LA CRÓNICA DE BALEARES

Pere Pesseta, el papel del hombre ‘bueno’

Nombre de ‘rondalla’ para una persona real que era una fuente de poder y ajustaba herencias, fracasos en negocios, repartos de fincas y legados

Muñó pactos imposibles entre gente movida por rencores vecinales.Tolo Ramon

La autoridad y la confianza emanaban en Pere Pesseta de su presencia y pasado: manos grandes como libros abiertos y mirada simpática de ojos casi azules sobre unos pómulos rosa. Carraspeaba porque vestía su criterio desde la duda y una experiencia de pocos fracasos.

L’amo en Pere Pesseta —nombre de rondalla para una persona real— era una fuente de poder que ajustaba herencias, fracasos en negocios, repartos de fincas y legados. También orientaba en los testamentos. Era un consultor sin título ni despacho oficial, un mediador acreditado en su pueblo porque su c...

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La autoridad y la confianza emanaban en Pere Pesseta de su presencia y pasado: manos grandes como libros abiertos y mirada simpática de ojos casi azules sobre unos pómulos rosa. Carraspeaba porque vestía su criterio desde la duda y una experiencia de pocos fracasos.

L’amo en Pere Pesseta —nombre de rondalla para una persona real— era una fuente de poder que ajustaba herencias, fracasos en negocios, repartos de fincas y legados. También orientaba en los testamentos. Era un consultor sin título ni despacho oficial, un mediador acreditado en su pueblo porque su céntrica casa era el destino de mucha gente.

En una comunidad rural y de negocios antiguos, con viejas querellas y muchas memorias minadas por rencores no curados, siempre hubo personas necesitadas de un parecer ajeno, superior. El hombre bueno estaba en la estructura del poder local pero no en el ámbito jurídico administrativo.

Payés propietario, labrador, jamás rubricó sus pactos sobre papeles

El prestigio social flota, se acredita en las voces y los hechos, en los ecos del boca a oreja. Los conflictos esquivados o cerrados por el consenso y el consuelo, también cuajan en la biografía de Pere, payés propietario, labrador él mismo que jamás rubricó sus pactos sobre papeles.

Apenas sabía firmar y no había viajado más allá del litoral de la isla pero su voz marcó parte de la organización de propiedades entre los límites del término, dictó ventas y particiones de fincas, casas y la organización de nuevas parcelas. Sus soluciones quedaron resueltas en el catastro, los registros de la propiedad y en protocolos notariales. Asimismo esa función de mediador y componedor tuvo reflejo en los libros de actas matrimoniales.

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Pere, en la segunda mitad del siglo XX, sin cabello, nariz y orejas agrandadas en su vejez, cuando no evacuaba consejos y buenas palabras iba siempre apresurado. Alto, con zancada de gigante cruzaba calles y andaba por las escaleras del pueblo, camino de la iglesia y del Ayuntamiento donde fue concejal.

Interpretaba viejas culturas y manejaba claves secretas sobre las reacciones

Nunca dejaba de saludar con aspavientos y era saludado de lejos. No era un señor por su dominio territorial, las posesiones agrícolas e inmuebles ni recordaba al cacique arcaico. Pudo ser un chamán tribal, un jefe de clan, un mercader entre pasiones. Notarios, curas, guardias civiles y alcaldes reconocían su fuente de autoridad, paralela.

Trasmitió un cosmos mental, interpretaba viejas culturas y manejaba claves secretas sobre las reacciones locales que había acumulado. Pere Pesseta, apodo que él no eligió sino que le otorgó la comunidad por su aprecio al papel moneda. Una vez quebró su trayectoria: se quedó con el corral de su vecino que ya había negociado.

Él no exigía una minuta por sus labores sino que acumulaba las facturas sin cobrar, especulaba con los favores ofrecidos, manejaba la información de fincas en permuta y debilidades económicas. Dominaba un flujo de necesidades y podía tasar ofertas. Fijaba el precio de fincas y ponderaba el valor de las cosechas en ciernes. El mercado agrícola pasaba por sus ojos y cálculos.

Labrador, viticultor y bodeguero de cups (lagares), jefe de los gremios, hermandades, cámaras payesas, en la vendimia, tenía las manos negras, curtidas y teñidas por los taninos de la uva y la rapa en los trasiegos y limpiezas.

Una vez murieron dos obreros que limpiaban sin medidas su lagar, cayó el primero y el segundo que acudió a rescatarle. El accidente tocó la vitola de Pere pero su beatería y afabilidad mitigaron la reacción adversa, imposible sin derechos laborales en una dictadura.

Muñó pactos imposibles entre gente movida por rencores vecinales, por las setas, un animal en la finca del otro o los frutos de un árbol fronterizo. También determinó indemnizaciones por los daños causados por perros que “hacían sangre” en los rebaños, pactaba pagos y quitas de deudas por juego, a las cartas, el monte que disolvió fortunas, patrimonios y matrimonios.

La secuencia que ilustra al hombre bueno, una especie de sen sabio, un patriarca, es la del descubierta de hitos por los lindes en disputa. Dos propietarios de pie, un testigo por bando, y en medio Pere con su azada. Todos callan, buscan el lugar donde cambian los cultivos o los surcos. Pere golpea en el suelo, desnuda la piel de Mallorca y halla el testimonio enterrado que fija la frontera entre propiedades. “Ahí está”. Da la mano a los enfrentados. “Au, anem”.

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