Crítica

En el paraíso con Bach

Queyras, uno de esos nombres de referencia para interpretar las suites de Bach, cautiva al público barcelonés

Todos los violonchelistas del mundo sueñan con tocar las seis suites de Johann Sebastian Bach, pero muy pocos consiguen estar a la altura de la grandeza técnica, musical y espiritual que atesoran estas sutiles partituras. El primero en lograrlo fue Pau Casals, que mostró al mundo la condición de obras maestras de unas piezas relegadas durante siglos a la condición de meros ejercicios técnicos. El genial músico catalán las grabó entre 1936 y 1939, en París y Londres, con el corazón encogido por el drama de la Guerra Civil española: desde entonces, suponen el reto supremo en la carrera de un vio...

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Todos los violonchelistas del mundo sueñan con tocar las seis suites de Johann Sebastian Bach, pero muy pocos consiguen estar a la altura de la grandeza técnica, musical y espiritual que atesoran estas sutiles partituras. El primero en lograrlo fue Pau Casals, que mostró al mundo la condición de obras maestras de unas piezas relegadas durante siglos a la condición de meros ejercicios técnicos. El genial músico catalán las grabó entre 1936 y 1939, en París y Londres, con el corazón encogido por el drama de la Guerra Civil española: desde entonces, suponen el reto supremo en la carrera de un violonchelista. Cada generación tiene sus referentes en la interpretación de estas joyas barrocas, y en el panorama actual, Jean-Guihen Queyras es uno de esos nombres de referencia. Hace seis años firmó una versión discográfica para el sello Harmonia Mundi tocando un instrumento de bellísima sonoridad, un violonchelo Gioffredo Cappa de 1696 con el que ha cautivado ahora al público barcelonés en un memorable concierto del ciclo Da Camera, organizado por Ibercamera y el Palau.

SUITES PARA VIOLONCHELO

Bach: Suites para violonchelo. Jean-Guihen Queyras.
Palau de la Música Catalana. Barcelona, 3 de mayo

A solas con Bach, rodeado por las musas del escenario del Palau, tenuemente iluminado, Queyras hechizó por completo a más de 1.400 espectadores, una cifra récord en una ciudad en la que demasiadas veladas camerísticas se saldan con absolutos fracasos en taquilla. Una vez más se demuestra que el público responde si a la calidad de la propuesta se suma una gestión profesional en la organización y promoción del evento.

Lo que hizo Jean-Guihen Queyras en el Palau fue pura magia sonora. Sin la obsesión enfermiza por la perfección técnica que padecen algunos de sus colegas, consigue atrapar al oyente con naturalidad y sentido del equilibrio, sin forzar el sonido natural del violonchelo en busca de violentos contrastes. La elegancia de la escuela francesa, el gusto por el detalle, el deleite en los matices, convierte su discurso sonoro en una experiencia única.

Las suites son un elogio de la danza y el orden interno. Preludios, gigas, sarabandas, gavotas y minuetos se suceden en un discurso articulado sin prisas ni atropellos. El reto del intérprete es precisamente dotar a cada pieza del carácter que requieren: la espiritualidad cabalga junto al virtuosismo, la meditación comparte espacio con el dinamismo y la alegría. Queyras sabe traducir el universo bachiano con austeridad, sinceridad y profunda espiritualidad. Muchos espectadores seguían su interpretación con los ojos cerrados, hechizados por Bach y el arte sutil de un violonchelista que fue capaz de llevarnos al paraíso durante dos horas y media.

Al final de tan intensa velada, Queyras dedicó el concierto a la memoria del gra violonchelista János Starker, recientemente fallecido, y regaló como propina una pieza de György Kurtág que sonó como perfecto contrapunto a la fantasía bachiana.

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