Crónica

El vacío de Carlos Pérez de Rozas

El reto universitario es dar continuidad al magisterio de quienes han dejado huella pese a un sistema fiscalizador

Homenaje a Carlos Pérez de Rozas el pasado 22 de enero en la UPF.MASSIMILIANO MINOCRI

Carlos Pérez de Rozas vivió para los alumnos y murió para que le veneraran los decanos de las universidades de Cataluña. Jordi Balló (UPF), Maria Josep Recoder (UAB), Alfonso Méndiz (UIC) y el vicedecano Albert Sáez (URL-Blanquerna) oficiaron el pasado 22 de enero en la hora del ángelus una clase magistral en el Poblenou sobre el arte de “cómo hay que mirar para saber ver”, una asignatura inclasificable y, sin embargo, tan exitosa que ha sobrevivido a los indescifrables cambios de planes de estudio y que hoy se presenta como un legado a preservar en el Grado de Periodismo.

Quizá porque ...

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Carlos Pérez de Rozas vivió para los alumnos y murió para que le veneraran los decanos de las universidades de Cataluña. Jordi Balló (UPF), Maria Josep Recoder (UAB), Alfonso Méndiz (UIC) y el vicedecano Albert Sáez (URL-Blanquerna) oficiaron el pasado 22 de enero en la hora del ángelus una clase magistral en el Poblenou sobre el arte de “cómo hay que mirar para saber ver”, una asignatura inclasificable y, sin embargo, tan exitosa que ha sobrevivido a los indescifrables cambios de planes de estudio y que hoy se presenta como un legado a preservar en el Grado de Periodismo.

Quizá porque nunca se tipificó, o si acaso mudó de nombre para burlar al reglamento universitario, no hay constancia de que se grabara ninguna de las clases de Carlos. Acaso hay algún fragmento registrado que trascendió en la red, ninguno en cualquier caso con la vocación académica que ahora se atribuye a su obra universitaria, tan sobresaliente como la que dejó en calidad de diseñador y director de arte, icono en La Vanguardia, El Periódico o El País.

No es fácil imaginar una clase de Carlos sin Carlos, incluso puede que no tenga sentido, mientras se espera que un día salga de una de las fotos que le inmortalizan como suspira su esposa Carmen. El reto de las facultades debería ser en cualquier caso dar continuidad a la enseñanza de quienes han dejado huella con un magisterio que a menudo escapa de un sistema fiscalizador, con tendencia a la homogenización, como si todo lo que cabe en la cabeza de uno tenga que ser impreso en la hoja de todos: el Excel. Hoy se registra cualquier intervención pública; no la clase de Carlos.

Cómo hay que mirar para saber ver”, una asignatura inclasificable, es su mayor legado en las aulas

Los profesores como Carlos han sido muy queridos por los alumnos, a quienes incluso tutelan en el inicio de su etapa laboral, y en cambio se sienten incomprendidos al salir del aula, superados por los trámites administrativos, por el papeleo y la burocracia, necesitados de la ayuda técnica, vigilados por los que cuidan del cumplimiento de los requisitos de la Agència de Qualitat. No es fácil atender a las reglas ni mantener la mezcla de los académicos con los profesionales del oficio desde que cambió el modelo de negocio y de producción en el periodismo y están en peligro de extinción las figuras personalizadas en Carlos.

No ha de ser fácil mandar de la misma manera que cuesta también obedecer y enseñar no sólo por la obligación de llenar informes y análisis sino porque a menudo se ha impuesto un cierto “facilismo y la idea de que es posible aprender sin esforzarse” sobre la que diserta Alberto Royo: “El aprendizaje supone un crecimiento personal y es algo muy valioso. Pero no es algo que se consiga sin esfuerzo", contaba el 9 de abril de 2018 en una entrevista a El Mundo. Carlos respondía al perfil del profesor que transmite conocimiento y proporciona felicidad como se vio en la UPF.

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No solo entretenía sino que ayudaba a los alumnos a comprender la vida a partir de la multitud de portadas dedicadas a personajes ilustres o acontecimientos únicos, obsesionado con aquellos medios que conseguían encontrar el equilibrio entre lo visual y lo escrito, porque “vemos y leemos con los mismos ojos”, como subrayó Olga Lamas. Los alumnos daban una vuelta al mundo con la secuencia de imágenes y textos que Carlos recogía de Europa y América para explicar la biografía de Muhammad Ali o la entrevista de Messi a Time.

Acababas por saber de béisbol, te interesabas por el fútbol americano y hasta podías llegar a apostar por una carrera de caballos después de escuchar a Carlos. Tenía una habilidad especial para captar la atención del espectador con sus gestos grandilocuentes, su voz chillona, sus pasos cortos y rápidos, superlativo en la adjetivación, porque pensaba en grande, en la primera plana, como en la película de Billy Wilder. La capacidad que tenía para asociar ideas, crear vínculos y contextualizar sucesos le animaban a mejorar, actualizar e innovar hasta conseguir que la próxima fuera siempre la mejor clase de Carlos.

Nadie sabía explicar mejor gráficamente qué le había pasado a Ronaldinho. La exposición empezaba con una sonrisa del recién llegado y acababa con la barriga del exjugador del Barça. Además de intuitivo y persuasivo, dotes que le permitían relacionarse con los mejores editores sin necesidad de haberles tratado ni saber inglés, era metódico y riguroso, un profesional muy bien preparado que se creía su profesión y la disfrutaba en los auditorios más versátiles, también alrededor de un campo de golf o de un buen restaurante, como el Berbena de Gràcia que dirige su hijo Carlos.

La familia se siente dichosa cuando se le recuerda en actos como el de la Pompeu y escucha palabras como las de Jordi Balló, que habló sobre la importancia que supone en la vida de un universitario cruzarse con Carlos y entender el sentido de la semilla, o atendió a la glosa de Toni Piqué. “Un profesor es bueno cuando ayuda a aprender más que a enseñar”, afirmó el periodista en un auditorio tan receptivo al debate sobre la docencia que la sesión se acabó cuatro horas después, cuando quiso Carles Pont.

Aunque puede que el papel muera y se deje de hablar de portadas, de la misma manera que las clases magistrales están amenazadas, el apostolado de Carlos difícilmente se rendirá y la divulgación de su know-how está garantizado después de poner de acuerdo a alumnos y profesores pese al escepticismo de su hermano Emilio: “Si estuviéramos en otro país, sería el amo de Harvard o de Ucla; aquí se sentía poca cosa rodeado como estaba de monstruos como Antonio Franco, José Antonio Sorolla, Xavier Batalla o Xavier Vidal Folch”.

Mi querido Emilio sabe que se puede llegar a ser un gigante desde la humildad y la bondad, como hizo Carlos, quien no necesitó cargo ni edad para impregnar las aulas con su personalidad: hoy las universidades huelen a Carlos Pérez de Rozas.

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