Que no sea nada lo del esguince

Era el consejo que daba a los recién llegados: Madrid había que pasearla mirando hacia arriba. Ya no

La Gran Vía de Madrid, vista desde lo alto de uno de sus edificios.VÍCTOR SAINZ

Madrid había que pasearla mirando hacia arriba. Ya no. Era mi norma y, a la vez, el consejo que les daba a los recién llegados para que la gran ciudad no les pareciera hostil. Basta ya, les decía (ya no), de salir del portal mirando al suelo y con el tiempo justo para llegar a cualquier parte. En la Gran Vía os perdéis fachadas preciosas e imponentes esculturas que se recortan sobre el cielo madrileño. “Levantad la vista”, les decía. Ya no.

Si atravesáis la plaza del Rey, mirad el monumento y leed la cínica leyenda que dice “El Ejército español a uno de sus héroes del 2 de mayo”. Se pre...

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Madrid había que pasearla mirando hacia arriba. Ya no. Era mi norma y, a la vez, el consejo que les daba a los recién llegados para que la gran ciudad no les pareciera hostil. Basta ya, les decía (ya no), de salir del portal mirando al suelo y con el tiempo justo para llegar a cualquier parte. En la Gran Vía os perdéis fachadas preciosas e imponentes esculturas que se recortan sobre el cielo madrileño. “Levantad la vista”, les decía. Ya no.

Si atravesáis la plaza del Rey, mirad el monumento y leed la cínica leyenda que dice “El Ejército español a uno de sus héroes del 2 de mayo”. Se preguntará con retranca el homenajeado, el teniente Ruiz, dónde estaba el glorioso Ejército español cuando él y sus dos colegas Daoíz y Velarde lo necesitaron. Tampoco se me ocurre sugerirle a nadie que despegue la vista del suelo cuando llegue a la Carrera de San Jerónimo, casi esquina con Ventura de la Vega, para descubrir una azulejería que nos cuenta que ahí, justo ahí, en ese lugar donde se encontraba el desaparecido hotel Rusia, se realizó la primera proyección de cine de España. Ahí, justo ahí, el día de San Isidro de 1896 se instaló un artilugio que la prensa llamó “la maravilla del siglo”, inventado por unos tal Lumière, que proyectó La llegada de un tren a la estación

Me gustaba sugerir (ya no lo hago) a visitantes y madrileños que barrieran con la vista las fachadas para descubrir esas placas en altura que, como la del callejón del Gato, nos recuerda que los espejos cóncavos y convexos que había en la entrada de la antigua ferretería que allí hubo inspiraron el esperpento a Valle Inclán.

Mi consejo ahora es que no despeguen la vista de la acera. Miren al suelo y, como mucho, de vez en cuando al frente. Hay que esquivar a estúpidos turistas que viajan sin mirar más allá de la pantalla de su móvil; hay que buscar hueco entre motos para cruzar a la otra acera, hay que sortear ciclistas que circulan como locos para ganarse un par de euros llevando una pizza con cerveza a un tío incapaz de salir de casa ni para tomarse una caña, hay que ir apartando o tumbando patinetes eléctricos… No miren arriba. Se juegan el pellejo, y, según a qué edad, una fractura del cuello del fémur.

El domingo pasado casi me atropella un patinete en la calle Pérez Galdós. Iba yo a mi bola, con paso irregular, atrás, adelante… mirando arriba, intentando identificar el portal que menciona don Benito en Fortunata y Jacinta en esa calle que antes se llamaba del Colmillo. Las torpes conductoras (iban dos) llevaron las de perder al intentar esquivarme. Una pretendió abroncarme por haberme parado en seco en una calle peatonal. Sonreí con muy mala leche y deseé que el esguince de su amiga no fuera nada.

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