Opinión

Tareas para el catalanismo

El fracaso de la hegemonía independentista obliga al catalanismo a recuperar un proyecto de amplia mayoría social

Momento de una votación en el Parlament.massimiliano minocri

El quinquenio de hegemonía independentista en el catalanismo tras décadas de autonomismo se ha saldado con un fracaso espectacular y lo que queda ahora en el paisaje político es, sobre todo, confusión. Tal como han ido las cosas es ilusorio pensar que la derrota del independentismo no es también la derrota del catalanismo en su conjunto, por muy injusto que esto les parezca a autonomistas y federalistas.

Lo que se abre ahora ante el catalanismo es una etapa de búsqueda de proyectos susceptibles de lograr un apoyo ampliamente mayoritario y transversal en la sociedad catalana que supere e...

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El quinquenio de hegemonía independentista en el catalanismo tras décadas de autonomismo se ha saldado con un fracaso espectacular y lo que queda ahora en el paisaje político es, sobre todo, confusión. Tal como han ido las cosas es ilusorio pensar que la derrota del independentismo no es también la derrota del catalanismo en su conjunto, por muy injusto que esto les parezca a autonomistas y federalistas.

Lo que se abre ahora ante el catalanismo es una etapa de búsqueda de proyectos susceptibles de lograr un apoyo ampliamente mayoritario y transversal en la sociedad catalana que supere e integre al 47,5% de los votos logrado por los independentistas. Es ilusorio pensar que la tarea para esta nueva etapa pudiera consistir en una acumulación de fuerzas por parte del independentismo para superar a corto plazo su techo electoral. Un mínimo de sensatez obliga a los independentistas a asumir que la clave radica en volver al autonomismo y recuperar la normalidad política y social.

En eso están, podría decirse, a juzgar por su aceptación del marco legal tras la intervención de la Generalitat por el Gobierno de Mariano Rajoy y las consiguientes elecciones autonómicas del 21-D. Pero se echa en falta, de manera flagrante, que los partidos independentistas lleven a cabo el duelo por su derrota y asuman de manera sincera la necesidad de proponer objetivos nuevos y verdaderamente viables en el marco político actual.

Las tareas no son las mismas para todos. Sabemos, para empezar el recuento, que la CUP no está en eso. Su opción ahora es organizar la resistencia popular en defensa de la nonata república. El combate. No parece que vaya a faltarles trabajo. Pero esto no constituye una nueva oferta de gobierno del bloque independentista y no digamos ya del catalanismo en su conjunto.

También sabemos que en el área de Esquerra Republicana (ERC) ha surgido la apuesta de concederse una pausa, se supone que larga, para ampliar el perímetro de los apoyos sociales y políticos del independentismo. En los términos expresados por el diputado Joan Tardà, se habla de buscar acuerdos políticos, o alianzas, entre ERC y las demás fuerzas de izquierdas, el PSC y los Comuns. Sería, de llevarse a cabo, una especie de retorno a la etapa de la equidistancia practicada en la década de 1990, en la que ERC se inclinaba a veces hacia la izquierda, pero otras veces se unía a los nacionalistas aunque fueran de derechas.

De la parte del catalanismo que ha defendido históricamente el federalismo, sabemos que su preocupación principal no es ofrecer la correspondiente propuesta de cambio de estatus constitucional. Está claro para todos que, en esta materia, el horno español no está para bollos. Lo que preocupa más tanto al PSC como a los Comuns, a juzgar por lo expresado en las últimas sesiones del Parlament por Miquel Iceta y Xavier Domènech, es zurcir los descosidos sociales provocados por la fuga hacia adelante de los gobiernos de Artur Mas y Carles Puigdemont durante el quinquenio independentista. Una etapa para curar heridas.

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La verdad es que ahora mismo nadie da un duro por las ofertas políticas lanzadas la semana pasada por Iceta y Domènech. Iceta propuso un gobierno de concentración con participación de todos los partidos. Domènech defendió la creación de un gobierno integrado por personalidades independientes representando un abanico político-ideológico tan amplio como para que todos los partidos pudieran aceptarlo. La clave de ambas propuestas radica en que exigirían la articulación de la correspondiente mayoría parlamentaria, en la que también estarían los independentistas, pero no sería independentista. Nadie acepta eso.

Los nacionalistas del PDeCAT están dramáticamente divididos entre su dirección formal, encabezada por Marta Pascal, y la lista de Puigdemont. De la dirección del partido se sabe que no le costaría nada, o muy poco, adentrarse de nuevo por la senda del autonomismo. En el caso de los herederos de la Convergència lo raro, lo excepcional, es que hayan ido tan lejos de la mano de socios como ERC y la CUP. Para el PDeCAT, la prioridad debiera ser recuperar el control de lo que se le escapó en forma de lista de Puigdemont. El segundo objetivo prioritario para el PDeCAT es recuperar el perfil de partido fiable, de orden, capaz de mantenerse como eje de la derecha catalana. Esto es lo que el PDeCAT debiera poder garantizar ahora al catalanismo. Si no lo logra, habrá tsunami.

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