Un legítimo pastiche

El octeto australiano incita al buen humor en el Palacio de los Deportes, incluso aunque mañana no les recordemos ya

El grupo australiano Cat Empire en uno de sus conciertos de su gira europea.Orlin Nikolov

Una banda que elabora la portada de su último álbum a partir de los rostros de 3.500 seguidores está llamada a resultar endiabladamente empática sobre el escenario. Y si el disco de las caritas lleva por título Ascendiendo con el sol (Rising with the sun), parece que resultará propicia para elevar los biorritmos en uno de los meses más tontorrones que ha concebido la rotación de la Tierra. Ambos pronósticos se cumplieron este martes en el Palacio de los Deportes con The Cat Empire, una banda que traduce al pentagrama la policromía y mult...

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Una banda que elabora la portada de su último álbum a partir de los rostros de 3.500 seguidores está llamada a resultar endiabladamente empática sobre el escenario. Y si el disco de las caritas lleva por título Ascendiendo con el sol (Rising with the sun), parece que resultará propicia para elevar los biorritmos en uno de los meses más tontorrones que ha concebido la rotación de la Tierra. Ambos pronósticos se cumplieron este martes en el Palacio de los Deportes con The Cat Empire, una banda que traduce al pentagrama la policromía y multiplicidad de ángulos de esos caleidoscopios con los que decora el fondo del escenario. Estos emperadores gatunos son numerosos, se mueven en territorios brillantes y sudan la camiseta. Quizá no haya grandes himnos que guardar en la memoria, pero, al menos, el compromiso con los más de 2.000 tipos que meneaban las carnes en la pista fue irreprochable.

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Los australianos han encontrado una estrecha intersección entre el jazz latino, el ska y el pop independiente, y las coordenadas resultantes se aproximan a las que ya manejaron antes en Los Ángeles los maravillosos Ozomatli. El componente hispano es más tenue junto a la bahía de Melbourne, de acuerdo, pero en estos tiempos globales los metales pueden abrazar la incandescencia desde cualquier rincón del globo. The Cat Empire saben hacerlo con solvencia, incluso aunque para ello deban encontrar la legitimidad en los territorios del pastiche. Son híbridos, desprejuiciados y musicalmente bastardos, pero se agradece la impureza de sangre en estos tiempos de regreso a los muros y las intolerancias.

Lo mejor del octeto es que su versatilidad le convierte en una opción atractiva para audiencias diversas, desde el BBK bilbaíno al Womad de Fuerteventura. La adictiva Wolves, segunda entrega de la noche, sonó a crepitante pop jamaicano, mientras que The lost song se enriquece con un bello e inusual fraseo del saxo barítono. Y los más jazzistas del lugar caerían en la cuenta de que los teclados de Daggers drawn parecían prestados de Chick Corea a mediados de los años setenta.

Puestos a pedir, sería un detalle que Felix Riebl y James Angus, que se reparten la voz cantante, nos ahorrasen algún sobresalto con la afinación. Sobre todo en las notas altas, como ese falsete de Prophets in the sky que en estudio suena negroide y anoche caminó por el filo de la incertidumbre. Luego llega Midnight, sutil y seductora, y se nos olvidan las objeciones: entraban ganas de descalzarse y hacerse rastas. Es lo bueno de The Cat Empire: incitan al buen humor, incluso aunque mañana apenas recordemos ya sus canciones.

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