La antigua historia de unos brillantes

Anécdotas del Grupo de Jubilatas

Merece la pena relatar la historia o sucedido que gozó y sufrió un miembro del Grupo Jubilata. Hace ya años, una mañana, a hora temprana, el colegui se dirigió al puerto deportivo de su Estepona natal, pueblo marinero, a esas horas casi desierto, con el fin de disfrutar de la pesca submarina ya que, amaneciendo, advirtió desde su terraza la entrada de un poniente lebeche, génesis de bonanza y claridad en la mar. Así cuenta su historia:

"Una mañana, a punto de soltar amarras, justo al subir a mi pequeño fuera borda, una estupenda señorita, de unos 30 años o así, alta, guapa, exp...

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Merece la pena relatar la historia o sucedido que gozó y sufrió un miembro del Grupo Jubilata. Hace ya años, una mañana, a hora temprana, el colegui se dirigió al puerto deportivo de su Estepona natal, pueblo marinero, a esas horas casi desierto, con el fin de disfrutar de la pesca submarina ya que, amaneciendo, advirtió desde su terraza la entrada de un poniente lebeche, génesis de bonanza y claridad en la mar. Así cuenta su historia:

"Una mañana, a punto de soltar amarras, justo al subir a mi pequeño fuera borda, una estupenda señorita, de unos 30 años o así, alta, guapa, explosiva, embutida en un traje negro bastante ceñido, escote de pico pronunciado, minifalda, tacones de aguja, me hace aspavientos con las manos desde el borde del atraque y me pregunta que si iba a salir con el barco y que, por favor, si la podría llevar a un enorme yate que se divisaba a unas dos millas. No pude negarme. Se descalzó, se subió la ya corta minifalda para dar un pequeño saltito y con mi galante ayuda, ea, p’adentro. Ya en la travesía me dijo que se llamaba Marisa y noté cierto coqueteo y miradas libidinosas. Y es que la imaginación de uno vuela que ni se sabe. Por fin, cuando estábamos acercándonos, el yate de sus amigos, no es que arranque, sino que vuela como planeadora de narcos, como huyendo despavorido. Yo le espeté a la tal Marisa que vaya amigos que tenía. Ella contestó que eran unos hijos de … canallas, miserables, etc.; lo que soltó por esa boquita no se puede escribir.

Volviendo a puerto, ya más relajada y muy insinuante, me preguntó si nos dábamos un baño, ella en plan sirenita. Le contesté que el baño sin ropa es mucho más libre e interesante. Así lo hicimos en medio del azul Mediterráneo, recostándonos a continuación en las colchonetas de proa, y así hasta …. bueno, eso, conversación, diálogo, charla, unos refrescos y que son lentejas; pero cuando arribamos a puerto, a las dos o tres horas, nos estaba esperando en el mismo puesto de atraque, la policía nacional, la guardia civil, el Servicio de Aduanas, motos con lucecitas azules, pitidos, coches patrullas, etc. Muy educadamente nos pidieron que no abandonáramos el barco, lo registraron de proa a popa, rincón por rincón, con sol abrasador, buscaban algo importante, hablaron por radio con Algeciras y La Línea y al final, después de no sé cuántas comprobaciones documentales, se llevaron esposada a mi sirenita.

A mí me dejaron ir después de cien preguntas acerca del motivo de esa travesía y el fallido encuentro con el gran yate, también de mi relación con la tal Marisa, de esto, de lo otro y de lo de más allá. Yo les conté casi todo y a eso de las tres de la tarde, cansado, absolutamente sorprendido y asustado, marché a casa y me olvidé del submarinismo. Una vez allí, hurgando en la bolsa marinera, buscando un cigarrillo, me encontré dos bolsitas de papel con dos brillantes de muchos quilates, impresionantes, una pasada, de un valor incalculable. La tal Marisa, por lo visto, debía ser contrabandista de joyas. Menos mal que la Policía no registró mi bolsa deportiva. Nunca dije a mis amigos lo que hice con los brillantes, excepto a Juanjo a quien autorizo a que revele el secreto, pero según a quién, porque el incidente igual no ha prescrito".

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