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La familia Becerra da el relevo a los Luarte en el faro del fin del mundo

El farero saliente de Isla Cabo y el entrante, ambos militares chilenos, intercambian consejos sobre vivir con esposa e hijos durante un año aislados en el extremo sur de América con vientos de 300 kilómetros por hora

El sargento primero Jorge Becerra (derecha), que como farero lleva todo el año con su esposa y sus cuatro hijos en Isla Cabo, recibe a su sustituto, el sargento segundo José Luarte.
El sargento primero Jorge Becerra (derecha), que como farero lleva todo el año con su esposa y sus cuatro hijos en Isla Cabo, recibe a su sustituto, el sargento segundo José Luarte.Cristian Soto Quiroz
Rocío Montes

Al sur del estrecho de Magallanes y del canal Beagle, cuando se funden las aguas del océano Pacífico y el Atlántico y desaparece el continente, emerge una isla descubierta hace 406 años de difícil acceso, donde por un año reside una familia chilena que vive en casi total aislamiento y soledad. Es la familia de un representante de la Armada de Chile que aprenderá a subsistir en condiciones extremas, arropada por los furiosos mares que en esta época apenas dejan arribar al pequeño muelle de este peñón remoto del sur del mundo. Bajo esta realidad meteorológica, con vientos constantes de 20 a 30 nudos, olas que pueden superar los seis metros y sin señal de celular, la Armada tiene dos faros en Isla Cabo. En los primeros días de diciembre, en la residencia construida por la institución militar coincidían la familia que en breve se retira de la isla —la del sargento primero Jorge Becerra, de 44 años, casado y con cuatro hijos— y la que recién está llegando a este lugar y conociendo sus rincones, encantos y peligros: la del sargento segundo José Luarte, de 38 años, que arriba con su esposa y sus dos pequeños.

Parque Nacional Cabo de Hornos, Región de Magallanes.
Turistas que llegan cada 2 días, desembarcan de un bote Zódiac para recorrer las aguas del parque Cabo de Hornos. Cristian Soto Quiroz

El primero le ha dado un consejo clave al segundo, que se transmite año a año al que llega: “Siempre hay que pensar que muchas familias han podido terminar exitosamente la misión de un año en Isla Cabo, pese a las dificultades”.

A veces llegan cruceros, como el Australis, que recorre por cinco días y cuatro noches los canales del sur del mundo, desde la chilena Punta Arenas hasta la argentina Ushuaia o desde Ushuaia a Punta Arenas. Los turistas son de las pocas visitas que la isla recibe a lo largo del año, porque a este punto del mundo no solo se puede llegar con las ganas. El viento, la lluvia y las olas –que mueven fuerte los zodiac que intentan arribar desde las embarcaciones– no permiten que los visitantes se queden por mucho tiempo en esta isla. De 425 metros de altura, para llegar a sus instalaciones –un monumento, los faros, la casa de los representantes de la Armada y una iglesia– se necesita subir una empinada escalera, desde donde resulta posible observar la inmensidad del turbulento Paso Drake.

Es casi de madrugada todavía del jueves 1º de diciembre y las esposas y los hijos de los sargentos Becerra y Luarte duermen. A veces el viento no deja conciliar el sueño o despierta a medianoche. “Es acogedora la casa. En este lugar se pasa la mayor parte del tiempo en el transcurso del año”, explica Becerra, que nació y creció en el extremo norte de Chile, Antofagasta, una zona marcada, contrariamente, por el calor desértico de Atacama. “Es una experiencia familiar bonita, porque podemos estar juntos. Pero, al mismo tiempo, ha sido fuerte: en julio, en pleno invierno, el viento llegó a los 160 nudos, es decir, casi 300 kilómetros por hora”, relata el infante de marina que, pese a las dificultades, postuló para seguir trabajando el próximo año desde otra isla austral, Isla Nueva, al final del canal Beagle.

