¡Hagan juego!

Cada semana, una foto de Madrid

R. Cancio

La diabólica estrategia del neón invade desde hace poco Madrid. Irresistible y superflua. Su dañino espejismo saca siempre ventaja. Busca en los barrios deprimidos el aliento desesperado de los más golpeados por la crisis. Echa la red de su enganche fatal a la desvalida inmadurez de los adolescentes junto a colegios e institutos. Merodea entre los paseos sin rumbo de los visitantes despistados en la gran ciudad. Saca tajada de los añicos en que queda el alma de aquellos que se ven abocados a la soledad a la fuerza. Lo que se necesita es actitud, como demuestra la imagen. El reflejo de la fotog...

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La diabólica estrategia del neón invade desde hace poco Madrid. Irresistible y superflua. Su dañino espejismo saca siempre ventaja. Busca en los barrios deprimidos el aliento desesperado de los más golpeados por la crisis. Echa la red de su enganche fatal a la desvalida inmadurez de los adolescentes junto a colegios e institutos. Merodea entre los paseos sin rumbo de los visitantes despistados en la gran ciudad. Saca tajada de los añicos en que queda el alma de aquellos que se ven abocados a la soledad a la fuerza. Lo que se necesita es actitud, como demuestra la imagen. El reflejo de la fotografía borra la silueta humana de quien camina. La mejor arma para combatir la tentación del juego es el desprecio. La mujer que pasa delante parece armada con él y vacunada contra todo riesgo. No le incita la copa con cóctel de ruina, ni las barajas de cartas, ni los números que se suceden como un mareo de efluvios con esa marca que infiere la codicia. Ella prefiere el frío a la abrasadora llamada del casino. Desde hace meses, antros así brotan como setas por las aceras y las fachadas. Incomodan con su horrenda fisonomía la vitalidad de los ciudadanos. Pudren sus sueños con burdas artimañas. Ya los tahúres del aguirrismo quisieron emular en la Comunidad a Las Vegas. Aquello no cuajó. Pero parece que el proyecto fallido no hizo bajar los brazos a quienes se forran con la desesperación ajena, a cambio de humo, con la intangible mercancía de la suerte.

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