El nerviosismo

El Deportivo debe volver a los grandes estadios y esa necesidad es algo más que una cuestión de orgullo, tiene que ver con la supervivencia

Parece evidente que a día de hoy en el Deportivo la gente está muy por encima del equipo y la historia sobre el presente. Alcorcón o Miranda, su ambiente, el agrado por redescubrir ese fútbol auténtico y gozar del cariño que suscita el club que abanderó la lucha de los modestos contra los gigantes no puede ocultar una realidad de urgencias. El Deportivo debe volver a los grandes estadios y esa necesidad es algo más que una cuestión de orgullo, tiene que ver con la supervivencia. “No tenemos que ponernos nerviosos”, clamó Fernando Vázquez tras la derrota en Anduva, petición que denota que la pr...

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Parece evidente que a día de hoy en el Deportivo la gente está muy por encima del equipo y la historia sobre el presente. Alcorcón o Miranda, su ambiente, el agrado por redescubrir ese fútbol auténtico y gozar del cariño que suscita el club que abanderó la lucha de los modestos contra los gigantes no puede ocultar una realidad de urgencias. El Deportivo debe volver a los grandes estadios y esa necesidad es algo más que una cuestión de orgullo, tiene que ver con la supervivencia. “No tenemos que ponernos nerviosos”, clamó Fernando Vázquez tras la derrota en Anduva, petición que denota que la presión empieza a llegar al vestuario por más que los resultados ajenos no dejen de ejercer de reconstituyente (de los perseguidores sólo Las Palmas ganó esta jornada. Eibar, Sporting, Numancia, Zaragoza y Mallorca sumaron un punto y el Recreativo ninguno) y todo se mire desde los puestos de ascenso más baratos que se pudiera imaginar.

La tensión se encarna porque desde los despachos, no ya del club sino de Hacienda o de los bancos, se habla de objetivos deportivos con fecha de caducidad en un ejercicio poco habitual para el mundo del fútbol. La incertidumbre se genera porque al Deportivo se le ha puesto una meta en la que la buena gestión de la pelota debe paliar una nefasta gestión del pecunio que lleva a que el estrés generado por quienes edificaron la deuda del club repercuta en unos futbolistas que no sólo no andan sobrados para lidiar con esa situación sino que incluso sufrieron sus rigores en sus propios bolsillos. El equipo tiene que ascender para poder pagar y debe pagar para poder vivir porque nada es eterno, ni siquiera los impagos. Partiendo de este inquietante postulado el equipo tiene un problema grave que ni siquiera se ha acabado de resolver en el mercado de invierno por más que haya llegado un buen nueve como Toché. El Deportivo ataca mal, o ni siquiera ataca. A veces incluso basta para ganar, otras sobra para perder porque un gol llega en cualquier momento, en errores propios (la ineficacia tantas veces repetida para defender la estrategia) o ajenos (el fallo arbitral que concedió el penalti que supuso el gol del Mirandés). Y ahí se ven las costuras. Hace dos años la excelente plantilla de la que dispuso Oltra se cansó de remontar partidos, la que tiene ahora Vázquez se cae al recibir un gol hasta el punto de que la Liga del Deportivo se retrata con dos postulados: ha sido incapaz de ganar los diez partidos en los que el rival se ha adelantado en el tanteador. Y en todos los choques que ha ganado (14 de 29) marcó primero.

El problema ya es endémico y la baja del infortunado Salomao y la ausencia de Luisinho, que estará sancionado todavía las próximas tres jornadas, ayudan a pensar que se han dado varios pasos hacia atrás en la búsqueda de soluciones. Esa inacción ofensiva fue especialmente dolorosa ante oponentes como Jaén, Girona o incluso en Ponferrada y lo volvió a ser en Miranda, pero con el agravante de que ese muestrario de impotencia del equipo resulta descorazonador en un momento especialmente sensible de la competición, cuando se podía romper la clasificación, en el feudo de un modesto entre modestos y cuando medio graderío había recorrido 600 kilómetros desde Galicia. Que el mejor del equipo sea el portero y la mayor producción ofensiva la provoque un central como Insua invita a poner el foco sobre algunos nombres propios. El primero el del entrenador, que por un lado habla de dar un paso adelante y dominar los partidos desde el manejo de la pelota, pero por otro en casa del penúltimo guarda la viña con dos mediocentros defensivos sacrificando la salida de la pelota que propicia desubicar a Juan Domínguez; al propio jugador eumés, que no termina de alzar el brazo para decir “aquí estoy yo y éste partido es mío juegue donde juegue”; a Rabello, ese liviano mediapunta chileno que por ahora no es ni medio ni punta ni mucho menos, por más que se empeñe Vázquez, un jugador de banda. Y cómo no, ahora que el club está a punto de encajar los bolillos del acuerdo con sus principales acreedores, conviene no equivocar las luces del desencanto y alumbrar con ellas a los bomberos en lugar de a los pirómanos.

 

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