Parque Nacional Cabo de Hornos
Vista general de la Isla.Cristian Soto Quiroz

Becerra –con hijos de nueve, siete y mellizos de cinco años– cuenta que no tuvieron ninguna emergencia médica, pero, en el caso de tenerla, un helicóptero o un buque puede evacuar: “Todo dependería de la urgencia”, dice el sargento primero, porque un buque tarda seis horas en llegar desde la capital de Cabo de Hornos, la ciudad de Puerto Williams. No hay acceso a celular, pero sí a Internet. Solo una vez en el año la familia –con excepción de él– salió de la isla. Fue en octubre, porque la madre llevó a los niños a rendir los exámenes libres: ella hizo de profesora de sus hijos en este curso 2022.

En enero se cumplirán 30 años desde que la Tercera Zona Naval instaló en este lugar una Alcaldía de Mar, que tiene misiones diferentes: proteger la navegación de aventureros, marinos, turistas y tripulantes “que llegan hasta estas aguas para encontrar lo que alguna vez llamaron tierra prometida”, aseguran en la Armada. Entre sus ocupaciones está realizar un seguimiento meteorológico cada tres horas diariamente, el control y ayuda del tráfico marítimo –las embarcaciones que van del Pacífico al Atlántico, del Atlántico al Pacífico, a la Antártica– y, en general, el resguardo de la vida humana en estas zonas. El primer reporte del clima se realiza a las tres de la mañana. A estas funciones se agregan todos los imprevistos necesarios para mantener funcionando la alcaldía. “Me preocupa que falle el generador, porque es el corazón de la alcaldía”, dice el recién llegado.

Luarte, que llega a Isla Cabo y permanecerá en este lugar hasta noviembre o diciembre de 2023, explica las razones para haber postulado a este destino: “Tener una experiencia diferente. En este lugar, uno vive todo el día con la familia, pero en los trabajos, en general, se trabaja largas jornadas y ellos quedan abandonados. En este lugar estamos abandonados todos, pero todos juntos. Es la diferencia”, dice un poco en broma el sargento segundo, con dos hijos de 12 y cinco años. “Ellos están contentos, ya se adaptaron. Estos días hemos tenido rachas de 125 nudos y no se han asustado. Seguramente porque vivíamos en el sur de Chile, en la Araucanía, que tiene un clima similar en el invierno”, relata Luarte. Su antecesor lo complementa: “Nuestra mayor motivación está en representar a nuestro país haciendo soberanía en el último lugar del mundo y, encima, representarlo con nuestra familia. Es un orgullo tremendo representar aquí a cada uno de los chilenos”, asegura Becerra.

 El Sargento Primero, Jorge Becerra y Sargento Segundo, José Luarte.
El Sargento Primero, Jorge Becerra y Sargento Segundo, José Luarte. Cristian Soto Quiroz

En estas fechas, verano, los días son muy largos. En invierno, la luz natural dura como mucho unas ocho horas. Los alimentos y otros productos imprescindibles, además de combustible, llegan cada dos meses en un buque de la Armada. A veces, dependiendo del clima, pueden tardarse más, por lo que siempre hay que estar preparados para hacer durar los enseres. La fruta y la verdura son escasas y les llega congelada. Como se trata de un parque nacional, ni siquiera si las condiciones del clima lo permitieran se podrían plantar árboles frutales o tener un huerto. No se ven animales, pero sí muchas aves: pingüinos, carachos, cóndores… Son los únicos vecinos de la familia chilena que, en un año, apenas tendrá algunos días de pleno sol, que tendrá que pasar semanas enteras dentro de la casa en los peores días del invierno y soportar temporales de hasta 36 horas. Y el viento, que mueve la casa constantemente como si se estuviera en un temblor de unos cinco grados. De ocurrir cualquier urgencia, e cualquier caso, siempre está uno de los faros, a pocos metros de la vivienda. De fierro y empotrado entre las rocas, iluminará cada noche el mar salvaje del fin del mundo, en los territorios más vírgenes del planeta.

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.

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