Opinión

Culminar el cambio

El 26-J es una oportunidad para ratificar y garantizar el cambio político expresado el 20-D y en las elecciones locales y autonómicas

El empuje social hacia el cambio político que se expresó en las elecciones del 20-D dio una mayoría de izquierdas tan ajustada que los partidos que la cosecharon no pudieron o no supieron aprovecharlo. Se presenta ahora una oportunidad para verificar si aquel empuje respondía a una voluntad profunda, asentada en causas y argumentos sólidos, que permanece en la voluntad y los intereses de esa mayoría de ciudadanos, o se ha agotado durante estos cuatro meses de impotencia. El 26-J se verá si ese empuje se ha echado a perder o si ha cundido al desánimo que los partidarios del statu quo p...

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El empuje social hacia el cambio político que se expresó en las elecciones del 20-D dio una mayoría de izquierdas tan ajustada que los partidos que la cosecharon no pudieron o no supieron aprovecharlo. Se presenta ahora una oportunidad para verificar si aquel empuje respondía a una voluntad profunda, asentada en causas y argumentos sólidos, que permanece en la voluntad y los intereses de esa mayoría de ciudadanos, o se ha agotado durante estos cuatro meses de impotencia. El 26-J se verá si ese empuje se ha echado a perder o si ha cundido al desánimo que los partidarios del statu quo predican por todos los medios.

Es una oportunidad verdaderamente excepcional. Nunca antes los ciudadanos españoles habían podido ratificar, corregir o rectificar un pronunciamiento electoral al cabo de medio año. La razón de fondo para la nueva cita con las urnas es que la voluntad de cambio fue suficientemente fuerte como para impedir que continuara gobernando la derecha, pero no lo bastante rotunda como para alumbrar una mayoría alternativa. Hubo una clara mayoría de votos de izquierdas. Al Gobierno del PP se le dijo que no podía seguir. Los electores le negaron el apoyo necesario para dirigir una nueva legislatura. El presidente saliente, Mariano Rajoy, abrasado por la corrupción de su partido, no pudo presentarse como candidato a una investidura por falta de una mayoría parlamentaria que le apoyara.

Sin embargo, tan cierto como esto lo es que la traducción en escaños del apoyo electoral a la izquierda fue tan ajustada que su viabilidad como proyecto de cambio sustancial era muy problemática. Eso es lo que se puso de manifiesto cuando Pedro Sánchez, el candidato socialista, en un espectacular giro postelectoral, intentó articular una nueva mayoría, pero no con la izquierda, sino mediante una alianza de hierro del PSOE con Ciudadanos, el partido al que durante la campaña electoral había definido como la rama juvenil del PP.

¿Cuánto hubiera tenido de realmente alternativa a las orientaciones del PP y los mandatos de la troika una legislatura basada en el programa socioeconómico pactado por Ciudadanos y el PSOE? La lógica más elemental lleva a concluir que muy poco. Pero, por parecidas razones, cabe entender también que no mucho más alternativa habría sido una política socioeconómica que Podemos e Izquierda Unida se hubieran visto obligadas a pactar con el propio PSOE y, directa o indirectamente, con otras fuerzas de centro derecha como DiL y PNV.

Aquella eventual mayoría de cambio con Podemos e IU que el comité federal del PSOE le prohibió taxativamente a Sánchez, dependía en última instancia de las abstenciones parlamentarias de los partidos del centro derecha catalanes y vascos. Es verdad que, ahora, en la coyuntura política que se arrastra desde 2010, estos partidos y el PP protagonizan un espectacular choque de nacionalismos, pero eso que en el plano político contiene aspectos ciertamente rupturistas, no les convierte en adalides del progresismo socioeconómico. Ni de lejos.

A primera vista parece que quien tiene más a perder o ganar en la nueva cita electoral es el PP, puesto que está en juego su condición de partido gobernante. Pero no es exactamente así. Mariano Rajoy y su cohorte dirigente fueron ya despedidos por el electorado el 20-D y nada indica que puedan ser recuperados. Quien tiene más a perder ahora es el PSOE porque si hace cuatro meses el principal golpe lo recibió la pata derecha del bipartidismo, el electorado puede ahora culminar la operación reduciendo también el peso de la pata izquierda.

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La ecuación que debe resolver el PSOE es la típica de un partido que ha ocupado el centro de un esquema de fuerzas que ahora tiran todas a la vez en direcciones opuestas. En 1982, el PSOE explotó con éxito la oportunidad de aspirar a la vez al electorado del PCE y al de UCD, y consolidarse como opción de gobierno reformista y de orden. En 2011, sin embargo, el PSOE fue derrotado por haber dejado de ser un partido suficientemente reformista, por acatar sin chistar los dictados de la troika, y desde entonces sufre la doble competencia de quienes desde la derecha son más genuinamente liberales, como Ciudadanos, y desde la izquierda, más genuinamente reformistas, Podemos e IU. Estas dos fuerzas ya sumaron el 20-D más votos que el PSOE y nada augura que ahora vayan a sumar menos. Esto es lo que dirá si subsiste o no el empuje de cambio que comenzó el 20-D.

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