CRÍTICA / CANCIÓN

Artista en movimiento

Roger Mas aporta inquietud y curiosidad musical en su concierto en la Sala Apolo de Barcelona

Enfocas la cámara, la diriges al objetivo y haces la foto. Repites la operación y el resultado es distinto pese a haber tomado como sujeto al mismo protagonista. Y es que a Roger Mas es difícil fotografiarle en la misma tesitura. Un día está en una iglesia recuperando su repertorio espiritual de la mano de Jacint Verdaguer, otra puede estar tocando con una cobla, quizás en otra comparece con su guitarra, más allá se lía con un brasileño y la otra noche, en la sala Apolo de Barcelona, se electrificó en formato trío –con bajo y batería- para recuperar unas canciones que deberían haber formado pa...

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Enfocas la cámara, la diriges al objetivo y haces la foto. Repites la operación y el resultado es distinto pese a haber tomado como sujeto al mismo protagonista. Y es que a Roger Mas es difícil fotografiarle en la misma tesitura. Un día está en una iglesia recuperando su repertorio espiritual de la mano de Jacint Verdaguer, otra puede estar tocando con una cobla, quizás en otra comparece con su guitarra, más allá se lía con un brasileño y la otra noche, en la sala Apolo de Barcelona, se electrificó en formato trío –con bajo y batería- para recuperar unas canciones que deberían haber formado parte de un disco de juventud, El camí de les serps. Inquieto como un ratón que presiente la serpiente, el cantautor de Solsona recuperó juventud musical de la mano de un instrumento, la guitarra eléctrica, que ha descubierto a los cuarenta años, todo y que, interpretado por otros, ha sonado en sus discos.

Roger Mas

Sala Apolo

Barcelona, 20 noviembre de 2014

El concierto tuvo dos partes. En la primera tocó todo el repertorio del disco tal y como debería haber sido, pues el rechazo de su discográfica de entonces acabó dispersando este cancionero en otros discos. Eran tiempos, evocó Mas, en los que “la ingenuidad era aún más fuerte que el cinismo y todo era más intenso, tanto las ilusiones como los desengaños”. En este contexto, la guitarra eléctrica, tocada en realidad como si tuviese entre las manos una acústica, sin llegar jamás a despeinarla, dio brío a un repertorio que en algunos instantes sonó tierno, aun parcialmente inmaduro y de sonoridad poco imaginativa. Quizás por ello prendió poco a poco entre el público, que solo aplaudió sin reparos avanzado el concierto, tras D’un cop sec al cony o L’hort. Y eso que antes había brillado con Desprès de la tempesta, Les maragdes o El temps s’ha trastocat.

La segunda parte sirvió para que Mas, en una excelente tanda de bises, rehiciese canciones célebres de su repertorio con el brío de la eléctrica, abordando así piezas de registro variado. Se acercó al country rock con El calavera, al jazz-bossa con Llums de colors, rehízo “tal y como yo la escuchaba en mi interior”, dijo, una estupenda versión de El rei de les coses, patentó que a Plus ultra le sienta estupendamente la eléctrica y concluyó con un acelerón rockero gracias, entre otras, a Benvinguts al cul del riu y L’home i l’elefant. Inquietud y curiosidad. Solo por eso Roger Mas ya merece fotografías.

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