Opinión

Los amigos de Muriel

Una mujer en transformación constante que sin proponérselo adquirió y asumió su papel en el auge independentista y que siendo muy visible, supo protegerse bien de los focos

Lo propio sería escribirlo en inglés, Muriel's friends, englobando sin el engorro del género a sus amigas y amigos. Enfatizando una anglofilia que continúa en su hija, Laia Gasch, londinense de adopción, y su nieto Max, británico. Para recordar también el film de Kenneth Branagh en los 90, los años en que más la traté. Una advierte ahora, cuando la muerte pone fin y da sentido a la historia de una vida, que Muriel Casals se iba transformando entonces, sin saberlo, en una mujer que encontraría su lugar tal vez más íntimo en el progresivo auge independentista de acción directa que estab...

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Lo propio sería escribirlo en inglés, Muriel's friends, englobando sin el engorro del género a sus amigas y amigos. Enfatizando una anglofilia que continúa en su hija, Laia Gasch, londinense de adopción, y su nieto Max, británico. Para recordar también el film de Kenneth Branagh en los 90, los años en que más la traté. Una advierte ahora, cuando la muerte pone fin y da sentido a la historia de una vida, que Muriel Casals se iba transformando entonces, sin saberlo, en una mujer que encontraría su lugar tal vez más íntimo en el progresivo auge independentista de acción directa que estaba por venir. Una “reina madre”, se ha dicho desde distintos ámbitos y voces. Puede que le gustara oírlo, aunque seguramente se lo tomaba como tantas queen (reinas) republicanas, laicas y sexualmente libres que su generación y la mía, flores de los 70, hemos conocido.

Provenía como intelectual de la historia económica, a la que dedicó su tesis, La indústria tèxtil llanera i la guerra de 1914-18, bajo la dirección de Jordi Nadal, el eminente historiador y continuador de Vicens Vives. Como alabanza suprema de su discípula, fue él quien dijo, no sé si en la misma defensa de la tesis, que Muriel Casals tenía “la inteligencia de un hombre”. Ella lo recordaba con esa ironía digamos que británica que tan bien puede maquillar la contrariedad y lo risible.

Se dedicó luego a la docencia universitaria y, con los años, no tanto a la investigación como a la divulgación y puesta al día de los asuntos económicos en artículos y tertulias radiofónicas. Alguna vez he pensado que el neto elogio masculinista de su tutor tal vez la paralizó en ciertos aspectos y le dio alas en otros que su maestro quizá no esperaba de ella.

Su interés por los medios de comunicación fue continuado y persistente. Empezó en tanto que profesora de estudiantes de periodismo y audiovisuales en la Universitat Autònoma, donde coincidió con Josep M. Baget Herms, el sabio de la historia de la televisión, que sería uno de sus grandes amigos. Muriel, militante primero del PSUC y luego de Iniciativa, formó parte del primer consejo audiovisual, en los años de la creación de TV3. Con Baget mantenía largas conversaciones que desentrañaban los indicios de la tele, entonces que aparecían también las cadenas privadas y el fenómeno Berlusconi nos tenía asombrados. Sus maneras educadas en los gestos y suaves en el hablar a la vez que claras y contundentes, por las que hoy tantos trazan su descripción, se reafirmaron entonces, a través de la observación de los cambios en el paisaje mediático, más y más estridente, comunicativamente perverso (hasta llegar al actual periodismo del clic digital que ha comerciado con la hora de su muerte).

Recuerdo todo esto en particular porque, desde luego, no puede decirse que Muriel Casals haya pasado los últimos cinco años, desde que asumió la presidencia de Omnium en 2010, persiguiendo ella misma periodistas ni mucho menos titulares. Y ha ocupado muchos, siendo muy visible y a la vez protegiéndose bien de los focos. Lo que no deja de ser lección interesante para quienes cercan la esfera pública con ansiedad.

Veía su progresiva presencia en la sociedad civil independentista y no me sorprendía su transformación. Su inteligencia era, para seguir con lo de antes, muy femenina en verdad, a la manera de las ilustradas del XVIII francés, mujeres cultas que organizan, coordinan y abren su casa. Prefería una solución imaginativa a un problema de relación que no las rutinas que llevan al callejón sin salida, y sin esfuerzo la imagino aplicando lo mismo al Procés. Una mujer de amistad, en los distintos grados y ondas expansivas que esta relación tiene, de tantas formas como personas entrelaza. La conocí así, en sus momentos buenos y en los menos. En la misma dirección veía que iba ensanchando sus círculos en estos últimos años, haciendo florecer en ella su disciplina afable y su enorme disponibilidad para estar en compañía. Diría que ella misma se sorprendió de verse entrar en la historia en 2010 y la gran concentración de julio, convocada única y exclusivamente por el Omnium que presidía.

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Tras las elecciones de septiembre, dando vueltas a los resultados y el complejo panorama negociador, comenté en casa que a ver si finalmente sería Muriel la presidenta de la Generalitat. Tuvo alguna posibilidad, que no llegó a puerto. La había felicitado por Whatsapp por ser diputada. “Tot anirà bé”, respondió.

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

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