Opinión

Cosas sobre las que no sé escribir

Reducir el asunto ‘Charlie Hebdó’ a una cuestión de libertad de expresión me parece tramposo. Es mucho más lo que está en juego

En septiembre de 2012 pasé tres semanas en Egipto que se acabaron de manera precipitada. Participaba en un programa con agentes culturales de Alejandría y de El Cairo cuando dos señores muy amables se reunieron conmigo y con un traductor franco-libanés para decirnos que mejor nos volvíamos a casa. Se suspendía el encuentro en el consulado francés, rodeado y protegido después de la publicación de las caricaturas de Mahoma en el Charlie Hebdo. Tal como nos dijeron, un coche de la embajada francesa nos acompañó al aeropuerto y un señor muy corpulento se quedó hasta que pasamos el control...

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En septiembre de 2012 pasé tres semanas en Egipto que se acabaron de manera precipitada. Participaba en un programa con agentes culturales de Alejandría y de El Cairo cuando dos señores muy amables se reunieron conmigo y con un traductor franco-libanés para decirnos que mejor nos volvíamos a casa. Se suspendía el encuentro en el consulado francés, rodeado y protegido después de la publicación de las caricaturas de Mahoma en el Charlie Hebdo. Tal como nos dijeron, un coche de la embajada francesa nos acompañó al aeropuerto y un señor muy corpulento se quedó hasta que pasamos el control de pasaportes y seguridad.

El sentimiento de desconcierto y desolación entre muchos jóvenes egipcios después del ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes era evidente. “Para esto hemos derrocado a Mubarak…”, murmuraban con el mismo estupor con el que observaron meses más tarde el golpe de Estado de Al-Sisi o que se preguntaban a sí mismos qué narices hacían manifestándose en contra de los islamistas y puede que a favor de, quién sabe, otro Mubarak.

Si no te haces las preguntas correctas lo más probable es que siempre te respondas estupideces, pero es que en muchas ocasiones tomar partido es complicado: no es que no se vea nada positivo, es que ni siquiera hay mal menor. Uno, que apelaría a la justicia y a la ética, se acaba viendo a sí mismo como a un cirujano a quien han cambiado el quirófano por una ferretería.

Además, las preguntas correctas, a veces, no tienen respuesta, puede que porque estemos más cerca del dependiente de ferretería que del cirujano. Cuando activistas culturales egipcios, ateos, progresistas o moderados me enviaron hace año y medio la portada del Charlie Hebdo no supe qué decir. Cuesta mucho escribir una respuesta decente. La portada —la pueden encontrar en Internet— decía que el Corán era una mierda porque no podía detener las balas. Y se refería a la matanza de Rabaa, en la que el Ejército disolvió las protestas de apoyo a los Hermanos Musulmanes. Murieron entre seiscientas y mil personas, ya saben que cuesta hablar con exactitud. Responder con el derecho a la libertad de expresión sería lo suyo si fuese tan fácil, pero imagínense la masacre y las risas y lo difícil que es separar la broma del escarnio y la sátira de la humillación. A mí me cuesta, si a ustedes no, pónganlo en mi haber.

Recuerdo las inmediaciones de la matanza Rabaa porque, la universidad Ain Shams, que fue la que me invitó, está relativamente cerca. Y, por supuesto, recuerdo las inmediaciones de la matanza del Charlie Hebdo porque están más cerca todavía, porque sus calles cercanas conducen a lugares de los que participo y que siento comunes. Pero reducir el asunto a la libertad de expresión me parece tramposo. Eso es solo una centésima parte de lo que está en juego, ha costado doce muertos y el juego de las preguntas nos sitúa otra vez en la línea de la historia que se nos decía que habíamos superado.

Recuerdo también las cercanías de la mezquita de Rabaa porque se produjo allí una discusión entre estudiantes que me quitó quince años de encima. Hablaban de Samir Amin, un filósofo franco-egipcio que proponía, entre otras muchas cosas, la desconexión del sistema capitalista por parte de algunos países. Digo quince años porque en Barcelona este libro hizo fortuna en algunos círculos radicales a finales del siglo pasado. Cómo olvidar a gente que encontraba lo más normal del mundo que Irán se desconectara, por ejemplo, de Internet, para que su desarrollo como país no tuviese influencias capitalistas. Sí, hemos visto y oído muchas barbaridades, por eso cuesta tanto escribir.

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Acabo el artículo y si no paso de una simple captatio benevolentiae es porque no sé cómo encajar el desastre del Charlie Hebdo sin caer en lo más fácil, decir que yo también soy Charlie Hebdo. El mínimo denominador común de condenar sus muertes se nos supone, pero luego, mi otro yo —el que me recuerda que algún día me leeré y me miraré en ese espejo que es la hemeroteca— susurra que si soy Charlie, también soy El Cairo. Y que puede que sea un poco Arabia Saudita y Qatar después de quemar gasóleo y queroseno a mansalva. Que me puedo escandalizar de quienes encabezan la manifestación en París pero que prefiero desnudarme antes de que explote mi avión. ¿Cobarde? Vale.

Ya sé que les acabo de describir la trastienda del artículo y que ustedes pagan por el escaparate. El escaparate es muy exigente, la mercancía está tan cerca que se le ven todos los fallos. La garantía sigue siendo de dos años en todo lo que compran y el mínimo para ver si un artículo todavía se mantiene en pie o hay que reclamar la devolución del importe. ¿Aguantan dos años los artículos? No sé.

La sátira está muy bien. Me apunto si existe el riesgo cero y puedo quedar como un rey poniéndome al lado de los buenos. Pero dudo que sea tan fácil, el dolor es global y complejo y la humillación también. Hay portadas que dicen que el Charlie Hebdo también es una mierda porque tampoco detiene las balas. En fin, que los tiempos retroceden que es una barbaridad.

Frances Serés es escritor

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