Crítica

Genio y figura

Silvia Pérez Cruz, una estrella de aire doméstico, rindió al Tívoli

Silvia Pérez Cruz, el pasado lunes, en el teatro Tívoli.Carles Ribas

Lo tiene todo a favor, casi siempre lo ha tenido. Nacer de una tradición con esa voz, más aún, nacer con esa forma de decir, nacer con esa estampa que parece hecha, ya de saque, para vivir en un escenario e imponer su figura, allana el camino que lo comunica con sus espectadores. Para más señas Silvia Pérez Cruz ocupa escena como sin querer, como si fuese una cría que se ha escapado de casa para cantar unas coplillas al albur, sin mayor intención que cantarlas, así, tímidamente, ahogada por la modestia, como insegura. Nada más lejos de la realidad, Silvia es una fuerza indómita, música cabal, ...

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Lo tiene todo a favor, casi siempre lo ha tenido. Nacer de una tradición con esa voz, más aún, nacer con esa forma de decir, nacer con esa estampa que parece hecha, ya de saque, para vivir en un escenario e imponer su figura, allana el camino que lo comunica con sus espectadores. Para más señas Silvia Pérez Cruz ocupa escena como sin querer, como si fuese una cría que se ha escapado de casa para cantar unas coplillas al albur, sin mayor intención que cantarlas, así, tímidamente, ahogada por la modestia, como insegura. Nada más lejos de la realidad, Silvia es una fuerza indómita, música cabal, artista segura hasta las ancas de sí misma y poderosa, una reina, ¿faraona?, en el sentido más estricto de la palabra, una encantadora de multitudes a las que somete apelando a la sencillez. Lo volvió a hacer en el Tívoli.

Presentaba Domus, un disco cuya ilación tiende a disiparse sin el concurso de la pantalla para la que está concebido. No es por lo demás un disco ajeno al mundo de Silvia, que no es uno, es varios, es todos, es la canción popular en su sentido más amplio. Silvia canta con un no sé qué sobrenatural, una facilidad para quebrar la voz, retenerla, dejarla ir en un susurro para luego empujarla con un grito, que desarma. Es una cantante prodigiosa por su sentimiento, una voz que sabe decir y que se adaptó a la variedad de registros de Domus y de las demás piezas que interpretó, de la copla a la lambada, de México a Portugal, de Piaf a Sánchez Ferlosio, de la habanera al pop. Es quizás en éstas piezas, las cantadas en inglés, donde Silvia fue más concisa con la voz, donde la dejó volar menos.

Y es así la voz su principal arma, que usa hasta situarse en la justa frontera del fuego de artificio. Silvia canta mucho y bien, pero también puede parecer que canta demasiado, que la pirotecnia atenúa el brillo de las propias canciones. Pero al mismo tiempo, Silvia hace que todo suene a ella, más allá de que se trate de un mambo o de una copla, y eso lo pueden afirmar muy, pero que muy pocos cantantes, esos que suenan a sí mismos, esos que sólo al abrir la boca son reconocibles. Se debe sumar que en el Tívoli los acompañamientos de cuerda, —violines, chelo, contrabajo—, arpa o percusión fueron ejemplares, un plus a añadir a un concierto que fue algo más que música popular de cámara.

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