Los cuentacuentos del apocalipsis zombi

Contra las mentiras, datos. Contra los cuentacuentos, la hemeroteca

Fachada de la iglesia de las Trinitarias en la calle Lope de Vega.CARLOS ROSILLO

Podría titular esto “Defendella y no enmendalla”, pero me sabe a poco para definir al equipo de gobierno de Ana Botella; aquellos cuentacuentos de la política y populares maestros del trile. Fastos olímpicos, pisos sociales ahora en manos de fondos buitre, ansia viva por encontrar algún huesecillo de Cervantes… Y total, 124.000 euros para que al final el jefe de la investigación, cuando los periodistas preguntaron si en ese batiburrillo de restos del siglo XVII (técnicamente, “Reducción 4.2/32”) estaban ...

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Podría titular esto “Defendella y no enmendalla”, pero me sabe a poco para definir al equipo de gobierno de Ana Botella; aquellos cuentacuentos de la política y populares maestros del trile. Fastos olímpicos, pisos sociales ahora en manos de fondos buitre, ansia viva por encontrar algún huesecillo de Cervantes… Y total, 124.000 euros para que al final el jefe de la investigación, cuando los periodistas preguntaron si en ese batiburrillo de restos del siglo XVII (técnicamente, “Reducción 4.2/32”) estaban los de Cervantes, la contestación fuera: “Es posible”. La única respuesta honesta en aquella comedia.

Los cuentacuentos municipales de entonces se han convertido ahora en los pregoneros del apocalipsis zombi nacional. Sin ellos mangoneando vamos a morir todos. Pero para algo están la memoria y la hemeroteca, que demuestran cómo y con cuánto descaro mintieron Botella y su claque. Y, sobre todo, cómo y con cuánto descaro siguen manteniendo la mentira aprovechando las tragaderas y la amnesia ciudadanas. Al grano.

Un tuit del Ayuntamiento del 7 de enero anunciaba visitas guiadas por el Madrid histórico para personas con discapacidad. Un recorrido al que me quise apuntar en su momento para poder entrar al convento de las trinitarias y volver a ver la tumba farsante de Cervantes. “¿Es usted discapacitada?”, me preguntaron. “Física, no”, contesté. “Pues usted no puede”, zanjaron.

A ese convento no hay humano que acceda sin regatear a alguna monja de gesto cabreado y que te cierra el paso con la excusa que le sale de la toca: “Estamos rezando”, “hay misa”, “tendría que haber llamado antes…”

-Llamé, señora -contesté a una-, y me dijeron que viniera media hora antes de la misa a ver si había suerte y me dejaban entrar.

-Pues no ha habido suerte… la misa hoy ha empezado antes. Y llámeme hermana…

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-Pues no me da la gana; yo ya tengo una hermana y no es usted.

Tras dos intentonas más conseguí entrar, comprobé que ahí seguía la tumba-fake que nos dejó Botella y la errata garrafal en la lápida. A la salida, la monja me sugirió que dejara una limosna. La envié a freír espárragos.

-¿He tenido que dar tres viajes para intentar ver una tumba falsaria financiada con dinero madrileño, me prohíben hacer fotos (hice siete) y encima me pide pasta? ¿Estamos locas, señora?

-Llámeme hermana…

-Que no.

Y todo esto ha venido a colación porque uno de aquellos cuentacuentos del equipo de Botella, uno de la claque que participó en la farsa, me entró al trapo y se tiró a la piscina de Twitter a recordarme que “La búsqueda y el hallazgo de la tumba de Cervantes (…) obtuvo un retorno de 100 millones de euros por impacto mediático”. No caben más mentiras en dos líneas. ¡Cien millones! Y nosotros sin enterarnos. Contra las mentiras, datos. Contra los cuentacuentos, la hemeroteca. Esto no ha hecho más que empezar. Se avecina un serial.

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