Opinión

Infiltrados en la CUP

En camino hacia la República catalana, según CDC, cabe una cosa y su opuesta: se puede desobedecer la legalidad sin crear inseguridad jurídica

Está la CUP infiltrada por agentes del Centro Nacional de Información (CNI)? Como si el polideportivo de Manresa donde hace una semana se reunió la CUP ocultase tanto misterio y espías como el lujoso Cliveden House del caso Profumo, desde conspicuos círculos convergentes se asegura que esta formación radical está plagada de agentes dobles que van a dar al traste con el procés. El descubrimiento ha sido reciente. En cuanto la CUP se ha negado por segunda vez a investir a Artur Mas, se ha quedado despojada del estado de gracia que la adornaba. Los simpáticos jóvenes de izquierd...

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Está la CUP infiltrada por agentes del Centro Nacional de Información (CNI)? Como si el polideportivo de Manresa donde hace una semana se reunió la CUP ocultase tanto misterio y espías como el lujoso Cliveden House del caso Profumo, desde conspicuos círculos convergentes se asegura que esta formación radical está plagada de agentes dobles que van a dar al traste con el procés. El descubrimiento ha sido reciente. En cuanto la CUP se ha negado por segunda vez a investir a Artur Mas, se ha quedado despojada del estado de gracia que la adornaba. Los simpáticos jóvenes de izquierda independentista que antes se abrazaban de manera cómplice con el presidente de la Generalitat han pasado a ser gentes inestables emocionalmente, radicales anticapitalistas, escasamente pactistas… seguramente descendientes de aquellos murcianos de la Torrassa o de las Casas Baratas que dieron tantos días de gloria a la Federación Anarquista Ibérica como quebraderos de cabeza a las gentes de orden.

¿Cómo es posible que la CUP no se ablande con los guiños a la desobediencia que Junts pel Sí hizo con la famosa y fraternal declaración del Parlament en favor de la independencia? En el puzzle soberanista catalán hay piezas que no acaban de encajar. No se puede aprobar una declaración el 9 de noviembre —en la que aseguras que no vas a obedecer al Tribunal Constitucional— y el día 27 de ese mismo mes presentar alegaciones ante la criticada instancia con el argumento de que el texto era poco menos que broma. Ese proceder no permite superar el examen de ingreso a la categoría de antisistema. No se puede pasar de tachar al TC de tribunal “deslegitimado y sin competencia” a implorarle el aval, con el argumento de que la declaración parlamentaria expresa solo “una voluntad, aspiración o deseo”, y carece de efectos jurídicos. Alguien ha perdido los papeles.

Queda por vivir próximamente otro episodio de doble lectura: el plan de choque ofrecido por Junts pel Sí

Los mismos argumentos de la independencia como broma —“una simple instrucción indicativa” sin “fuerza legal”, de acuerdo con las alegaciones— son los que Mas esgrimió en la reunión que la pasada semana mantuvo con la cúpula del Círculo de Economía para tratar de calmar a los empresarios catalanes. El presidente en funciones restó importancia a la declaración instrumental —que dijo tenía como objetivo la investidura— para poder aplicar luego pactos de geometría variable con otros partidos ideológicamente más afines. Cinco días después, Francesc Homs, cabeza de lista de Democràcia i Llibertat (antes CDC), trató de imitar con bastante mala fortuna los equilibrios de su superior jerárquico, recordando ante los empresarios del mismo Círculo que su programa no habla en ninguna parte de desobediencia ni de nacionalizaciones. Es decir, que el horizonte de la República catalana es tan vasto que Convergència lo abre a una cosa y a la contraria: a desobedecer la legalidad sin crear inseguridad jurídica. Queda por vivir próximamente otro episodio de doble lectura: el plan de choque ofrecido por Junts pel Sí, al que la CUP se aferra para redimir su alma soberanista, mientras desde fuerzas opositoras de izquierda es visto como un muestrario de buenos propósitos, de medidas “si Déu vol”. Pero más allá de tacticismos, quizás la base del actual desconcierto haya que buscarla en la magra mayoría independentista, que ha dejado el proyecto noqueado, y a su consecuencia: la tentación convergente de administrar tempos y palabras en beneficio propio.

Es como si la vieja Convergència se resistiera a la mortaja y su espíritu colonizara, mutatis mutandis, el cuerpo de la nueva formación, cuyo alumbramiento Artur Mas anunció para principios del año próximo. Si realmente la vetusta CDC ha entendido lo que se ha dado en denominar nueva política, no le debe resultar difícil ensayar el estribillo más repetido en los últimos años: “el proceso no lo lidera un hombre sino un pueblo”. Pero si lo que pretende es únicamente mantener el poder, lo fácil es echar la culpa a los infiltrados. Las teorías conspirativas forman parte del peor catálogo de recursos para justificar la propia incompetencia o la simple voluntad de conservar la poltrona.

El proceder de los neoindependentistas de CDC tiene mucho que ver con el “modo de hacer catalán”, tomando prestada la expresión del cabeza de lista de Democràcia i Llibertat. El “modo de hacer catalán” quizás también consista en decir una cosa a los empresarios y otra a la CUP. Una nueva entrega de la saga que consagró el pujolismo como como virtud.

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