Opinión

Hacia el fin de la confusión

Las circunstancias que justificaban la supeditación de ERC dentro de la coalición independentista han desaparecido

Quim Torra, en el centro, junto a Roger Torrent (derecha) y Pere Aragonés.Massimiliano Minocri

Al movimiento soberanista no le está resultando fácil salir de la confusión en la que quedó después del espectacular fracaso cosechado en la ficticia proclamación de independencia del otoño de 2017. Aquel desastre quedó en parte paliado por la ajustada victoria en las elecciones autonómicas del 21 de diciembre convocadas por el Gobierno de España y el mantenimiento, desde entonces, de una notable capacidad de movilización de sus seguidores. Haber logrado mantenerse en el Gobierno catalán y haber sabido sumarse luego a la mayoría parlamentaria que echó del Gobierno de España al PP de Mariano Ra...

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Al movimiento soberanista no le está resultando fácil salir de la confusión en la que quedó después del espectacular fracaso cosechado en la ficticia proclamación de independencia del otoño de 2017. Aquel desastre quedó en parte paliado por la ajustada victoria en las elecciones autonómicas del 21 de diciembre convocadas por el Gobierno de España y el mantenimiento, desde entonces, de una notable capacidad de movilización de sus seguidores. Haber logrado mantenerse en el Gobierno catalán y haber sabido sumarse luego a la mayoría parlamentaria que echó del Gobierno de España al PP de Mariano Rajoy ha introducido entre los independentistas, sin embargo, la falsa ilusión de que no eran necesarios ni una rectificación ni el consiguiente cambio de programa. Pero no es así. La confusión persiste y el ajuste de cuentas de la coalición independentista consigo misma continúa pendiente.

La defenestración de Marta Pascal de la dirección del PDeCAT mostró la existencia de un empate en la cúpula de la derecha independentista entre los partidarios del reajuste y los partidarios de continuar la fuga hacia adelante, encabezados por el expresident Carles Puigdemont y su sucesor, Quim Torra. Lo mismo indican las dificultades de Oriol Junqueras para lograr que su partido reconozca, un año después, los errores cometidos en las horas críticas de octubre de 2017. Pese a ello, es en la cúpula de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) donde parece que avanza más la conciencia de que es necesario rectificar.

El diputado republicano Joan Tardà ha insistido en los últimos meses en la necesidad de un reajuste en la orientación de su partido. Junqueras, con sus peculiares meandros ideológicos y discursivos, se orienta en la misma dirección. Que Gabriel Rufián instara el pasado fin de semana a pinchar la burbuja del independentismo mágico es probablemente una de las mejores pruebas de que el realismo, finalmente, va penetrando también en reductos de los que hace demasiado tiempo que fue expulsado. Es un cambio significativo.

Junto a Junqueras y Marta Rovira, secretaria general de su partido, Rufián fue directamente corresponsable de que Puigdemont reculara el 26 de octubre de 2017 de su decisión de convocar las elecciones autonómicas, lo que hubiera evitado la toma de control de la Generalitat por el Gobierno de España y la definitiva judicialización del conflicto constitucional. Rufián fue el autor del famoso tuit de las 155 monedas de plata con el que acusaba de traición a Puigdemont. Un aciago momento de gloria por el que no ha pedido perdón, pero del que ahora parece ya asumir que fue un grave error. Es también un avance que dirigentes republicanos como Tardà y Junqueras reconozcan que su apuesta por la independencia necesita más apoyo social del que ahora tienen los partidos soberanistas. Parece que ya entienden que incluso si el actual 47,5% de los votos que suman en las elecciones al Parlament se elevara el 51%, seguiría siendo insuficiente.

Volver al realismo y adoptar un nuevo programa es una condición indispensable para salir de la crisis, pero no aclara todos los aspectos de la confusión. El nuevo programa que los independentistas necesitan para el inmediato futuro debiera expresar las diferencias entre su ala derecha y su ala izquierda. Hasta ahora, la urgencia de las sucesivas hojas de ruta hacia el momento mágico ha servido más para mantener a la derecha al frente de la coalición y del Gobierno catalán que para ninguna otra cosa. Lo cierto es que ERC y la CUP han sido los paganos de la apuesta, justamente en un momento en el que el ala derecha del soberanismo, los herederos directos de CiU, debían responder por sus prácticas corruptas. El procedimiento judicial del caso 3% sigue su curso, pero ha quedado eclipsado por el dramatismo de las cárceles y los exilios. Sin embargo, ellos siguen marcando la agenda y dirigiendo el Gobierno catalán. Mientras, Cataluña va a la cola en la reversión de los recortes sociales de la crisis. Al final, la coalición independentista está siendo un mal negocio político para su ala izquierda y ya va siendo hora de que tome conciencia de ello. Los objetivos y las circunstancias que justificaban la subordinación de la izquierda independentista a los aliados neoliberales han desaparecido, se han volatilizado. La cuestión ahora es si en las próximas elecciones que se convoquen ERC caerá en la misma trampa y seguirá siendo la tabla de salvación de sus debilitados socios de derechas. Es hora de que se verifique el perfil y el peso de cada cual.

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