danza

Tras la zapatilla de raso

Ballet de 'La Cenicienta' en el teatro Fernán Gómez.

Siempre sobre el lecho muelle y gratificante de la música de Prokofiev (donde de alguna manera ya están en sus temas las pinceladas básicas de los personajes: hada, madrastra, hermanastras o la tierna encarnación de la protagonista) esta Cenicientaes estupenda para los más pequeños, que disfrutan y participan de una colorista representación del cuento tradicional, llevado esta vez con agudeza al formato de cámara y con algunas ingeniosas variantes en el libreto para hacerlo más cercano y actual. La madrastra, por ejemplo, la interpreta el bailarín Jonatan de Luis, que está más conteni...

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Siempre sobre el lecho muelle y gratificante de la música de Prokofiev (donde de alguna manera ya están en sus temas las pinceladas básicas de los personajes: hada, madrastra, hermanastras o la tierna encarnación de la protagonista) esta Cenicientaes estupenda para los más pequeños, que disfrutan y participan de una colorista representación del cuento tradicional, llevado esta vez con agudeza al formato de cámara y con algunas ingeniosas variantes en el libreto para hacerlo más cercano y actual. La madrastra, por ejemplo, la interpreta el bailarín Jonatan de Luis, que está más contenido y convincente en su caracterización travestida, a veces entre el extravío y lo tiránico. El Hada basa su presentación en la brillantez de los pasos, como si el tutú con sofisticados puntos de luz la obligara a brillar también en la bravura de sus giros y saltos.

La Cenicienta

Compañía La Mov. Coreografía y vestuario: Víctor Jiménez; música: Serguei Prokofiev; luces: Sergio Alejandro Pedroza; vídeo: Fernando Gil Mas. Teatro Fernán Gómez. Hasta el 8 de enero.

Hay en la dinámica y refrescante lectura de Jiménez ecos palpables a la vez que sutilmente engarzados de los estilos de Mats Ek (contando un libreto) y William Forsythe (atomizando una técnica de bailar), y es que, en su cosmopolita carrera de bailarín, durante años Jiménez asimiló los modos de estos grandes coreógrafos del ballet contemporáneo, los hizo suyos. Esto es bueno en sí mismo: la cultura coréutica no tiene por qué interferir en la originalidad del producto y en la consecución y usufructo del inmenso poso (muy evolucionado) del ballet de argumento, piénsese en el humor desplegado en la danza española (sin miedo al tópico del volante) o el irónico triciclo antiguo (por la carroza), que manejado por un tramoyista atraviesa indolente todo el escenario.

Destaca el italiano Mattia Furlán, todo él ductilidad y al servicio de su seductor personaje de príncipe que lucha por encontrar un pie donde colocar su zapatilla huérfana, esta vez no de cristal, sino de punta. A lo largo de poco más de una hora y con tres breves cambios de decorado, la muy comprensible historia se humaniza y califica el serio trabajo de la compañía zaragozana.

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