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Miguel Benlloch, las tardías disculpas de un museo

Una muestra en Sevilla reivindica a este ‘performer’ andaluz de espíritu radical, que defendió un “antifolklorismo popular” y un arte siempre incómodo con la institución

Que a Miguel Benlloch (Loja, Granada, 1954 – Sevilla, 2018) le haya dado la razón el tiempo es una amarga alegría. Ese calificativo quizá serviría también para definir las obras de este artista de performance, tan cargadas de un antifolklorismo popular y alejadas de paradigmas esteticistas —puesto en práctica en sus cutreshows— que se enfrentaban con fuerza a sistemas políticos, dinámicas e...

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Que a Miguel Benlloch (Loja, Granada, 1954 – Sevilla, 2018) le haya dado la razón el tiempo es una amarga alegría. Ese calificativo quizá serviría también para definir las obras de este artista de performance, tan cargadas de un antifolklorismo popular y alejadas de paradigmas esteticistas —puesto en práctica en sus cutreshows— que se enfrentaban con fuerza a sistemas políticos, dinámicas elitistas e instituciones museísticas.

Su postura radical le ocasionó no pocos dolores de cabeza y unas cuantas puertas cerradas durante años, como la del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC). Este rifirrafe tiene su origen cuando Benlloch decide enfrentarse a la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo de Sevilla (BIACS) en los años 2000. El proyecto artístico implicaba un desembolso económico fastuoso propio de los años de la precrisis y se encontró con la oposición de la Plataforma de Reflexión sobre Políticas Culturales (PRPC), compuesta por artistas, comisarios y revolucionarios culturales que desde el principio sospecharon de un proyecto megalómano y neoliberal. Junto con otros miembros de la PRPC, Benlloch descolgó una pancarta de la Giralda. Rezaba: «BIACS NO. Arte todos los días». En 2016, ocho años después de la pancarta y los diferentes actos de sabotaje de la BIACS, un juez les dio la razón a esos molestos artistas aguafiestas e inhabilitó a los gestores de la BIACS con una deuda de 2,3 millones. Exculpó, eso sí, a la galerista Juana de Aizpuru, impulsora del proyecto.

Ahora el CAAC hace acto de contrición y le abre al fin las puertas a Benlloch, aunque Benlloch ya no está para quejarse. En su lugar, dos comisarios expertos en el legado de Benlloch, Enrique Fuenteblanca y Rafa Barber Cortell, han planeado un recorrido que, en sus palabras, «busca hacer evidente esa incomodidad de Benlloch con la institución». Han evitado los espacios nobles del monasterio cartujo y buscan parasitar todos sus intersticios. La metáfora es sencilla, pero muy efectiva: Benlloch aparece por todas partes. Benlloch, que entró en el arte cuando, tras el referéndum de la OTAN, sintió que la militancia política estaba condenada al fracaso, aparece en los créditos de casi todos los eventos culturales importantes del sur de España desde la Transición. Con el párroco de Loja, su ciudad natal, fundó el Frente de Liberación Homosexual de Granada. Ya en la capital de la provincia, cofundó el bar Planta Baja —sin el que sería difícil entender a Morente, los poetas de la nueva sentimentalidad o a Los Planetas—, pero luego marchó a Sevilla. Y allí fundó la agencia de producción cultural BNV producciones con Joaquín Vázquez y desarrolló una carrera artística que hoy nos parece profética en cuanto a sus temas, conceptos y modos de activación pública.

Los comisarios han querido incidir en esta labor de augur que tuvo Benlloch, aunque sus profecías no fueran siempre bien recibidas. Al querer ser fieles a la práctica del artista, la exposición es escurridiza, poco clara y, en ocasiones, contradictoria —¿acaso no lo era el propio Benlloch?—. Quizá, el hilo conductor más sencillo para entender una forma de arte poco objetual, entre lo performativo y la crítica institucional, sea su oposición radical a los binarismos —de género, por supuesto, pero también raciales y espirituales—: para él, de un modo tan andaluz como contemporáneo, lo sacro y lo profano no constituían esferas separadas.

Vemos algunos vídeos de sus performances y sus cutre shows, a medio camino entre el espectáculo drag y la complejidad teórica de una conferencia, y tenemos también acceso a una suerte de camerino en el que cuelgan sus vestidos. En su reciente compromiso de hacer justicia con el artista, el CAAC compró en la pasada edición de ARCO la obra Traje de los espejos, un mono de albañil recubierto de trocitos de espejos que cuelga bellamente iluminado en una de las salas de la muestra. Los objetos de Benlloch rinden un culto amable y cercano a este performancero, como él se definía, y sus Lares de la casa, y los folletos, afiches y epigramas en papel nos cuentan la historia de alguien que podía habernos advertido de muchos peligros, pero al que no supimos escuchar.

Bajar la voz. Miguel Benlloch. CAAC. Sevilla. Hasta el 5 de abril de 2026.

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