Crítica

Lecciones de música y totalitarismo zapatillero

The Roots enseñó historia musical y deadmau5 ofició una ceremonia electrónica en la última noche del Sónar

La última jornada del Sónar.MARCEL.LÍ SÀENZ

No fue el concierto de The Roots, fue un concierto de The Roots. Pero bastó. La presencia de la banda norteamericana dio al Sónar el buscado efecto pedagógico que sólo pueden impartir aquellos músicos que son historia, que tienen historia musical corriendo por la venas y que en consecuencia, situados más allá de los vaivenes estacionales, convierten sus actuaciones en pequeñas clases donde la música fluye para instructivo solaz de los espectadores. Junto a Hot Chip, otra banda aunque de aire y personalidad distinta, el canalleo de Die ...

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No fue el concierto de The Roots, fue un concierto de The Roots. Pero bastó. La presencia de la banda norteamericana dio al Sónar el buscado efecto pedagógico que sólo pueden impartir aquellos músicos que son historia, que tienen historia musical corriendo por la venas y que en consecuencia, situados más allá de los vaivenes estacionales, convierten sus actuaciones en pequeñas clases donde la música fluye para instructivo solaz de los espectadores. Junto a Hot Chip, otra banda aunque de aire y personalidad distinta, el canalleo de Die Antwoork y la estética de deadmau5 marcaron los hitos de la última jornada nocturna del Sónar, seguida por la friolera de 30.000 personas.

Nada más fácil e injusto que acordarse de la crisis ante una multitud que intenta olvidarse de ella. La música tiene efectos terapéuticos y tal parece que acudir a ellos puede provocar veladas acusaciones o insidiosas sospechas sobre el verdadero poder adquisitivo de la población, que según parece ha de carecer de todo para ser considerada víctima de la precariedad. Ajeno a todo, el público paseó su ocio satisfecho y divertido, regateando los problemas cotidianos con unas miradas que buscaban aventuras, encuentros o simplemente complicidades para seguir bailando en ese supermercado musical, en esa inmensa discoteca que responde por Sónar nocturno.

Una de las primeras cosas que pudieron llevarse a los ojos y a la memoria fue la actuación de The Roots, un grupo que en directo es mucho más que una banda de hip hop. De hecho, The Roots son una banda de música negra, tal y como demostraron en un concierto festivo, musicalmente medido -en The Roots nadie se pierde, nadie se despista, siempre todos los músicos están orientados y en tensión- y repleto de guiños al rock, al soul, al blues y, por supuesto, al hip hop. La banda de Filadelfia no es de las que tocan su último disco, por cierto excelente y sin apenas presencia en el repertorio, y cumplen, sino que igual que han venido haciendo en sus últimos conciertos, llenan el repertorio de versiones –The Meters, Guns’N’Roses, Curtis Mayfield-, imprimen tensión rockera, convierten la actuación en una fiesta sin solución de continuidad, hacen el hortera imitando en serio a George Benson y son capaces de abrir el espectáculo con un homenaje a otra banda, en el Sonar los Beastie Boys por medio de “Paul Revere”. Lo dicho, sin ser el concierto que jamás se olvidará de The Roots, fue toda una lección. Y sí, la música es la más negra de las artes.

Y si The Roots son una juerga pautada matemáticamente en lo musical, Hot Chip son una juerga juerga, algo así como Pancho Villa y sus huestes de asueto. La suya fue una actuación divertidísima que se sustanció en canciones de inflamada alegría bailable expuestas en clave de pop mediante el tradicional ir y venir de músicos cambiado ora de posición otra de instrumento.

Lejos de esta estética con ribetes paródicos, los sudafricanos Die Antwoork –la respuesta en afrikaaner- juegan fuerte la baza “poligonera”. El aspecto de "quillos" malcarados y violentos de sus dos miembros, la dureza de sus bases, la estridencia de la voz femenina, la estética feísta, la provocación –penes negros hendiendo cuerpos blancos (no se olvide el origen del grupo)-, la apuesta por la vulgaridad jugaron a favor en un concierto masivo en el escenario central. Al igual que Lana del Rey, este entorno estético obedece a un cálculo medido que, en el caso de Die Antwoork, busca convertir la propuesta en la piedra que viaja en el zapato de la convención burguesa blanca, y eso, al menos formalmente, lo logran. Otra cosa es que superados los primeros instantes, el hip hop de esta pareja no tenga la suficiente miga como para ser consumido con los ojos cerrados.

Y con la noche enfilando la recta final, hubo que abrir, y mucho, los ojos para seguir el espectáculo de deadmau5, una involuntaria representación del totalitarismo electrónico. Con Joel Thomas Zimmerman situado en el centro del escenario en una posición elevada, la profusión de luces, flashes y haces brotando de esa especie de altar y los himnos de electro-house-trance zapatillero masajeando los cerebros, aquello parecía una parodia de los espectáculos electrónicos ingeniada por el Chaplin de El gran dictador. Una misa mayor para gastar zapatilla. El remate fue la careta de ratón entre cómica y siniestra que usó deadmau5 para taparse, mostrando una sonrisa nada tranquilizadora. Era casi el final de la noche, el final de un Sónar cuyo éxito ha sorprendido a sus propios organizadores. Con casi 20 años, el Sónar sigue siendo un pozo de sorpresas.

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