Mi casa elegida

Porque yo sí que te echo de menos, Madrid. Pero siempre vuelvo. No vayas a olvidarte nunca de eso

Miles de personas se agolpan en la plaza madrileña de Callao.Kiko Huesca (EFE)

Te echo de menos, Madrid. Hay mucha gente que te detesta, que piensa que eres una ciudad saturada, llena de ruido molesto y gente con prisa. Que sólo tienes conciertos multitudinarios, espectáculos de fuego y parques de atracciones. Que únicamente sirves de paso para alcanzar otros destinos y que eres, de manera irremediable, una casa por accidente, el sitio donde el trabajo aflora y de donde huyen cuando el tiempo se libera. Muchos te ven como una gran nube gris, peligrosa en las esquinas, cansada y envidiada al mismo tiempo, casa de muchos y hogar de pocos. Hay quienes desmerecen tu asfalto ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Te echo de menos, Madrid. Hay mucha gente que te detesta, que piensa que eres una ciudad saturada, llena de ruido molesto y gente con prisa. Que sólo tienes conciertos multitudinarios, espectáculos de fuego y parques de atracciones. Que únicamente sirves de paso para alcanzar otros destinos y que eres, de manera irremediable, una casa por accidente, el sitio donde el trabajo aflora y de donde huyen cuando el tiempo se libera. Muchos te ven como una gran nube gris, peligrosa en las esquinas, cansada y envidiada al mismo tiempo, casa de muchos y hogar de pocos. Hay quienes desmerecen tu asfalto porque desconocen que tu mar es otro.

Lo reconozco. La primera vez que llegué a ti, Madrid, lloré. A menudo, muy a menudo, me he alejado para mirarte desde lejos. Otras tantas he querido gritar y olvidar tu ruido. También he maldecido tus calles grandes, tus barrios amplios, tantas esquinas donde no poder encontrar de repente los besos que buscaba. He necesitado tomar aire, otro aire, y expulsarlo en ti. Irme para volver. Marcharme para aprender a buscarte. Cerrar los ojos para verte.

Pero yo conozco tu silencio, ese que suena cuando se prenden las farolas a media tarde. Lo he buscado, lo he necesitado y lo he escuchado. Recuerdo los días en los que me sentía tan minúscula que salía a buscarme entre la gente: cuantas más personas había, más protegida me sentía. Y recuerdo, también, lo fácil que era dar con tus escondites cuando quería hacerme invisible.

Tú siempre tan amable, tan dispuesta. Pienso a menudo en aquel viaje en el que llegué a ti buscando un amor que nunca fue para que fueran otros. Apenas cumplía veinte años y tenía ganas de comerme el mundo empezando por ti. He conocido tu noche, me he dejado la piel en ella y he preferido saber a qué hueles cuando todo el mundo duerme.

Después, he salido de mi habitación para que me enseñes los siguientes pasos. He visto cómo levantaste el mismo puño millones de veces ese bendito ocho de marzo, he hecho historia a tu lado en la Puerta del Sol cuando nadie creía en nosotros y he encontrado en ti la defensa que me negaban en otros lugares. He celebrado los atardeceres desde Tirso de Molina, cobijada entre las flores. Es en tus calles en las únicas en las que retraso la vuelta a casa porque ya me siento en casa cuando paseo por ellas. Eso sólo me pasa contigo.

Me has dado amor profundo y real, me has dado ilusión de la que daña, me has dado pasión incontrolable y una libertad que defenderé hasta que muera, me has dado tristeza absoluta y también la manera de comprenderla, me has dado la nostalgia que se enciende con las farolas por la noche, me has dado rabia y la fuerza necesaria para combatirla, me has dado voz, me has dado palabra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Hoy te escribo desde otro sitio donde estoy cogiendo aire, todo el que puedo, para soltarlo en tus pulmones y empezar, de nuevo, a tu lado, otra vez, porque sigo con hambre y porque hace tiempo que dejaste de ser una ciudad por accidente y te convertiste en mi casa elegida. Porque yo sí que te echo de menos. Pero siempre vuelvo. No vayas a olvidarte nunca de eso.

Madrid me mata.

Más información

Archivado En