Crítica

Estrella Morente y Niño Josele abren el Festival de Guitarra de Barcelona

Dos flamencos sin tacha en una propuesta que poco tiene de flamenco para acercarse más a la bossa nova, al jazz o a lo que simplemente llamaríamos canción con mayúsculas

Estrella Morente y Niño Josele saludan tras su actuación en el Festival de Guitarra. LORENZO DUASO

Noche grande en el Palau para inaugurar el Festival de Guitarra barcelonés y, además, cosa insólita en los últimos años del certamen, con una guitarra de esas que vuelan muy alto en el epicentro de la velada. La guitarra de Niño Josele arropando, envolviendo y propulsando hasta el infinito el duende de Estrella Morente. Dos flamencos sin tacha en una propuesta que poco tiene de flamenco para acercarse más a la bossa nova,al jazz o a lo que simplemente llamaríamos canción con mayúsculas.

Como la grandeza de la noche ya se preveía por los ingredientes que la conformaban, el Palau...

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Noche grande en el Palau para inaugurar el Festival de Guitarra barcelonés y, además, cosa insólita en los últimos años del certamen, con una guitarra de esas que vuelan muy alto en el epicentro de la velada. La guitarra de Niño Josele arropando, envolviendo y propulsando hasta el infinito el duende de Estrella Morente. Dos flamencos sin tacha en una propuesta que poco tiene de flamenco para acercarse más a la bossa nova,al jazz o a lo que simplemente llamaríamos canción con mayúsculas.

Como la grandeza de la noche ya se preveía por los ingredientes que la conformaban, el Palau se llenó hasta el órgano y el cuarto de hora de retraso con que comenzó el evento se vivió con un cierto nerviosismo impaciente. Pero se apagaron las luces, se hizo el silencio y en un ambiente lúgubre y misterioso comenzaron a sonar las notas de Manha de Carnaval (la memorable canción de Orfeo Negro). La guitarra de Josele era casi como un llanto y cuando se le unió Morente la cosa rozó lo sublime, un estremecimiento.

Y así siguió. Morente y Josele solos en el escenario (no se echó en falta a nadie más, no era necesario). Ella primero de un blanco inmaculado, después de un rojo intenso (la canción es la canción pero la imagen se ha de mantener intacta), sentada, de pie o acuclillada. Él con corbata roja escondida tras el parapeto de su guitarra. Juntos tendiendo un sólido y atractivo puente transoceánico, entre el alma más jonda y la efervescencia de la música brasileña.

Ni una cosa ni la otra pero ambas a la vez, como si esas canciones hubieran nacido así y nadie fuera capaz de imaginarlas de otra manera. Pasó, entre otros, Jobim, un Dindi para el recuerdo. Y Pixinguinha y su Carinhoso convertida en un pálpito turbador. Y todo acabó, rizando el rizo, con una de las Bachianas brasileiras de Heitor Villa Lobos.

Todo no porque aun quedó tiempo para que la pareja le pusiera la guinda al pastel con una revisión en profundidad del Minha de Francis Hime que muchos músicos de jazz bordaron con anterioridad (Bill Evans sin ir más lejos, otro de los grande amores confesos de Niño Josele).

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