterrestres, percibimos su presencia, pero no la entendemos, tampoco la dimensionamos. Este es un dilema muy delicado, que trasciende a las ciencias sociales, por varias razones:
1. En primer lugar, porque de lo que estamos hablamos es de personas comunes y corrientes que no logramos captar con precisión a través de los instrumentos de las ciencias sociales;
2. En segundo lugar, porque se trata de un problema empírico que se mide a escala de millones de personas, y no en anécdotas casuales (en donde el taxista o el vendedor de barrio revelan, en su escala de pertinencia, las razones de su malestar y sus intereses);
3. En tercer lugar, porque de haber habido voto obligatorio, Gabriel Boric no hubiese ganado la elección presidencial en 2022 (lo que no pone en absoluto en cuestión la legitimidad de su mandato, dado que este se generó bajo otras reglas);
4. En cuarto lugar, porque lo que el voto obligatorio está revelando es una enorme desconexión entre las izquierdas particularistas (el Frente Amplio que se dirige predominantemente a los grupos minoritarios de la sociedad chilena), lo que contrasta con las izquierdas clásicas (socialista y comunista) que siguen buscando universales a los cuales aferrarse (resultado: un aproximado empate electoral).
Mientras las ciencias sociales sigan detectando una presencia sin precisar sus características, seguiremos en una política de partidos que actúa a tientas, sin mapa ni brújula, exceptuando el Partido Republicano, cuyo líder, José Antonio Kast, percibió la presencia de otro mundo cuando confesó su sorpresa de haber sido derrotado por Gabriel Boric con tanta amplitud (en un régimen de voto voluntario).
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