Opinión

Puro teatro

La memorización de las razones dictadas, la rigidez del marco establecido, la obligación del guion impuesto y el riesgo del error amenazante se convierten en un corsé que aprieta hasta el ahogo en este periodo

Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, en un acto en Barcelona.Mikel Trigueros (GTRES)

Vivimos en permanente campaña electoral. Desde hace tiempo, demasiado tiempo. La fragilidad de la situación política lo facilita y lo potencia no disponer de un calendario cerrado para todos los comicios conocidos como tienen otros países y como sí pasa aquí con los municipales y europeos. Dicho lo cual, esta presión ambiental no por sabida deja de ser indigesta. En consecuencia, y conforme se acerca la cita con las urnas, los políticos todos, candidatos o no, se ven obligados a subir sus decibelios hasta el estrépito. Ya saben, esa ostentación imprescindible de imagen y sonido para hacerse no...

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Vivimos en permanente campaña electoral. Desde hace tiempo, demasiado tiempo. La fragilidad de la situación política lo facilita y lo potencia no disponer de un calendario cerrado para todos los comicios conocidos como tienen otros países y como sí pasa aquí con los municipales y europeos. Dicho lo cual, esta presión ambiental no por sabida deja de ser indigesta. En consecuencia, y conforme se acerca la cita con las urnas, los políticos todos, candidatos o no, se ven obligados a subir sus decibelios hasta el estrépito. Ya saben, esa ostentación imprescindible de imagen y sonido para hacerse notar y procurar estar presentes en cuantas más discusiones mejor. Y cada uno lo hace como sabe, como puede, como le dejan o como tropieza.

Torra atando lazos a su conciencia y poniendo en jaque a la institución. Borrell rebelándose contra el periodismo europeo que le pregunta por lo real. Casado y Rivera marcándose y rivalizando con el poderío de los ministerios que no tienen. Sanchez rodeándose de banderas y oteando el horizonte desde su altura de miras tan institucional como creída. Iceta haciéndose notar con declaraciones que luego le corrigen. Cayetana Alvarez de Toledo presentándose en sociedad catalana con guante de seda que esconde una thatcheriana mano de hierro. Aznar emulando el spaghetti western. Valls buscando la brújula de su destino. Colau recuperando por un día la provocación social con la que llegó al cargo. Abascal desenfundando su Smith & Wesson. Rufián ensayando sus nuevos rugidos vía tweet que por algo va a ser cabeza de león. Asens modulando su tono de abogado sereno para disimular su condición de candidato asustado. Cuevillas arengando las masas que calmaba cuando llevaba toga. Iglesias volviendo él y recuperando el ceño fruncido de sus preocupaciones ahora también paternales y espiadas. Y así van desfilando ante la sociedad quienes dicen preocuparse por ella a la par que ella les ve sólo preocupándose de sí mismos.

En este juego de espejos, emergen los relatos. Esa narración estructurada para convencer a quienes les escuchen gracias a unas historias que persiguen la credibilidad propia. Lo estamos viendo en el juicio al procés. Las dos partes en claro litigio pugnan por imponer su visión de los hechos de manera contrapuesta. Tanto, que cuando alguno de los interrogadores cuestiona lo antes descrito, el balbuceo sucede a la convicción y la duda a la contundencia.

Desmontar fake newses hoy muy aplaudido cuando es al contrario a quien se desnuda pero inocuo cuando nos afecta

En la política actual pasa lo mismo. Fuera del argumentario estipulado, o hay ansiedad o desesperación, aquel estado del espíritu que sabe perfectamente que, si su personaje muere, nadie se apiadará de él, como Shakespare hacía clamar en su desolación a Ricardo III.

La memorización de las razones dictadas, la rigidez del marco establecido, la obligación del guion impuesto y el riesgo del error amenazante se convierten en un corsé que aprieta hasta el ahogo. Por eso se acude a la Junta Electoral para cualquier minucia informativa. Para que las reglas del juego se adapten a una situación tan extrema como asfixiante, tan ilógica como extenuante.

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Hace tiempo, y por esas mismas razones profesionales, me atreví a definir la campaña electoral como un período de excepción informativa. Discúlpenme la auto-cita. Estaba hablando de los medios audiovisuales, claro. Especialmente de los públicos aunque con la ley revisada en la mano los recursos bien podrían aplicarse a los privados. Lo mantengo. Quizás por eso la propuesta de Podemos de impedir que los bancos financien empresas de comunicación como si aquellas entidades no facilitaran el flujo de las arcas públicas y no influyeran en las políticas económicas y los medios no favorecieran la promoción de las actividades de los partidos. Cosa distinta es el acierto o el error de sus propuestas, de sus acciones o de sus omisiones. Es otro relato que se pretende testimonial por cuanto la economía también tiene ideología aunque a veces se quiera hacer creer lo contrario.

Emerge ahí el papel de las redes sociales que ayudan a ensimismar a quienes impermeabilizan sus convicciones hasta convertirlas en principios teológicos. Impasible el ademán, todo lo que se aparte del núcleo existencial de la opción elegida o no es verdad o es mentira. Señalamos a quienes no forman parte de nuestro grupo, repudiamos al contrario y nos reconcentramos en el relato de los nuestros por mucho que desde fuera se insista en su inconsistencia. Desmontar las fake news es hoy un ejercicio muy aplaudido cuando es al contrario a quien se desnuda pero inocuo cuando nos afecta porque ya es fe y no confianza la que depositamos en nuestros referentes. Esta es la representación electoral en el gran teatro del mundo de nuestra época. Calderón de la Barca se quedó corto describiéndolo, Vargas-Llosa se aproximó con la verdad de las mentiras y La Lupe acertó desgarrando el bolero: Lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.

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