Opinión

El monólogo

La declaración de Junqueras, al no interactuar con nadie, fue una metáfora del procés. Un monólogo. Una parte ignora a las demás porque la independencia es cuestión de justicia y no se pide opinión de los demás

Junqueras declarando ante el Supremo, en las pantallas de un comercio. ALBERT GARCIA

Uno, al declarar, tenía la mesa llena de papeles, que consultaba en su intercambio verbal con las distintas partes. El otro, en cambio, tenía la mesa vacía. No sé si hay una imagen más ilustrativa de los primeros días del juicio del procés que esa misma mesa, llena de documentos en el turno de Joaquim Forn y vacía en el de Oriol Junqueras.

Forn cree que cuando a uno le imputan unos hechos, hay que desacreditar esos hechos. Suena como una decisión racional, que es, como saben, la kriptonita del procés. A Junqueras, en cambio, no parecen importarle los hechos. Él lo fía ...

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Uno, al declarar, tenía la mesa llena de papeles, que consultaba en su intercambio verbal con las distintas partes. El otro, en cambio, tenía la mesa vacía. No sé si hay una imagen más ilustrativa de los primeros días del juicio del procés que esa misma mesa, llena de documentos en el turno de Joaquim Forn y vacía en el de Oriol Junqueras.

Forn cree que cuando a uno le imputan unos hechos, hay que desacreditar esos hechos. Suena como una decisión racional, que es, como saben, la kriptonita del procés. A Junqueras, en cambio, no parecen importarle los hechos. Él lo fía todo al poder embelesador de su verbo, a la persuasión que provoca la carga emotiva de las palabras idóneas: buena persona, demócrata, republicano, cristiano. Junqueras sigue en modo procés y ya se sabe que en el procés nunca importaron demasiado los hechos, salvo los que no existían o los que favorecían al independentismo.

El líder de ERC se comportó en el Tribunal Supremo como si estuviera en la tribuna del Parlament o en un mitin, donde nunca llevaba papeles; disertó sobre la moral, sobre la bondad, sobre lo humano, sobre lo divino. Junqueras no distingue entre un fiscal y un ciudadano, entre un parlamentario y un abogado, entre un feligrés y un juez. Siempre está en campaña.

Forn había preparado a conciencia su defensa; Junqueras se limitó a hacer lo que lleva haciendo los últimos años. Forn, más allá de cuestiones penales o políticas, parece un pencaire; Junqueras da la impresión de ser uno de esos profesores inteligentes y pícaros que, cuando llevan diez años enseñando la misma materia, no preparan nada: tiran de ingenio y de agudeza y repiten las mismas bromas, pero han decidido que el trabajo serio lo hagan otros. El problema de Junqueras es que, mientras él sigue declamando la misma lección de siempre, por primera vez en muchos años le asignaron una materia distinta en un aula diferente.

Además, parece dar por hecho que es un juicio decidido de antemano, así que ¿para qué defenderse de forma racional para intentar pasar el menor tiempo posible en la cárcel? Junqueras demuestra ser coherente: es tan irresponsable respecto de la suerte de los catalanes como de la suya particular.

Sea como sea, la declaración de Junqueras, al no interactuar con nadie, fue una perfecta metáfora del procés (aunque no necesariamente del independentismo, del que hay una versión, ahora mismo minoritaria, que apostaría por otra vía). Un monólogo. Una parte ignora a las demás porque la independencia es una cuestión de justicia —travestida de democracia— y, como en toda cuestión de justicia, no se pide la opinión de los demás, menos aún su consentimiento: la justicia se hace, no se debate; la independencia se hace, no se negocia. Por ello la llamada procesista al diálogo era de un cinismo inaudito: no interesaba el diálogo, sino repetir el monólogo.

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Pero fue tan sobreactuado el monólogo de Junqueras que todo terminó teniendo el significado contrario del que él le pretendía dar. Se quería presentar como un hombre humilde, pero rezumaba arrogancia al considerar implícitamente que a él, a diferencia de Forn, lo estaba juzgando un tribunal superior: la Historia. Se excusó del delito de odiar a España, que nadie le había imputado, diciendo que amaba a España: qui s'excuse s'accuse? (por lo demás, ¿a quién podría pasársele por la cabeza que Junqueras odie a los españoles cuando fue precisamente él quien tuvo la iniciativa de mandarles a Gabriel Rufián?). Decía que hubo una silla vacía enfrente cuando él mismo —entre otros— propició la vía unilateral, que consistía precisamente en conseguir que esa silla estuviera tan vacía como la mesa desde la que declaró.

Todo micrófono es una oportunidad para hacer campaña electoral y toda campaña electoral necesita un micrófono. Junqueras lo sabe y no lo va a desaprovechar. Ahora, con la convocatoria de elecciones general para el 28 de abril, la campaña se va a acentuar y es posible que en el juicio haya cada vez más declaraciones como la de Junqueras, con la mesa vacía de papeles.

Pero el caso de Junqueras es especial. Él está dispuesto a sacrificarse no ya por la independencia, sino por unas elecciones. El junquerismo es amor, dijo alguna vez el propio Junqueras. Yo más bien diría que el junquerismo es martirologio, justicia de la Historia y monólogo. Una combinación irrelevante para el derecho pero probablemente ganadora para las elecciones.

Pau Luque es profesor de Filosofía del Derecho en la UNAM.

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