Fantasía, belleza y riesgo

Éxito de la presentación en Barcelona del Cirque du Soleil con ‘Totem’, un espléndido alarde de imaginación

Un momento de Totem, el espectáculo del Cirque du Soleil. CARLES RIBASCARLES RIBAS

En un ambiente que no invitaba precisamente a ir al circo arrancaron el viernes las representaciones en Barcelona de Totem, el nuevo espectáculo del Cirque du Soleil que recala en la ciudad (Districte Cultura de L'Hospitalet, hasta el 20 de mayo). La crispada situación en el exterior por las nuevas detenciones se trasladó en los momentos iniciales al interior de la gran carpa blanca con gritos de “llibertat presos pol...

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En un ambiente que no invitaba precisamente a ir al circo arrancaron el viernes las representaciones en Barcelona de Totem, el nuevo espectáculo del Cirque du Soleil que recala en la ciudad (Districte Cultura de L'Hospitalet, hasta el 20 de mayo). La crispada situación en el exterior por las nuevas detenciones se trasladó en los momentos iniciales al interior de la gran carpa blanca con gritos de “llibertat presos polítics” que fueron coreados por buena parte del público. La coyuntura provocó también que el estreno barcelonés quedara deslucido como acto social, con poca presencia de rostros populares y casi absoluta de políticos. Al espíritu atribulado de la velada contribuyó el trágico recuerdo de la reciente caída mortal del acróbata Yann Arnaud mientras representaba otro montaje de la compañía, Volta, en Tampa, Florida, y al que se le recordó por megafonía antes de comenzar la función.

Dicho todo esto, desde el punto de vista del espectáculo, la fiesta fue completa. Totem es una creación magnífica, llena de espectacularidad, imaginación, magia y proezas físicas, envuelta en una espléndida teatralidad que trasciende la estética un tanto hueca, relamida, que ha caracterizado otras producciones del Cirque du Soleil. El mérito hay que dárselo sin duda al autor y director del espectáculo, el gran Robert Lepage, viejo conocido del público teatral barcelonés. El montaje, sin perder el sello de calidad y la lujosa producción, con fastuoso despliegue de tecnología (la cúpula de huesos, esa rampa semoviente que se despliega como un ser vivo o la cola de un dragón, las proyecciones que convierten el suelo en mar), que caracteriza a la compañía canadiense, tiene un algo de retorno a los orígenes circenses, con el foco puesto en la audacia y el más difícil todavía.

Totem se centra en el tema de la evolución y hace aparecer a Darwin (“El Científico”) asistido por un chef de piste ecológista y crack del diábolo, en un simpático batiburrillo por el que discurren también monos y homínidos salidos de 2001 y de En busca del fuego (muy gracioso el gag en que forman la famosa imagen de la línea evolutiva del simio al ejecutivo). Los personajes emblemáticos son una especie (y valga la palabra) de humanoides anfibios virtuosos de la barra fija que parecen surgidos de una fantasía colorista y vitalista (si ello fuera posible) de Lovecraft. Algunos de esos batracios que retozan en una feliz ciénaga primordial están inspirados visualmente en salamandras o en las famosas y vistosas ranitas punta de flecha de Centroamérica y América del Sur. A destacar un ser impresionante cubierto por un body y mallas de miles de cristales reflectantes y que desciende de la cúpula de la carpa para llevar la chispa de la vida a la Tierra.

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La otra gran línea argumental de Totem son las culturas amerindias personificadas en personajes que aluden a diferentes tribus, de las llanuras, de los bosques o de los cultivadores, salidos de un western o de los relieves de Palenque, y que con sus bailes, cantos y tambores componen en buena parte la banda sonora.

El público aplaudió a rabiar, y más aún cuando los artistas elevaron las manos al cielo de la carpa
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En todo caso, Totem no tiene en realidad más hilo argumental que la sorpresa, la belleza y el asombro. También el humor, con unos payasos realmente muy divertidos entre los que destacan Valentino, entrañable y provocateur hortera italiano que se insinúa a las mamás y hace las delicias de los niños, y El Pescador, con la empecinada seriedad de un Buster Keaton. La escena en que el segundo tripula una lancha y el primero hace esquí acuático es antológica.

Es difícil destacar un número circense en un programa en el que todos son sensacionales y ponen a menudo el ¡ay! en las gargantas. Las chicas sobre altos monociclos que recogen cuencos metálicos en sus cabezas, la inimitable (!) contorsionista, los buenísimos acróbatas de barra rusa caracterizados de extraterrestres fosforescentes con escafandras, el Tarzán antipodista... Pero si hay que mencionar especialmente a algunos es a los que vuelan sobre la pista: el vertiginoso trío con las anillas y el dúo de trapecistas. Después de lo de Florida hay que tener arrestos para subir allá arriba. Se pudo percibir una preocupación por la seguridad al recolocar los técnicos una colchoneta.

Lo único que no funcionó muy bien fue el cuadro multicultural con aire flamenco y toros: probablemente no era el día.

A la hora de llevarse una imagen de ese entusiasmante mosaico más de uno elegiría el número de los patinadores acrobáticos pieles rojas, él un guerrero y ella una bellísima princesa de su tribu, quizá cherokee, que llegan y parten en una canoa, puro El último mohicano...

Al finalizar el espectáculo, el público aplaudió a rabiar y más cuando los artistas elevaron las manos, en señal de homenaje, al cielo de la carpa.

 

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