Una odisea en el tiempo

Paseo íntimo por la historia de un festival que ha creado modelo

El director de cine Tarantino en 1996, durante su segunda visita al festival de cine de Sitges.EFE

En Estados Unidos reconocemos la hegemonía de Sitges como festival de género”, afirma Mark A. Altman, cineasta y productor de películas y series televisivas (Castle, The specials o Femme fatales) y editor de la revista Geek Magazine. “Con los años se ha convertido en el indicador de las películas más importantes de ciencia ficción, fantasía y terror, junto a las asiáticas, que se estrenan cada año. Tiene un montón de fans, desde Quentin Tarantino a Greg Nicotero pasando por Bryan Singer. Los que ya han ido, quieren volver, y los que no, esperan poder ir pronto”. La p...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En Estados Unidos reconocemos la hegemonía de Sitges como festival de género”, afirma Mark A. Altman, cineasta y productor de películas y series televisivas (Castle, The specials o Femme fatales) y editor de la revista Geek Magazine. “Con los años se ha convertido en el indicador de las películas más importantes de ciencia ficción, fantasía y terror, junto a las asiáticas, que se estrenan cada año. Tiene un montón de fans, desde Quentin Tarantino a Greg Nicotero pasando por Bryan Singer. Los que ya han ido, quieren volver, y los que no, esperan poder ir pronto”. La primera película de Altman, Free Enterprise,se estrenó en Sitges en 1998 —que fue precisamente mi primer año formando parte de la organización—, y desde entonces ha vuelto varias veces como miembro del jurado o con otros filmes. “Lo que más me gusta es el respeto y la devoción que el festival tiene por un género que a veces, aquí en América, es rechazado o considerado como trivial. Y el éxito que tiene se debe en gran parte a la pasión de su director, Ángel Sala, y de su subdirector, Mike Hostench”.

Este es un festival que gusta especialmente al otro lado del Atlántico. Para el guionista, director, productor y dramaturgo Neil LaBute, que acudió en 2006 con su film Wicker Man, “Sitges hace lo que deberían hacer todos los festivales: preocuparse por ofrecer buenas películas en vez de estar pendientes de si estas se venden o no”. El modelo de Sitges fue copiado por el Fantastic Fest de Austin, el certamen de cine fantástico y terror más importante de Estados Unidos.

Y es que en 2002, el festival ya era un acontecimiento consolidadísimo. Empezó como un encuentro entre amigos, prácticamente, y poco a poco fue atrayendo a más fanáticos del cine fantástico y de terror. Durante un par de décadas, y a pesar del escaso presupuesto, fue creciendo y fidelizando a su público. En 1992, bajo la dirección de Joan Luis Goas, llegó a Sitges Tarantino con su camiseta sudada y su Reservoir dogs. En 1994, con Àlex Gorina como director, el festival adquirió una nueva identidad y pudo contar con el apoyo de la Generalitat de Catalunya. El nuevo Festival de Cinema Fantàstic de Catalunya se fue consolidando internacionalmente. Volvería Tarantino en 1996, alargando su estancia más de lo previsto y haciéndose colega de toda la organización. En 1999 Roc Villas pasó a sustituir a Gorina y a abrir la programación a todo tipo de películas, lo que para muchos fue considerado como una traición al espíritu del festival. El nuevo angular, sin embargo, permitía que pudieras coincidir en el ascensor del hotel Melià, sede del festival, con Toni Curtis, por ejemplo, uno de los homenajeados ese año, y su apabullante mujer, cuyo airbag de serie fue tan comentado como las orejas de él, que ya eran de quita y pon; o con Luis Ciges, que llegó con lo puesto porque le habían robado el equipaje y tuvimos que comprarle de todo.

Coincidiendo con las resonancias míticas de la fecha, la edición de 2001 marcó el punto de inflexión de lo que es ahora el Sitges Film Festival. Ese fue el primer festival de Ángel Sala como director, un amante del género de toda la vida que empezó acudiendo como espectador y huyendo de las fiestas del Pilar (por entonces vivía en Zaragoza) hasta formar parte del comité de selección, coordinar una de las secciones más emblemáticas, Anima’t, o ser el responsable de la más freaky de todas, Brigadoon.

La odisea de Sala al frente de la programación pasó por enfocarla de nuevo hacia el género fantástico para así diferenciarse de otros eventos. La gran novedad de Sitges 2001 fue la sección Orient Express, dedicada a la producción asiática que empezaba a dominar el panorama internacional, con Kim Ki-duk a la cabeza; fue también el año del homenaje a Peter Greenaway y el de la película de La Fura dels Baus, Fausto 5.0. Pero sobre todo, 2001 fue el año de los atentados del 11-S. La ciudad icono de la ciencia ficción más apocalíptica se veía en ruinas a menos de un mes del inicio del certamen, lo que afectó al tránsito de copias y de invitados.

Tuvimos que esperar al año siguiente para poder contar de nuevo con auténticos movie stars como Ray Liotta, que vino con Jason Patric para promocionar Narc; llegaron juntos al aeropuerto del Prat, el primero sin intención, por contrato, de cargar con su equipaje y sin el maquillaje que se aplicaría al día siguiente para la rueda de prensa y el photocall. Esa noche, en pijama, la lio Liotta en la recepción del hotel porque por teléfono no le daban el número de habitación de una actriz española.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

David Cronenberg, Guillermo del Toro y Dino de Laurentiis, ya mayor, fueron los homenajeados en esa edición. Este último vino con Anthony Hopkins y Ralph Fiennes a presentar Red Dragon, la película de la clausura. A Hopkins, a pesar del diámetro de su cráneo, apenas le vimos el pelo; tras la presentación prefirió cenar en su suite. Fiennes, sin embargo, no dudó en saltar a la pista del Otto Zutz del puerto, que es donde celebrábamos las fiestas.

Archivado En