Opinión

La verdad os hará libros

Y yo me pregunto: si las leyes divinas no se pueden cambiar y las humanas tampoco, ¿para qué nos sirven?

Tercera semana de septiembre en El Cairo. Uno, que tiene el don de la oportunidad, se pierde la manifestación de la Diada y se cita con los asaltos a las embajadas. Con este calor no me extraña que la gente se cabree.

Repasamos diversos textos en un taller de traducción del árabe al castellano en la universidad. Todo va bien hasta que la directora del taller nos informa de que las actividades programadas para la velada se han suspendido. Teníamos que ir al Instituto Francés, pero la aparición de diversas caricaturas de Mahoma en el Hebdo Charlie ha provocado nuevos tumultos y enfrentami...

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Tercera semana de septiembre en El Cairo. Uno, que tiene el don de la oportunidad, se pierde la manifestación de la Diada y se cita con los asaltos a las embajadas. Con este calor no me extraña que la gente se cabree.

Repasamos diversos textos en un taller de traducción del árabe al castellano en la universidad. Todo va bien hasta que la directora del taller nos informa de que las actividades programadas para la velada se han suspendido. Teníamos que ir al Instituto Francés, pero la aparición de diversas caricaturas de Mahoma en el Hebdo Charlie ha provocado nuevos tumultos y enfrentamientos. Francia cerrará colegios y embajadas por razones de seguridad, etcétera. La traducción deja paso a otros tipos de debate, fuera de la clase algunos estudiantes me preguntan qué opino sobre los hechos. ¡Qué calor hace en El Cairo, por Dios!

Durante estas semanas he recorrido Alejandría y sus barrios y he hecho lo mismo en El Cairo, hasta allí donde te lo permiten las dimensiones de una ciudad en la que los taxistas se pierden a menudo. En Alejandría los turistas se contaban con los dedos de una mano y en el Cairo puede que con las de las dos nos bastase. La inestabilidad no es una buena compañera de viaje. El lujo de estar casi solo en las Pirámides se convierte en la precaución de no estar solo en algunas otras partes, pero eso no responde a la pregunta. Les digo que creo en la libertad de expresión y que no encuentro nada censurable en la revista, faltaría más.

Eso significa atacar, de una u otra manera, el bien, la verdad. Mejor dicho, el Bien y La Verdad. Una verdad buena, fija, inmutable y que actúa ahora y siempre como medida de todas las cosas y hechos. A los que nunca hemos estado bien preparados para el dogma este tipo de reacciones nos pillan tan lejos que hasta nos faltan elementos para el diálogo. ¿Cómo se puede intentar acercar posiciones cuando te dicen que algo contiene la verdad? O me acerco yo o arderé en el infierno. Me salva la campana, nos informan de que mañana pasará a recogernos un coche oficial de la Embajada francesa para llevarnos hasta el aeropuerto. “Mejor que no sea muy oficial”, comenta alguien.

Además, pienso, prefiero no contestar ya que pertenezco a un Estado que para simular que se mantiene cohesionado, se remite también al Libro. Ante cualquier problema, se invoca la Constitución. Los años pasan pero la Verdad y el Bien permanecen inalterables. El bien y la verdad han tenido tantas y tantas formas a lo largo de la historia que hay estanterías llenas de libros de catedráticos en Derecho Constitucional llenos de polvo.

Cada generación puede releer a su manera la historia del pensamiento pero, ay, los textos sagrados son consagrados. Como sucede con los Padres de la Iglesia, se nos aparecen ancianos venerables o detestables que un día redactaron un texto. Un texto constitucional para siempre. Y yo miro las fotos en blanco y negro, miro a la cara de esos otros Padres de la Iglesia Constitucional… Y miro las caras en color de los nuevos diáconos y entonces me pregunto, si las leyes divinas no se pueden cambiar y las humanas tampoco, ¿para qué nos sirven?

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Los alrededores de la pirámide más alejada los recorrí solo. Bueno, solo y con un séquito de vendedores de papiros o de monturas de camello y caballo que parecía la procesión del faraón… No hay turistas y los vendedores, taxistas, hoteleros y demás gente del sector sienten el calor de la incertidumbre. Por aquí, las calles se llenaron pidiendo cambios y se responde invocando la Santa Constitución. No sé los del Hebdo Charlie, pero los Monty Python deberían volver a pensar una nueva serie de gags sobre la Inquisición española.

Solo faltaba la carta del Rey a propósito de la Diada. Pensaba en ello mientras observaba unas esculturas en el Museo Egipcio, el faraón con su lanza, sus carros y sus fieras. El Rey vio necesario disculparse por haber ido de cacería mientras el país anda hecho unos zorros, pero no tiene ningún empacho en reprender la voluntad de una nación.

Y a mí me preguntan, ¿qué tal por España? Pues ya ven. Para que luego, vayamos hablando de los demás.

Francesc Serés es escritor.

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