Crítica

Gota a gota

Bill Callahan llenó Barts de material calmo ante el pasmo, pausado, de sus seguidores

Es que emociona. Más que cantar parece que habla con cierta musicalidad, y en tiempos de instantánea aceleración él rebaja la velocidad aproximándola a la del descenso del polen. Un simple acorde basta, aparentemente, para sostener canciones largas, que despliegan perezosamente sus recursos, poco a poco, como si el tiempo se congelase entre acorde y acorde, quedando suspendido. Y él habla, encarnación de una letanía que hipnotiza a los espectadores que paulatinamente atrapados por una salmodia que marca distancia con la monotonía gracias a leves variaciones melódicas, de tono o de ritmo. Es un...

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Es que emociona. Más que cantar parece que habla con cierta musicalidad, y en tiempos de instantánea aceleración él rebaja la velocidad aproximándola a la del descenso del polen. Un simple acorde basta, aparentemente, para sostener canciones largas, que despliegan perezosamente sus recursos, poco a poco, como si el tiempo se congelase entre acorde y acorde, quedando suspendido. Y él habla, encarnación de una letanía que hipnotiza a los espectadores que paulatinamente atrapados por una salmodia que marca distancia con la monotonía gracias a leves variaciones melódicas, de tono o de ritmo. Es una estética apaciguada, nada acomodaticia, que requiere de paciencia para ir descubriendo pliegues a medida que las composiciones se abren. Un vaso que se llena gota a gota. No hay lugar para la modorra, sino para unas expectativas que aparecen con tanta parsimonia que finalmente también es la espera hermosa. Se llama Bill Callahan y en la noche del miércoles llenó Barts de material calmo ante el pasmo, pausado, de sus seguidores.

Las canciones de Callahan, barítono y bajito, podrían ilustrar el film “Nebraska” con sus paisajes abiertos en gris ceniciento. Nada más opresivo que los grandes espacios sin accidentes naturales, nada más acongojante que una voz gruesa cantando cosas que en ocasiones, sólo en ocasiones, suenan dulces. Hay mares de vida dura y palpitante tras la belleza comedida del folk de Callahan, hay vida vivida sin atontamiento, apurada hasta el último sorbo. Eso rememora Callahan cuando canta, poderoso, y su tic facial, un guiño muscular, puntúa sus esfuerzos expresivos. Eso se pudo ver entre el silencio monacal que el artista norteamericano impone en sus recitales, una suerte de ceremonia de la intimidad seca que, curiosamente, es presentada con una filigrana de detalles fruto de unos precisos arreglos extraordinariamente pensados y perfectamente ejecutados por guitarras, bajo y percusión. ¿Seco y detallista?, ¿un Cormac McCarthysonoro?. Es posible. Se llamaría Bill Callahan.

Bill Callahan

Bill Callahan

Barts

26 Febrero 2014

En su largo conciertos, dos horas sin interrupción carentes de la tontorrona ceremonia de los bises, se repasó su último disco -Javeling unlanding, Winter road, Seagull-, se repescaron algunos clásicos -America, Riding for the feeling-, y se recordó Smog -Rock bottom riser-, su antiguo grupo. Total, dos horas de confesiones con música dicha, austera pero detallista, a cargo de uno de los más interesantes y emocionales cantantes y compositores norteamericanos del presente.

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