“La peor bofetada fue la primera”

El 7% de los menores de 12 a 16 años reconoce haber pegado a sus padres

A Maite nunca se le podrá olvidar el 19 de septiembre de 2008. Aquel viernes, su hijo Endika, entonces de 16 años, volvía del colegio como todos los días, pero lo hacía con la mente puesta en los planes que tenía para esa noche. “Quería salir con sus amigos, pero yo le intenté explicar que después del verano que había tenido ya era suficiente y que se debía centrar en ascar adelante el curso”, narra ahora su madre. “Su padre estaba de viaje por motivos laborales y me tocó a mí afrontar la discusión”, prosigue.

“Nunca antes se había puesto tan violento. En verano sí notamos que tenía con...

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A Maite nunca se le podrá olvidar el 19 de septiembre de 2008. Aquel viernes, su hijo Endika, entonces de 16 años, volvía del colegio como todos los días, pero lo hacía con la mente puesta en los planes que tenía para esa noche. “Quería salir con sus amigos, pero yo le intenté explicar que después del verano que había tenido ya era suficiente y que se debía centrar en ascar adelante el curso”, narra ahora su madre. “Su padre estaba de viaje por motivos laborales y me tocó a mí afrontar la discusión”, prosigue.

“Nunca antes se había puesto tan violento. En verano sí notamos que tenía conductas propias de la adolescencia, pero no le dimos importancia, hasta que esa tarde se puso como una fiera y me pegó una bofetada porque no le dejaba ir con sus amigos”, añade Maite. “No sabes qué hacer. Te paralizas porque no te esperas esa reacción”, reconoce.

“Tras un año de calvario, de discusiones y enfrentamientos constantes, comprobamos que entre sus amistades se había colado un chico poco adecuado que le influenciaba y nos dejamos asesorar para reconducir la situación”, recuerda esta mujer. “Después de mucho tiempo y de haber pedido ayuda me doy cuenta de que psicológicamente la peor bofetada fue la primera. En ese momento, sientes que has fracasado como madre”, explica sin poder contener las lágrimas.

Casos similares al que vivió Maite hace menos de cuatro años llegan todas las semanas a Euskarri, el centro de intervención en violencia filioparental que fue creado en 2005 por la Escuela Vasco Navarra de Terapia Familiar tras comprobar el incremento que se estaba registrando en este tipo de episodios. De hecho, uno de sus últimos estudios, elaborado en 2010, concluyó que el 7% de los adolescentes de entre 12 y 16 años reconocía haber agredido en algún momento a sus padres.

Desde su creación, el centro ha atendido a un total de 80 familias. En la actualidad presta ayuda a una veintena. Todas mustran el mismo denominador común: jóvenes que pegan a padres. Hijos y progenitores se someten a entre seis y 12 meses de terapia, por término medio. “Se trata de analizar el rol que juegan los padres o trabajar, por ejemplo, la relación entre éstos y su hijo”, explica el director del centro, Robertor Pereira. Para Izaskun Ibabe, profesora del Departamento de Psicología Social de la UPV, “la prevención de esta violencia debe ir dirigida a formar a los padres en la educación de sus hijos en la adolescencia y en una mayor implicación de la sociedad”.

Euskarri recibe casos derivados de la fiscalía, los servicios sociales o consultas privadas. “El menor agresor se rehabilita”, defiende Pereira. Según sus datos, más de la mitad logran salir de la senda de la violencia. Sólo dos de cada diez que se someten a terapia la abandonan.

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