OPINIÓN

Un artículo naïf

En los años que llevamos de democracia y autonomía no ha habido política económica

Imaginemos, por un momento, que Citroën cerrase la planta de Vigo. La ciudad entraría en una crisis colosal. Un montón de empresas auxiliares bajarían las persianas. El paro se dispararía aún más de lo que lo hace debido a la crisis del naval y a la contracción económica. De repente, los reproches subirían de tono: ¿cómo es que nadie previó que tal cosa podía suceder?, ¿acaso no se sabía que las modernas redes de transporte y los bajos salarios hacen de Marruecos —pongamos Agadir— un lugar perfecto para esa producción? ¿Cómo es que los empresarios, los políticos, los economistas, cualquiera qu...

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Imaginemos, por un momento, que Citroën cerrase la planta de Vigo. La ciudad entraría en una crisis colosal. Un montón de empresas auxiliares bajarían las persianas. El paro se dispararía aún más de lo que lo hace debido a la crisis del naval y a la contracción económica. De repente, los reproches subirían de tono: ¿cómo es que nadie previó que tal cosa podía suceder?, ¿acaso no se sabía que las modernas redes de transporte y los bajos salarios hacen de Marruecos —pongamos Agadir— un lugar perfecto para esa producción? ¿Cómo es que los empresarios, los políticos, los economistas, cualquiera que tuviese el deber o la simple afición de preverlo no nos avisaron sobre ello? Sin embargo, todo el mundo lo sabía. Es imposible no saberlo cuándo se vive de ello.

Algo parecido sucede con Galicia, sólo que no se ve con tanta claridad porque no depende de un único factor. Su futuro está en causa, espoleado aún más por la conspiración neoliberal que está destruyendo el Estado del bienestar en toda Europa y que afecta más a un lugar en el que el peso del sector público es mayor. En los años que llevamos de democracia y autonomía Galicia no ha tenido una política industrial, ni una de I+D+i. No ha posicionado los productos de sus empresas en el mercado global, salvo Zara y otras tres. Hasta ahora que se ha ido a hacer puñetas nadie se había fijado en que tenía un sector financiero. Se han reducido el sector pesquero y el agrario. El sector naval lleva no se sabe cuántas crisis ni si sobrevivirá a la de hoy. No ha habido, en definitiva, política económica. En absoluto.

Todo esto se sabe. Es decir, lo sabe muchísima gente y lo percibe, más o menos oscuramente, mucha más. Podemos ignorarlo, y confiar en que las cosas irán bien por pura inercia. Que tire de nosotros el ciclo económico general. Pero, si vienen mal dadas, tendremos que saber a qué atenernos y reconocer nuestra pequeña pizca de responsabilidad. Esa pizca que tiene que ver con la mentalidad colectiva que entre todos forjamos y a la que tanto le agrada hacerse ilusiones y, sí, que le mientan. Es tan agradable que nos digan que nos quieran aunque sea mentira, como en la inolvidable película de Nicholas Ray. Lo queramos o no, la política, es decir, el poder de actuar sobre la dirección que toma una sociedad, es importante. Lo notamos, sobre todo, cuándo todo aquello que dábamos por sentado deja de serlo y cuándo nos desayunamos cada mañana con una nueva noticia que nos dice que estamos un poco más indefensos que el día anterior.

Lo notamos, también, cuando reflexionamos sobre la manera en que nos toman el pelo. Todos sabemos que la crisis es consecuencia de la desregulación del sector financiero. Todos sabemos, también, que ese sector saldrá más fortalecido de ella mientras, al otro lado, crecen los pobres y se empobrece la clase media. Quiera Dios que no tengamos que vivir en las propias carnes un max-mix de argentinización y Grecia. Sin embargo, en una oficina un empleado maldice a un compañero del que cree que se ha tomado demasiadas bajas. En un hospital alguien se alegra, porque una vez fue maltratado por un bancario, que despidan a 750 trabajadores. Son malos humores que se extienden sin que la gente se avergüence —como debería— de ello. De la mezquindad y de la incapacidad de mirar hacia arriba, donde se encuentra la clave que conduce a su enfado.

Sí. Hay una pequeña responsabilidad que todos tenemos. Que incluso los niños tienen. Es una responsabilidad con la bondad y con la inteligencia. Si no la usamos, pueden volver los peores tiempos. No cuesta mucho ejercerla, pero tiene efectos muy poderosos. Al mismo tiempo, debemos evitar las injurias y concederle al otro que sus motivos tal vez son limpios, salvo que sepamos con certeza que no lo son. En estos momentos, uno de los tres partidos principales de Galicia está en crisis. Sería bueno que arreglaran sus cosas con fair play. Y que se fijaran en lo que importa. Es de suponer que un nacionalista, más si es de izquierda, debería estar preocupado por todo esto. Y por otras cosas más. Por el declive demográfico del país, por el idioma que se desangra, por la carencia de objetivos colectivos, de un sentido de nuestra diferencia, que es un valor de la diversidad del mundo. Porque estamos ante un ciclo político que, con el pretexto de las cifras, amenaza con hacer del autogobierno una nadería o una parodia.

Si los unos creen que el BNG sirve para algo es lógico que sigan en él. Si otros piensan, por el contrario, que es una hipótesis testada y que hay que alumbrar otras álgebras tendrán que formularlas, con el riesgo de no saber solventar las incógnitas. Así es la vida. Si se atreven tendrán que aprender a no pensar en el elefante, a reaccionar con más libertad y creatividad ante el entorno. Hoy les pasa a ellos, mañana puede pasarle al PP o al PSdeG. Crisis, también de identidades políticas, temo que no faltarán.

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