Opinión

Cartelera Turia

La fijación que han tenido con ciertos personajes es una patología bien valenciana: la del cachondeo hasta el escarnio

Los viajeros del Ochocientos se trasladaban por Europa con guías y manuales. Eran libritos en los que se detallaba la ciudad a visitar, un instrumento utilísimo para quienes se adentraban en un continente ignoto y en cierta medida peligroso. Las carreteras eran frecuentemente desastrosas, con diligencias polvorientas que avanzaban traqueteando; los convoyes ferroviarios no siempre llegaban a la hora; y los buques dejaban exhaustos y mareados a quienes se aventuraban.

Hoy, el mundo del cine es algo parecido, un territorio inmenso que te deja exhausto y mareado. Perdonen que me ponga meta...

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Los viajeros del Ochocientos se trasladaban por Europa con guías y manuales. Eran libritos en los que se detallaba la ciudad a visitar, un instrumento utilísimo para quienes se adentraban en un continente ignoto y en cierta medida peligroso. Las carreteras eran frecuentemente desastrosas, con diligencias polvorientas que avanzaban traqueteando; los convoyes ferroviarios no siempre llegaban a la hora; y los buques dejaban exhaustos y mareados a quienes se aventuraban.

Hoy, el mundo del cine es algo parecido, un territorio inmenso que te deja exhausto y mareado. Perdonen que me ponga metafórico, pero si voy a hablar de Cartelera Turia, no puedo dejar de expresarme con retórica emotiva. Se celebra estos días el cincuentenario de su fundación. Esta revista, adaptada al tamaño de un bolsillo, proporciona información preferentemente cinematográfica. Que tienes que ir al cine en Valencia, nada mejor que consultar la Turia. Durante décadas, esta cartelera ha sido eso: un expositor, un cartel en el que clavar con chinchetas los eventos que no te puedes perder.

Si, además has querido hacerte una cultura cinematográfica, entonces la Turia te ofrece reseñas razonadísimas, eruditas y frecuentemente sesgadas. Los gustos de sus críticos han marcado a varias generaciones habituándonos al lenguaje cinematográfico, a los medios técnicos que los cineastas empleaban. Por un lado, el crítico de la Turia es un ser dotadísimo, conocedor de todas cinematografías: la de Azerbaiyán, la de Estados Unidos, la de Francia, la de Irán. Por otro, tiene preferencias: directores a los que se les perdona todo; cineastas a los que se les vapulea de manera inmisericorde; actores a los que se les rinde pleitesía frente a otros a los que se les condena. Las preferencias suelen razonarlas pero, llegados a un punto, la Turia, por su brevedad, es también una revista para connaisseurs, para gente que está en el ajo, una comunidad de lectores que sabe interpretar los sobrentendidos, cosa que era inevitable en plena dictadura franquista.

Ahora bien, si la cartelera se conoce fuera de la ciudad, si su celebridad ha llegado al resto de España, esto se debe también a su furor valenciano, al juego de la coentor, a sus irreverencias, al sarcasmo con que sacude a ignorantes, sabios e insignes: eso sí, sólo cuando se lo merecen. Se burlan de casi todos y la sorna (marxista, de Groucho) les ha sido útil para declararse de izquierdas (marxistas, de Karl). ¿Han caído en el sectarismo? La fijación que han tenido con ciertos personajes (al margen de los merecimientos) es una patología bien valenciana: la del cachondeo hasta el escarnio.

Yo puedo imaginar un mundo sin cine, un lugar tristísimo y empobrecido; pero no puedo pensar en un mañana sin la Turia (la compre o no la compre). ¿Por qué? Porque casi todo lo que sé de cine lo aprendí de ella. Por supuesto, me aparté de sus dictados, volví a sus gustos, amplié mis conocimientos, coincidí con sus dictámenes e incluso publiqué allí mis primeros artículos con firma o con seudónimo. No me imagino un mundo sin Cartelera Turia, sin su mordacidad, sin su zumba. Sin su generosidad: se desprenden del saber a manos llenas. Yo aún necesito una guía de la que discrepar.

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