Se llama en tolerancia

Qué difícil es saber no estar de acuerdo con alguien

Se llama tolerancia. Hace unos días, salía en los medios una noticia en la que se podía ver la tendencia mayoritaria de voto en tu barrio e, incluso, en tu calle. "¿Qué votaron tus vecinos el 10N?". La curiosidad me pudo y lo busqué. Fui directa a Madrid: el color rojo y el azul inundaban un territorio indudablemente segmentado. En mi calle la tendencia estaba dividida: en los primeros números aparecía el color rojo del PSOE y en los últimos el azul del PP. Si me acercaba a Lavapiés, el morado inundaba el barrio; y si cruzaba a Retiro, el azul ocupaba todo el mapa. Ya en la periferia, la parte más industrial, el verde asomaba la cabeza. Eso, sin duda, hay que tenerlo en cuenta.

Irene Montero (izquierda) y Ana Pastor, en uno de los debates electorales de cara al 10N.EFE / La Sexta

Sucede algo que creo que puede ser uno de los gérmenes de todas las disputas. Desde pequeños, a una gran mayoría se nos enseña eso de que "el voto es privado", lo que provoca en otros suposiciones y juicios; en algunos casos vejaciones o insultos; y en otros radicalismos, en cuyo caso, si son personajes públicos quienes lo manifiestan, llevan a algunos a dejar de consumir su obra o seguir su trabajo. Muchos llevan su ideología política a cuestas como el secreto de un niño y tantos otros lo ocultan por miedo a lo que pueda decir el otro. Parece que la sociedad nos empuja a una suerte de deriva ...

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Sucede algo que creo que puede ser uno de los gérmenes de todas las disputas. Desde pequeños, a una gran mayoría se nos enseña eso de que "el voto es privado", lo que provoca en otros suposiciones y juicios; en algunos casos vejaciones o insultos; y en otros radicalismos, en cuyo caso, si son personajes públicos quienes lo manifiestan, llevan a algunos a dejar de consumir su obra o seguir su trabajo. Muchos llevan su ideología política a cuestas como el secreto de un niño y tantos otros lo ocultan por miedo a lo que pueda decir el otro. Parece que la sociedad nos empuja a una suerte de deriva en la que sólo caben los iguales, los que no se cuestionan.

No niego que hay ideales incompatibles e ideologías frente a las que hay que luchar. Por principios, no puedo establecer una relación social con alguien que, por ejemplo, niega la violencia de género, rechaza la ayuda al inmigrante o está en contra del matrimonio homosexual. Pero dejando los extremos radicales a un lado, sí creo en la posibilidad, un tanto utópica, soy consciente, de no dejarse llevar por los prejuicios, de ser capaces de sabernos y mezclarnos, de respetarnos como seres complejos y distintos. Qué difícil es saber no estar de acuerdo con alguien.

Un par de días antes de las elecciones me topé con un vídeo que mostraba unas imágenes previas al debate de las candidatas de los distintos partidos. En ellas, se podía ver a la candidata del Partido Popular saludar con cariño a Aitana, la hija de Irene Montero, la cual avisaba a la ministra Montero de que ya era la hora, quien aparecía acompañada de la candidata de Ciudadanos. Recordé las últimas imágenes del debate pasado, en el que Pablo Casado y Pablo Iglesias compartían confidencias sobre sus partos prematuros. Me quedé sorprendida y pensé: ¿por qué no salen estas imágenes con más frecuencia en los medios? ¿Por qué no nos enseñan que es posible debatir frente a los atriles y mantener un trato personal cordial fuera de ellos? Si sus principales representantes son capaces, ¿por qué a nosotros nos cuesta tanto?

Debemos huir de la disputa y de la confrontación para poder compartir espacios. Creo que se llama tolerancia, y nos falta mucha. Madrid me mata.

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