2.500 botellas para convertir la calle en un mundo polar

La nostalgia por el pasado y el agua protagonizan los decorados de las calles del barrio de Gràcia

Una niña disfruta del decorado de la calle de Joan Blanques.ENRICO BARAZZONI

1.500 garrafas, 2.500 botellas y 1.200 cápsulas de un conocido café instantáneo. Un material que, después de pasar por las habilidosas manos de los vecinos de la parte más baja de la calle de Joan Blanques —durante meses de trabajo—, ha terminado por convertir la vía en un recorrido bipolar entre Groenlandia y la Antártida. Se trata de una de las decoraciones más cuidadas de las 18 que engalanan igual número de calles del barrio barcelonés de Gràcia. La fiesta mayor se alargará hasta el próximo martes.

El viernes se conocerá el ganador del concurso de los decorados. Aunque la variedad s...

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1.500 garrafas, 2.500 botellas y 1.200 cápsulas de un conocido café instantáneo. Un material que, después de pasar por las habilidosas manos de los vecinos de la parte más baja de la calle de Joan Blanques —durante meses de trabajo—, ha terminado por convertir la vía en un recorrido bipolar entre Groenlandia y la Antártida. Se trata de una de las decoraciones más cuidadas de las 18 que engalanan igual número de calles del barrio barcelonés de Gràcia. La fiesta mayor se alargará hasta el próximo martes.

El viernes se conocerá el ganador del concurso de los decorados. Aunque la variedad siempre es la principal característica de los arreglos, este año el péndulo se mueve marcadamente entre un guiño al agua y lo reminiscente. Sobre este punto, casualmente, se estructuró el pregón de Esteve Camps. El presidente de la Junta Constructora de la Sagrada Familia, además de encomendar la fiesta a la virgen, recordó las chocolatadas de la postguerra, los payasos, las carreras de sacos bajo los días azules...

Los vecinos, por su parte, pusieron el retrovisor un poco más cerca. En la plaza de Rovira i Trias una gran figura de Mario, el fontanero del popular videojuego, daba la bienvenida a los cientos de visitantes que se agolpaban ayer en la tarde para escuchar sardanas. El techo lo coronaba un mar de come cocos, fantasmas y marcianitos, todo un homenaje al mundo del píxel y el ocio de los años 80 y 90. Algo similar ocurre en la calle Perla, donde el protagonista son las cintas magnéticas, objetos que mirados con los ojos del hoy parecen prehistóricos. Un gran radiocasete y las carcasas de VHS convertidas en calaveras completaban la ambientación. El remate lo ponen los pequeños libros-carátulas que acompañaban a los casetes. Más de un padre de familia pasó ayer un momento de apuro intentando explicarle a sus hijos para qué servían. Algo similar ocurría con los cubos de Rubik que colgaban de los balcones de la calle de Tordera.

“Este era el malo de la historia”, explicaba otro hombre a su pequeño, mientras señalaba a un gran Darth Vader, epicentro de la decoración de la calle Progrés. El niño lo miraba con desinterés, y se fijaba más en la figura grotesca de Jabba el Hutt. Será una de las más fotografiadas.

La calle de Verdi, una de las favoritas por defecto, decidió mirar al lejano oeste norteamericano. La monumentalidad propia del decorado de esta calle se vio concretada en las piernas mecánicas que bailan can can en un saloon o en las lluvias, con agua de verdad, que producían los bailes de los comanches.

El líquido, y sobre todo las nubes, son otros de los leitmotiv de los decorados de este año. Los otros dos tramos de la calle de Joan Blanques y de Ciudad Real también decidieron utilizarlos. Alejados de los grandes montajes, estas calles se caracterizan por su trabajo cuidado, llenos de pequeños detalles que invitan a una observación más reposada. Uno de ellos son las flores de Joan Blanques del Mig, hechas con envases de yogur. También ganan más de noche, cuando la iluminación hace su trabajo especial. Otra de las calles imperdibles es Fraternitat de Baix, que busca ratificar su supremacía. Allí se experimentan los bailes como cuando se era pequeño, perdido entre faldas y piernas. Finalmente, de eso se tratan estas fiestas de Gràcia: de volver a ser niño durante una semana.

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