Opinión

La docilidad es recompensada

No hubo sorpresa en el mensaje de Fin de Año del presidente Alberto Fabra

No hubo sorpresa en el mensaje de Fin de Año del presidente Alberto Fabra. Quizá un ligero toque novedoso y como desenfadado en su puesta en escena, pero muy poca cosa. En realidad, no había motivo para esperar alguna innovación en su personal modo de proceder, por lo general blando y fofo. Ni siquiera la obligada componente eufórica propia de las circunstancias alcanzó el mínimo tono persuasivo. ¿Cómo conseguirlo en un país, éste, que apenas sobrevive mediante la respiración asistida por el Fondo de Liquidez Autonómico o el Plan de Pago a Proveedores arbitrada por Madrid para satisfacer in ex...

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No hubo sorpresa en el mensaje de Fin de Año del presidente Alberto Fabra. Quizá un ligero toque novedoso y como desenfadado en su puesta en escena, pero muy poca cosa. En realidad, no había motivo para esperar alguna innovación en su personal modo de proceder, por lo general blando y fofo. Ni siquiera la obligada componente eufórica propia de las circunstancias alcanzó el mínimo tono persuasivo. ¿Cómo conseguirlo en un país, éste, que apenas sobrevive mediante la respiración asistida por el Fondo de Liquidez Autonómico o el Plan de Pago a Proveedores arbitrada por Madrid para satisfacer in extremis los ingentes sacos de facturas desatendidas y acreedores asfixiados por las deudas del Consell? Con el desempleo y la pobreza como telón de fondo tampoco había sitio para el ingenio. Para ingenio, por cierto, el del corrosivo Xavi Castillo remedando el mentado discurso, una parodia que los censores oficiales no han podido neutralizar, pero que con sus gestiones para enmudecerla han contribuido a expandirla en la red. Algo previsible por todo el mundo, menos por ellos.

También se comprende, discrepando de lo que algunos aleccionan, que el molt honorable no aprovechase la oportunidad para entonar o siquiera apuntar una autocrítica por el descalabro al que nos han abocado los casi 20 años de hegemonía popular en esta autonomía, diseñándose así un nuevo perfil como futuro candidato a la poltrona que ahora ocupa. No era a nuestro entender —ni al suyo— el momento de mezclar los golpes de pecho y lamentos con los villancicos y el cava. Por otra parte, dado el fardo de las culpas heredadas podía acabar inmolado por su propia confesión. Mejor confiar en la habitual amnesia de su electorado. Silencio preferible, además, a las exculpaciones rocambolescas como la muy reciente de su cofrade José Luis Olivas quien, después de presidir Bancaja y el Banco de Valencia en sus mortales trances, y omitiendo las millonarias retribuciones percibidas, declaró que sus funciones en tales entidades financieras eran “meramente representativas”. Vaya, que era como un florero, pero de Sèvres, claro. Qué morro tan descomunal.

Anotemos que tan conmovedor encuentro con la ciudadanía, por escasa que haya sido este año la audiencia navideña debido al cierre de RTVV, no debía aprovecharse ventajosamente para movilizar a la clientela conservadora. No sería propio de un pretendido hombre de Estado que ha de gobernar para todos, tirios y troyanos. La ocasión no propiciaba que el cabeza gobernante del país, al tiempo que invocaba la paz y la convivencia —¿o no lo hizo?— echase mano del argumentario electoral de su partido, que incide en descalificar a la oposición, reputándola belicosamente de catalanista y radical como proclaman no pocos de sus eminentes secuaces.

Y por último, el tono plano del mensaje, además de obedecer al temperamento del personaje, responde a una conveniencia obvia. El titular de la Generalitat sabe a quien le debe el cargo y que la docilidad es siempre recompensada. Alinearse ahora con sus homólogos discrepantes —los presidentes de Madrid, Galicia y Extremadura— no es el mejor modo de reforzar su ya precaria posición. Yo no soy tonto, ha debido decirse en sintonía con el conocido eslogan publicitario. En efecto, ni tonto ni más dócil que quienes le han precedido al frente del gobierno autonómico. Lo penoso será que no le sirva de nada cuando el electorado diga su palabra.

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