Crítica

Anna Meredith, talento absorbente para cuatro gatos

La incisiva compositora británica asombra con sus enérgicos paisajes minimalistas ante una sala casi desierta

Anna Meredith, en una imagen promocional.

¿Qué hace una artista británica de renombre internacional ofreciendo un concierto a tres estaciones de metro de la Puerta del Sol y a 48 horas escasas de Nochevieja? De antemano, honestamente, hacerse merecedora de nuestra admiración y reconocimiento. Por talentazo, muy considerable. Y por valentía, aún mayor, como constatarán unas pocas líneas más adelante.

A unas alturas del calendario en que todos los artistas internacionales se recogen en su terruño (sea dicho como constatación, no como reproche), la buena de Anna Meredith se plantificó este domingo en...

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¿Qué hace una artista británica de renombre internacional ofreciendo un concierto a tres estaciones de metro de la Puerta del Sol y a 48 horas escasas de Nochevieja? De antemano, honestamente, hacerse merecedora de nuestra admiración y reconocimiento. Por talentazo, muy considerable. Y por valentía, aún mayor, como constatarán unas pocas líneas más adelante.

A unas alturas del calendario en que todos los artistas internacionales se recogen en su terruño (sea dicho como constatación, no como reproche), la buena de Anna Meredith se plantificó este domingo en la sala Independance para demostrar por qué la prensa de medio mundo la ha encumbrado como una de las voces más originales, singulares y pintorescas del paisanaje europeo. Lástima que nuestra característica laxitud navideña se cebara de manera cruel con la buena de Anna: apenas dos docenas de irreductibles (invitados o no) se personaron en este evento dominguero, en una jornada a lo que se ve más propicia para asuetos festivos, compras, hermanamientos y hasta escapismos familiares. Malas calendas para la lírica.

Es injusto el destino, la planificación o el dietario, en cualquier caso, a juzgar por lo visto en la moderna guarida de la calle Atocha. Meredith no debería precisar de mucha presentación, a tenor de sus más recientes movimientos. Artista inquieta, polivalente, contemporánea e innovadora, admirada por su sagacidad y mirada radicalmente diferenciada de cualquier otra, podría figurar sin esfuerzos entre lo más seductor que ha desfilado por la ciudad en esta segunda mitad del año. Y ganaría con creces el premio a la alineación instrumental más pintoresca: Anna, responsable de voces, teclados y alguna percusión, se ve escoltada por guitarra eléctrica, batería..., violonchelo y tuba. No busquen parangón: no lo encontrarán.

“Sois pocos, pero qué buen gusto tenéis”, se sonrió la casi ninguneada protagonista a los diez minutos de espectáculo. Y añadió, por aquello de honrar el humor británico: “Hay sitio. Es tarde para que aviséis a vuestros amigos, así que... ¡bailad!”. No es exactamente lo que inspira su música, mucho más propicia para el asombro y el embeleso. Enérgica, magnética, absorta. Experimental, pero muy accesible. Óptima para las bandas sonoras y también como música que nos acompañe en las tribulaciones y resarcimientos. Taken, por ejemplo, es un grito corajudo a cinco voces, porque ninguno de los oficiantes se libra de colocar la garganta al servicio de un discurso más que sanador. E inmaculado.

De blanco riguroso, de pies (y calcetines) a cabeza (hasta en la visera del guitarrista), se personaron Anna y sus jovencísimos compinches. Resulta alentador que una compositora de 41 años despliegue tal torbellino de ideas y disponga de tanta savia nueva para plasmarlas. El relativo minimalismo de sus piezas, con Steve Reich en algún lugar privilegiado del corazoncito, obtiene el contrapunto de una arquitectura sonora a ratos furibunda, con implacables distorsiones guitarrísticas (R-type) y unos tambores tan agresivos como permitan los bíceps. Eso, hasta que el sosiego se apodera de Ribbons, con una línea melódica que habrían dado por buena los divinos These New Puritans.

Anna nos envuelve a ratos con gruesos arpegios sintéticos acelerados, préstamo del Philip Glass en la era de Glassworks, y tanto los obstinatos del chelo como los de la tuba apuntan en una dirección parecida. Pero dulcifica la apuesta con los pasajes vocales, el chisporroteo percutivo y hasta los ocasionales ornamentos de su clarinete, aunque anoche apenas había manera humana de distinguidlo entre la contundente maraña instrumental.

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Su segundo y muy reciente álbum, FIBS, acaparó el menú, desde la muy delicada Moonmoons (casi un solo de violonchelo) a la martilleante Paramour, con aullido guitarrístico incluido. Pero sigue constando Nautilus, tan cinematográfica y deudora de Glass (imaginemos una versión contemporánea de Koyaanisqatsi), como la gran joya del repertorio. Los cuatro gatos terminaron casi bailando con Something helpful, con Meredith como cantante de dream pop y su batería volcado en funciones de xilofonista. Otro más de los giros fascinantes de una mujer que debería perdonarnos, esperemos, la incomparecencia. En otras circunstancias, las suyas son hechuras propias de llenazo.

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