Noah Gundersen: La belleza clásica

El cantautor Seattle, dueño de una garganta dulce pero poderosa, es un prodigio privilegiado

Un concierto que echa a andar con After all equivale a una bendición. Se llenó anoche el Café Berlín para calar a este cantautor larguirucho de Seattle, dueño de una garganta dulce pero poderosa, afianzada en la franja aguda e irresistible cuando traza la inflexión al falsete. Para su reciente y extenso tercer disco, White noise, ha optado por arreglos expansivos y enfáticos, puede que a veces rimbombantes; pero ayer regresó, en su soledad, a la desnudez de los inicios, a la pureza cruda de la voz y la guitarra arpegiada. El ideal suele radicar en el punto intermedio, pero No...

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Un concierto que echa a andar con After all equivale a una bendición. Se llenó anoche el Café Berlín para calar a este cantautor larguirucho de Seattle, dueño de una garganta dulce pero poderosa, afianzada en la franja aguda e irresistible cuando traza la inflexión al falsete. Para su reciente y extenso tercer disco, White noise, ha optado por arreglos expansivos y enfáticos, puede que a veces rimbombantes; pero ayer regresó, en su soledad, a la desnudez de los inicios, a la pureza cruda de la voz y la guitarra arpegiada. El ideal suele radicar en el punto intermedio, pero Noah Gundersen resiste a palo seco por la belleza clásica de su escritura y por esa voz amplia, generosa, vulnerable. Lindísima.

Había abierto boca el cantautor eléctrico local Willy Naves, otro jovenzuelo de voz tierna y afilada, talento expansivo y letras con margen aún de mejora. También él logró un silencio que con Gundersen derivó en embeleso. Sobre todo cuando sus crónicas desoladas derivan en alaridos de dolor, como en la realmente hermosa 'Halo'.

Noah convoca el espíritu de autores algo o mucho más mayores que él, desde William Fitzsimmons a John Gorka, pero cuando se sienta al piano de cola tampoco se queda tan lejos de la sensibilidad más mayoritaria de Tom Odell y hasta Chris Martin, como ayer demostraron Heavy metals y The sound. Sobran las obviedades ("Necesito una mujer que me haga sentir como un hombre") y alguna arquetípica crónica vaquera de caminos a Nashville, pero, a sus 28 añitos, Gundersen es un prodigio privilegiado.

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