ANÁLISIS

Esquerra Republicana, de Hyde a Jekyll

La formación independentista celebra el lunes una consulta para afianzar la estrategia de Junqueras y convertirse en un partido de fiar

Oriol Junqueras, en el Congreso el pasado 21 de mayo.SERGIO PÉREZ (AFP)

En el diálogo abierto entre ERC y el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez es difícil abstraerse de la mochila con la que los republicanos llegan a la negociación. “No se puede ser autista ante lo que piensa una mayoría importante de la militancia”. El secretario general de la formación, Joan Puigcercós, acataba así en mayo de 2006 el resultado de la docena de asambleas del partido —con muy poca participación— celebradas para forzar que la dirección cambiase el voto nulo o blanco, que defendía para el referén...

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En el diálogo abierto entre ERC y el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez es difícil abstraerse de la mochila con la que los republicanos llegan a la negociación. “No se puede ser autista ante lo que piensa una mayoría importante de la militancia”. El secretario general de la formación, Joan Puigcercós, acataba así en mayo de 2006 el resultado de la docena de asambleas del partido —con muy poca participación— celebradas para forzar que la dirección cambiase el voto nulo o blanco, que defendía para el referéndum del Estatut, al no.

Pese a que las encuestas apuntaban a que la mayoría de votantes de ERC se inclinaban por el sí al Estatut, su dirección atendió a las bases y planteó una campaña ante el referéndum en la que muchos consejeros y dirigentes no sabían dónde esconderse para evitar promover el no, como hacía el PP. La decisión no impidió la aprobación definitiva del Estatuto, pero sí acabó con el Gobierno de Pasqual Maragall, el primero de la izquierda catalana tras dos décadas de pujolismo.

El carácter asambleario de ERC en los últimos 30 años ha llevado a su militancia al convencimiento de que las sucesivas direcciones debían no solo escucharles, sino obedecerles. Su sistema de balances interno, añadido a décadas de luchas cainitas, trasladó la sensación de que sus líderes no siempre estaban en disposición de cumplir aquello que pactaban o proponían, pues en cualquier momento podían aparecer las temidas bases y enmendarles la plana. Durante las autonómicas de noviembre de 1995, Jordi Pujol lo sintetizó con un vehemente “ERC no es de fiar”. La frase ha sido repetida posteriormente por otros muchos dirigentes políticos. Estos días es habitual escucharla en dirigentes del PSOE.

ERC ha vivido largos períodos en la dualidad. Antes de la más contemporánea entre bases-dirección, durante la Segunda República, Guerra Civil y exilio, esta se daba entre partido-presidente de la Generalitat (de su propia formación). Francesc Macià, Lluís Companys y Josep Tarradellas vieron de manera constante y, a menudo, cruenta cómo los órganos del partido trataban de limitar su talante presidencialista para evitar que actuasen al margen del consejo directivo. Desde su fundación, en marzo de 1931, y hasta finales de los años setenta, Esquerra defendió el Estatuto de 1932 y la República española, aunque siempre con aspiraciones de que esta fuera federal o confederal. De ahí la participación de algunos de sus futuros actores principales, la renuncia de Francesc Macià a la República catalana o el apoyo a los Gobiernos de Largo Caballero y Negrín frente a los rebeldes sublevados, y la lucha feroz de Tarradellas contra el autodeterminismo de Carles Pi i Sunyer en los años cuarenta.

Pasada la Transición, despojada de poder institucional, ERC se declaró primero separatista y después netamente independentista y partidaria de los denominados Països Catalans con Baleares y Valencia. Desde entonces su carácter asambleario le hizo más imprevisible. El tener que añadir a la dinámica interna la compaginación de un discurso de horizonte independentista en un régimen autonomista ha llevado a Esquerra a momentos de desorientación, con el tripartito de Pasqual Maragall como culmen. Con la llegada de Oriol Junqueras a la dirección se avanzó para atemperar su carácter asambleario, decisión criticada por corrientes internas como el Col·lectiu Primer d’Octubre.

Desde la proclamación de la República catalana fantasma del 27 de octubre de 2017, Junqueras trata de virar un transatlántico hacía una vía posibilista y asimilar el partido, desde el independentismo, a lo que fue en los años treinta. Hacerlo desde la prisión es sumamente complejo. Companys, tras los sucesos de octubre de 1934, logró imponer su criterio desde el penal de Santa María de Cádiz, aunque la porción más esencialista del partido, bajo las siglas de Estat Català, se escindió.

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La consulta que se celebra este lunes entre las bases nada tiene que ver con la que en mayo de 2006 promovieron los sectores más intransigentes del partido, muchos de los cuales acabaron años después coaligados con Convergència y sus herederos. Se trataba de poner contra las cuerdas a Carod-Rovira y el pacto con los socialistas y el dirigente de las juventudes, Pere Aragonès, expresaba que “toda la gente de las JERC quiere votar no”.

Hoy, como vicepresidente de la Generalitat, promueve una consulta a la militancia desde la dirección. No para reforzar a los esencialistas de su partido, sino para afianzar la estrategia y liderazgo de Junqueras y dejar atrás la imagen de ERC como mister Hyde y convertirla en un doctor Jekyll de fiar. Después de haberles prometido la independencia exprés, este es un paso para el que muchos de sus militantes, que no sus votantes, más que interiorizar un nuevo discurso necesitan hacer un acto de fe.

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