Opinión

La gran coalición ya funciona

Mientras Sánchez pide a las fuerzas de izquierdas que le apoyen para presidente, toma sus primeras decisiones políticas con PP y Ciudadanos

La relación de fuerzas surgida de unas elecciones generales se expresa por primera vez en la formación de la nueva Mesa del Congreso de los Diputados y la elección de su presidente. Si en la cámara no hay mayoría absoluta de un partido, como es el caso después del 20-D, la elección de la Mesa y de su presidente obliga a las primeras negociaciones y pactos. El alineamiento de los partidos facilitado por las afinidades ideológicas y las preferencias políticas en este primer momento es el mismo que luego configurará la mayoría parlamentaria y de gobierno para toda la legislatura. Salvo excepcione...

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La relación de fuerzas surgida de unas elecciones generales se expresa por primera vez en la formación de la nueva Mesa del Congreso de los Diputados y la elección de su presidente. Si en la cámara no hay mayoría absoluta de un partido, como es el caso después del 20-D, la elección de la Mesa y de su presidente obliga a las primeras negociaciones y pactos. El alineamiento de los partidos facilitado por las afinidades ideológicas y las preferencias políticas en este primer momento es el mismo que luego configurará la mayoría parlamentaria y de gobierno para toda la legislatura. Salvo excepciones muy raras, rarísimas, es lo que sucede siempre.

Los movimientos de los partidos desde el 21 de diciembre indican que la mayoría parlamentaria más viable con la actual composición del Congreso es la que ya se ha expresado y materializado en dos ocasiones de indudable significación política. La primera vez, a iniciativa de los socialistas, para formar una alianza entre PSOE, Ciudadanos y PP para otorgar a estos tres partidos el control de la Mesa del Congreso y elegir a un socialista como su presidente. En la segunda ocasión, también a iniciativa del PSOE, para que esa misma alianza relegue a la tercera fuerza de la cámara, Podemos y sus confluencias, a los escaños del gallinero en el hemiciclo. Es decir, para humillar a Pablo Iglesias, surgido de las elecciones como la gran amenaza para que el PSOE siga siendo el segundo componente del bipartidismo español.

Estas han sido las dos expresiones de la nueva correlación de fuerzas surgida del 20-D. No ha habido otra. Todo lo demás ha sido mera aplicación mecánica, obligada, de leyes y reglamentos. Cuando ha sido necesaria una voluntad política, esa alianza de PSOE, Ciudadanos y PP ha sido la que se ha expresado.

El mensaje enviado así por estos tres partidos a los electores está bastante claro y tiene dos párrafos. El primero explica que la derecha está dispuesta a ceder ante los socialistas posiciones de poder institucional relevantes como la presidencia del Congreso siempre y cuando esto sirva para alejarles de Podemos y las confluencias de izquierdas. Lo único que exige a cambio de pactar con los socialistas es que estas posiciones de poder caigan en manos de algún socialista de los “buenos” y tengan el contrapeso de una mayoría de derechas en la Mesa. El nuevo presidente del Congreso, Patxi López, ofrece un perfil idóneo a estos efectos. A los ojos de la derecha es un socialista tan “bueno” que el PP incluso le apoyó en 2009 como lendakari durante una legislatura entera. En la práctica, la gran coalición ya funciona.

El segundo párrafo del mensaje enviado a los electores explica que los socialistas no se engañan acerca de cuáles son las posibilidades reales de articular una mayoría parlamentaria y de gobierno de izquierdas con la actual composición del Congreso. Casi ninguna, dadas las circunstancias políticas en las que algunos componentes necesarios para esta mayoría son independentistas. Lo saben los socialistas y lo sabe todo el mundo.

Para cualquier combinación de izquierdas se necesita la participación o por lo menos el asentimiento de los diputados de ERC y Bildu, y por lo menos la abstención del PNV o DiL. El aspirante Pedro Sánchez se ha comprometido a no negociar la investidura con los independentistas y, por si esto no bastara, una parte del PSOE aplaude con fervor y apoya los interdictos y los anatemas que PP y Ciudadanos lanzan contra los independentistas. De ser viable, esta eventual mayoría es la que se hubiera configurado ya para formar la Mesa del Congreso. Hubiera servido para prefigurar la futura mayoría parlamentaria y de gobierno de izquierdas, con una composición de la Mesa distinta de la actual, en la que la mayoría, de cuatro entre siete, corresponde a la derecha.

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Así pues ¿para qué sirven las conversaciones emprendidas por Sánchez para lograr apoyos a su investidura como presidente del Gobierno? Sirven sobre todo para mostrar al electorado que el PP ha perdido las elecciones aunque disponga del grupo parlamentario más numeroso. Sirven también para subrayar que la mayoría de votos han ido a parar a las fuerzas de izquierdas. Cuando finalicen, si lo hacen con éxito servirán para formar gobierno, claro, pero si fracasan, servirán para dejar claro al electorado de izquierdas que el líder del PSOE intentó salvar la legislatura. Si no lo logra, las incógnitas a despejar son las siguientes: ¿Quién cargará con la responsabilidad del fracaso? ¿Quién cargará con la responsabilidad de repetir las elecciones?

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