Una celebración fúnebre del circo

Dos artistas ofrecen visitas guiadas al Cementerio Británico en el centenario de la muerte del primer director del Price

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Visita teatralizada al Cementerio Británico de Madrid, el pasado domingo. KIKE PARA

Un grupo de caminantes silenciosos deambulan de noche entre inscripciones borradas, cruces de piedra rotas, bancos de forja y panteones de una sobriedad enigmática. Los visitantes se enfrentan a la visita con auriculares. Algunos cierran los ojos y respiran el olor de los pinos, las adelfas, los cipreses; otros escudriñan los vanos y los nombres extranjeros en el Cementerio Británico, un camposanto planeado en 1796 en lo que ahora es Carabanchel. Están allí para rendir un homenaje a una de esas lápidas, la del fun...

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Un grupo de caminantes silenciosos deambulan de noche entre inscripciones borradas, cruces de piedra rotas, bancos de forja y panteones de una sobriedad enigmática. Los visitantes se enfrentan a la visita con auriculares. Algunos cierran los ojos y respiran el olor de los pinos, las adelfas, los cipreses; otros escudriñan los vanos y los nombres extranjeros en el Cementerio Británico, un camposanto planeado en 1796 en lo que ahora es Carabanchel. Están allí para rendir un homenaje a una de esas lápidas, la del fundador del Circo Price, William Parish, en el centenario de su muerte.

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Matilde de Fassi y William Parish llegaron en el siglo XIX a Madrid a lomos de un caballo; encima de su grupa, los artistas que después se convertirían en matrimonio, embelesaban a un público de todas las edades con sus acrobacias. Cuando tocó retirarse, Parish no se marchó lejos: desde 1880 a 1917 el británico dirigió el Price, afincado entonces en la Plaza del Rey.

Su tumba, donde descansan los restos de la pareja y uno de sus hijos, yace junto a otros extranjeros que se quedaron en Madrid. Como Loewe, creador de la casa de modas, y Lhardy, el fundador del mítico restaurante (en 1839), el primer local de la capital que dejó entrar a las mujeres sin un hombre del brazo.

El Price fue el primer circo permanente que se instaló en Madrid, de la mano de aquel caballero inglés que abría las puertas de la carpa a los niños pobres, que pudo haber hecho su fortuna con las apuestas de los caballos y que programó algunas actuaciones cuyas “contorsiones y movimientos” llegaron a parecer en la época algo escandaloso. “No es lícito exhibirlos en un circo, a donde se va a presenciar ejercicios de fuerza, de destreza o payasadas inofensivas”, se le llegaron a quejar alguna vez por carta.

Todas estas pistas, escondidas en legajos y hemerotecas, son las que ha seguido otra pareja, los artistas escénicos Itsaso Iribarren y Germán de la Riva. Ambos son los encargados de enseñar, cada domingo hasta el próximo 26 de noviembre, el Cementerio Británico en forma de dramatización (para mayores de ocho años, en pases de 11.00 y 12.30, hasta un máximo de 25 personas. La entrada cuesta 5 euros).

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Recuerdan, carta a carta, la historia de Parish y, de paso, invitan a perderse por la historia de este camposanto madrileño, en cuya primera lápida se talló la espada Excalibur y donde se enterraba a todos aquellos que no profesaban la religión católica.

Iribarren y de la Riva ofrecen un espectáculo respetuoso y elegante, donde visitantes pasan casi una hora disfrutando, en silencio, de la narración, que transcurre a través de unos auriculares y de las pequeñas piezas de danza y malabarismo que dan sentido al relato, una narración epistolar y musical.

“Queríamos que fuera íntimo, ser parte de sus cartas, de su historia”, susurra Itsaso, que toma té junto a la entrada. “Queridos William y Matilde, ¿quién os iba a decir que vuestro circo sería hoy toda una institución pública?”, lee Germán, y continúa el paseo entre las lápidas, como dejándose ir, danzando, despacio, sigiloso.

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