Opinión

Banalizar el presente y el futuro

No es compatible un futuro en un régimen igualitarista de falansterios y un impuesto de sociedades modelo Islas Caimán

En la Barcelona del 2024 el mundo de la educación habrá cambiado una enormidad. Ya no tendremos un ministro que quiere españolizar a los niños, sino un ministro nuestro, catalán. Las tradiciones no estarán en peligro porque Cataluña no habrá dejado de ser cristiana. Tampoco habrá corrupción, porque, sin saber muy bien cómo, la independencia se la habrá llevado por delante. Los africanos con carritos de chatarra ya no recorrerán las calles de la ciudad gracias a la gestión de un Estado propio, que trabajará para el bienestar social. Tampoco se pagarán tipos marginales del 56% del IRPF, porque g...

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En la Barcelona del 2024 el mundo de la educación habrá cambiado una enormidad. Ya no tendremos un ministro que quiere españolizar a los niños, sino un ministro nuestro, catalán. Las tradiciones no estarán en peligro porque Cataluña no habrá dejado de ser cristiana. Tampoco habrá corrupción, porque, sin saber muy bien cómo, la independencia se la habrá llevado por delante. Los africanos con carritos de chatarra ya no recorrerán las calles de la ciudad gracias a la gestión de un Estado propio, que trabajará para el bienestar social. Tampoco se pagarán tipos marginales del 56% del IRPF, porque gracias a que la Generalitat ha hecho políticas adecuadas para el tejido empresarial todo irá sobre ruedas. En 2024 hasta el MIT de Boston envidiará el empuje de la investigación de Barcelona.

Todas estas afirmaciones se oyeron en el Saló de Cent el pasado miércoles, durante la presentación del libro blanco Barcelona, capital d'un nou Estat. Un total de 148 personas han participado en ese ejercicio de pensar cómo sería la capital de una Cataluña independiente. El resultado es desigual, como sucede en todos los grupos humanos de más de una persona. Los artículos de reflexión, análisis y concreción acompañan a otros de pura pachanga. Los textos constituyen un buen reflejo de la pluralidad intelectual de Cataluña, pero sobre todo, como la presentación de la obra puso de relieve, son una buena instantánea de un país que trata de sublimar con la independencia sus frustraciones presentes.

La actitud del Gobierno central abona de forma extraordinaria esa tendencia. Cerrarse en banda al diálogo, utilizar la judicialización como arma política y la Constitución como frontón ha generado más independentistas que la labor proselitista de la Asamblea Nacional Catalana. Esa atmósfera viciada, aderezada con el bombardeo de la prensa cavernaria nacionalista española, ha contribuido a la banalización de la independencia, a hacer creer en su coste cero, a pensar que en un abrir y cerrar de ojos todo habrá cambiado y viviremos en régimen igualitarista de falansterios (tan cristianos como catalanes —que Fourier nos perdone—) y, seguro, que con impuesto de sociedades modelo Islas Caimán.

Desde el propio campo soberanista hay quienes advierten de esa banalización, de ese cambio sin dolor. El diputado David Fernández, de la Candidatura d'Unitat Popular, ha reiterado que el proceso de independencia es un camino no exento de dificultades y problemas. El historiador Josep Fontana advertía, en una entrevista de Carles Geli, el pasado jueves en las páginas del Quadern: “Con esta idea de que la independencia es cuestión de meses, preveo que va a haber desencanto; no veo condiciones objetivas para que se pueda conceder en meses. En eso hemos fallado”.

En el fondo, la banalización del futuro supone hacer lo propio con el presente. Por eso son de agradecer reflexiones como las que apuntó en la presentación en el Saló de Cent del libro blanco municipal Barcelona, capital d'un nou Estat, la librera Isabel Sucunza. Ella, desde su experiencia cotidiana en el Raval, ha aprendido que el turismo cutre desplaza a los habitantes del barrio y que ese modelo de ciudad actual ayuda a “no soñar barrios, porque luego te los deshacen”. El futuro se prepara mezclando en las estanterías de su Librería Calders los libros en catalán, castellano, inglés o francés, aunque con ello se desafíe  a algún cliente de ideología monolingüe.

No es una mala lección en una semana en que el Ayuntamiento de Barcelona despachó con una nota de 58 líneas los 16 desahucios programados para el lunes pasado en Nou Barris, un “macabro maratón”, en palabras utilizadas por Clara Blanchar en estas mismas páginas. Pero por desgracia es una realidad habitual en esos barrios de la periferia norte que se han acostumbrado a convivir con entre 15 y 20 órdenes de desalojo a la semana. Cada caso es una muestra de esa ciudad que no aparece en guías turísticas ni campañas publicitarias. Como el de Jorge Eduardo Revilla, ecuatoriano, y su pareja. Viven en un habitáculo de 20 metros en un sótano de la calle de Casals i Cuberó. O el desahucio del hijo de Antonia Cabrera, en la calle de Formentera, por una deuda de 950 euros. Al día siguiente de ese lunes negro se colocaba la primera piedra de la Barcelona que abre las puertas al lujo de la nueva Marina Vela, al pie del hotel W. La Oficina Antifraude de Cataluña (OAC) ha investigado el origen del dinero previsto para la instalación. Y ha concluido que procede de una red "opaca", en la que participan oligarcas rusos.

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La Barcelona y la Cataluña del futuro, según quien las administre, no tienen por qué ser distintas de las actuales. Eso dependerá de modelos económicos y sociales concretos sobre los que los ciudadanos también tienen todo el derecho a decidir.

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