ROCK McEnroe

Perseverancia emocional

Los de Getxo llenan la Ochoymedio con su repertorio calmo y triste, que va calando en el oyente porque transmite veracidad

Resulta sencillo descifrar el ideario de McEnroe, pero ellos mismos lo explicitan en un pasaje de Coney Island, una de sus mejores incorporaciones al repertorio. “Y saber que la tristeza tiene su parte de belleza”, rezongaba el sábado Ricardo Lezón ante el millar largo de asistentes que agotaron, en uno de esos prodigios del boca a boca, las localidades del Ochoymedio. Los de Getxo no cultivan la melodía rotunda ni el estribillo adherente, e incluso su predilección por los tiempos medios puede invitar más a la butaca de un auditorio que a un local para permanecer a pie quieto. Pero es...

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Resulta sencillo descifrar el ideario de McEnroe, pero ellos mismos lo explicitan en un pasaje de Coney Island, una de sus mejores incorporaciones al repertorio. “Y saber que la tristeza tiene su parte de belleza”, rezongaba el sábado Ricardo Lezón ante el millar largo de asistentes que agotaron, en uno de esos prodigios del boca a boca, las localidades del Ochoymedio. Los de Getxo no cultivan la melodía rotunda ni el estribillo adherente, e incluso su predilección por los tiempos medios puede invitar más a la butaca de un auditorio que a un local para permanecer a pie quieto. Pero esa intensidad emocional acaba impregnando la piel como el sirimiri, por la vía de la perseverancia. Y en estos casos no importa lo que dicte el calendario: el invierno climatológico y anímico, uno de sus conceptos más reiterados, siempre cobra altura poética.

Lezón no cultiva ninguna modalidad de carisma, pero esa congoja que le oprime la garganta juega la decisiva baza de la verosimilitud. El suyo es el mismo pathos que alienta las letanías de Nudozurdo o, en una dimensión casi tragicómica, Manos de Topo. El sexteto vizcaíno opta por bellos crescendos instrumentales y una formulación más cercana al folk-rock, como en ese precioso entrelazado entre bajo y guitarra solista que preside El puente (“Prefiero estar solo, convertirme en isla…”), uno de los mejores momentos de su nuevo álbum, Rugen las flores. Aunque el tema titular (“El día en que nos toquemos como toca el viento al sauce…”), el último antes de los bises, huele a clásico instantáneo en su repertorio.

Puede que los vascos incurran en alguna obviedad lírica, que su reiterada visión del amor como un ideal pretérito o inaprensible abunde en los clichés ultrarrománticos o posadolescentes. Pero canta Ricardo y sabe transmitir la autenticidad de sus heridas. De ahí la identificación de un público que crece en progresión pausada, pero imparable.

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