El miedo en campaña

Al dinero no le gusta el ruido. Y cuando algunas fuerzas políticas hacen simplemente amago de querer romper la vajilla familiar, se convierten en adversarios

Al dinero no le gusta el ruido, solía repetir el economista y político socialista Ernest Lluch. El ex ministro lo sabía no solo por la experiencia de su profesión sino también porque había vivido la austeridad que el guion de la transición imponía a los partidos de izquierda. Pactos de la Moncloa, reconversión de republicanos en monárquicos, perfil bajo a las reivindicaciones laborales fueron algunos de los jalones estelares de aquel momento político.

En ese contexto, a nadie le extrañó que la patronal Fomento del Trabajo Nacional —todavía entonces (1980) con esa denominación— se emplea...

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Al dinero no le gusta el ruido, solía repetir el economista y político socialista Ernest Lluch. El ex ministro lo sabía no solo por la experiencia de su profesión sino también porque había vivido la austeridad que el guion de la transición imponía a los partidos de izquierda. Pactos de la Moncloa, reconversión de republicanos en monárquicos, perfil bajo a las reivindicaciones laborales fueron algunos de los jalones estelares de aquel momento político.

En ese contexto, a nadie le extrañó que la patronal Fomento del Trabajo Nacional —todavía entonces (1980) con esa denominación— se empleara a fondo en una campaña para evitar un “Gobierno marxista” en Cataluña. Un Ejecutivo de estas características doctrinales —que no osaba ni imaginar la propia izquierda en sus sueños más frentes populistas— lo compondrían los socialistas del PSC y los comunistas del Partit Socialista Unificat (PSUC), cuya herencia acostumbran últimamente a reivindicar muchos de quienes históricamente lo detestaban. En realidad, ninguno de los dos partidos llegó jamás a plantear un gobierno conjunto. No se atrevían. Preferían referirse a grandes ejecutivos de concentración democrática que por supuesto englobaran a partidos de orden, a los que estaban dispuestos a supeditarse por el bien de la política de bloques y la estabilidad democrática. Era el precio de la transición imponía a los comunistas de quienes, por moderados que se mostraran, había que desconfiar, no fuera el caso que volvieran a viejas fascinaciones revolucionarias.

Aunque no hubiera voluntad de pecar de obra, era preciso prevenir los malos pensamientos. Con este motivo, los empresarios realizaron aquel 1980 hasta 70 actos públicos por toda Cataluña, en los cuales llevaban la voz cantante los presidentes de Fomento, Alfredo Molinas, y de la CEOE, Carlos Ferrer Salat. En primera fila, los más asiduos asistentes eran los nacionalistas de Jordi Pujol. “Venían a todos los mítines y se ponían en primera fila, aunque casi nunca intervenían”, recordaba el propio Molinas 15 años después. Uno de los que más animó la campaña fue Manuel Milián Mestre, periodista y ahora ex diputado del PP, quien ha subrayado el efecto clave que tuvieron las cuñas propagandísticas de radio contra la amenaza marxista.

35 años después de la campaña empresarial contra un “Gobierno marxista” en Cataluña, sus beneficiarios políticos de entonces han probado la misma medicina

Sefes, la patronal del Baix Llobregat, encartó anuncios de prensa en los que subrayaba la falta de confianza de los empresarios para invertir y crear puestos de trabajo “allí donde existan ayuntamientos marxistas y un electorado de esta tendencia política, teniendo en cuenta que nada se puede esperar de aquellos que propugnan principios absolutamente contrarios a la libertad individual, a la libre empresa y, en definitiva, pretenden destruirla para imponer modelos estatistas incompatibles con la misma democracia”. Ramon Trias Fargas, presidente de CDC saludaba la actitud de Fomento del Trabajo: “Representa la revitalización moral del empresariado, hecho que me parece positivo porque estará seguida de una revitalización de las inversiones productivas”.

Para redondear el empujón a los no marxistas, hubo una generosa política de reparto. Centenares de millones de pesetas fueron a reforzar el muro de contención del comunismo. Los fondos llegaron desde Unión de Centro Democrático hasta Esquerra Republicana, pasando por Convergència i Unió. Los republicanos entonces liderados por Heribert Barrera recibieron, según Ramon Viñals, su entonces responsable de campaña, unos 40 millones de pesetas. Los afectados han negado públicamente lo que en privado reconocen, tal como recoge Sebastián Serrano en la obra colectiva Memòria de Catalunya, publicada en 1997 por Taurus, y que recoge los trabajos periodísticos de redactores de la edición catalana de EL PAÍS.

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Ahora, 35 años después, los viejos beneficiarios de aquella campaña de la patronal, han probado la medicina. Y el sabor no les ha gustado, a juzgar por el tono vehemente empleado del número cuatro de la lista independentista mayoritaria en sus mítines. Han descubierto lo que significaba el llamado voto del miedo en la recta final de campaña, cuando asociaciones de grandes empresas, la patronal de la banca, la Confederación Española de Cajas de Ahorros y algunas compañías han sacado la artillería retórica reservada para las grandes ocasiones. Al dinero no le gusta el ruido. Y cuando algunas fuerzas políticas hacen simplemente amago de querer romper la vajilla familiar, se convierten en adversarios. Por muy business-friendly que se proclamen.

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