Opinión

Subasta ultra

Pablo Casado volvió a desbordar a Santiago Abascal en la tarea de deslegitimar al futuro Gobierno

Pablo Casado, durante su intervención en el debate. uly martín

Agónico. El intento de acoso y derribo a Pedro Sánchez por las derechas culminó ayer en formato última ocasión. La subasta ultra de insultos, descalificaciones y ataques personales llegó así hasta el final de la investidura.

Veremos si también llega esta políticaescrache a su propio fin, por agotamiento e inanidad; o si consigue descabalgar a quien no ha podido noquear. El líder popular, Pablo Casado, volvió a desbordar a Santiago Abascal en la tarea de deslegitimar al futuro Gobierno, al que imputó ser un Ejecutivo “contra España”; lleno de ministros adeptos a la “ideología más crimina...

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Agónico. El intento de acoso y derribo a Pedro Sánchez por las derechas culminó ayer en formato última ocasión. La subasta ultra de insultos, descalificaciones y ataques personales llegó así hasta el final de la investidura.

Veremos si también llega esta políticaescrache a su propio fin, por agotamiento e inanidad; o si consigue descabalgar a quien no ha podido noquear. El líder popular, Pablo Casado, volvió a desbordar a Santiago Abascal en la tarea de deslegitimar al futuro Gobierno, al que imputó ser un Ejecutivo “contra España”; lleno de ministros adeptos a la “ideología más criminal” de la historia; y mayordomo de una “democracia” opuesta a la “legalidad”.

Y se doctoró en la caza al hombre: “Su única patria es usted”; es el “hombre de paja del  nacionalismo”; acoge a los dos grandes “enemigos” de la democracia, “terroristas y golpistas”; encabeza la “rendición socialista”; estámuchomás “cómodo” con quien ataca a la Constitución que

con quien la acata; es alguien, en fin, cuya actuación “damiedo”. Frente a este florilegio, el jefe de Vox barbotó ataques racistas, imputando a los “extranjeros” el grueso de las violaciones en manada. Y cómo no, calificó la investidura de “golpe”.

Entre quienes les replicaron, destacaron Pablo Iglesias, de Unidas Podemos, y Aitor Esteban, del PNV, por su cortesía y firmeza. Y por su ingenio al desarticular el monarquismo interesado de la reacción. Se votó. La agónica cacería quedó en nada. La única incógnita consiste ahora

en saber si ese estilo extremoso proseguirá toda la legislatura. Los pesimistas estaban convencidos de que no se corregirá.

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Los optimistas preferían recordar que algo parecido, en suave, sucedió en Portugal en la primera investidura del socialista António Costa: le acosaron a descalificaciones, pero el fracaso de ese asedio recondujo al fin a las derechas a la—por supuesto, dura— elegancia parlamentaria.

Y es que si en el plazo de un par de años resulta que España no se rompe. Si el constitucionalismo ni se arría ni se deja fagocitar por aquellos a los que intenta volver a encarrilar en el ordenamiento legal.

Si la economía no se hunde. Si el nuevo Gobierno no se convierte en un doble Ejecutivo partido por un juego de sincopadas montañas rusas surcadas de contradicciones, disonancias, altisonancias y fisuras. Si se pone a trabajar y si lo hace con mucha decencia y alguna eficiencia...

...Si todo eso sucede, el programa PPVox del estrépito, el abismo y el infierno colectivo decaerá. Pero para ello, Pedro Sánchez deberá demostrar que sabe añadir a su legitimidad de origen —ningún demócrata debería negarla, aunque critique sus modos, vaivenes, propuestas o alianzas—

la legitimidad de ejercicio, esa que proveen los resultados de la tarea de gobernar. Porque al cabo, a un Gobierno se le vota para que actúe. Y que actúe bien.

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