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Los estragos maternos según Elena del Rivero

La artista ocupa cuatro espacios públicos de Barcelona con una serie de antimonumentos que indagan en el duelo, la memoria y los vínculos familiares

Podría ser el intrigante título de una novela si no fuera porque el estrago materno atraviesa a perpetuidad toda cultura y religión, esas juezas del ilimitado goce femenino. El psicoanálisis lacaniano coloca desorbitadamente la relación madre-hija en un voraz pantanal, donde el deseo materno son las fauces abiertas de un cocodrilo que pueden cerrarse intempestivamente sobre la niña, produciendo el ravage (estrago), esa relación sin límites y a la vez imposible que oscila entre la intensidad afectiva y la hostilidad. Empujada constantemente a interrogarse por lo femenino, deseosa de enco...

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Podría ser el intrigante título de una novela si no fuera porque el estrago materno atraviesa a perpetuidad toda cultura y religión, esas juezas del ilimitado goce femenino. El psicoanálisis lacaniano coloca desorbitadamente la relación madre-hija en un voraz pantanal, donde el deseo materno son las fauces abiertas de un cocodrilo que pueden cerrarse intempestivamente sobre la niña, produciendo el ravage (estrago), esa relación sin límites y a la vez imposible que oscila entre la intensidad afectiva y la hostilidad. Empujada constantemente a interrogarse por lo femenino, deseosa de encontrar esa sustancia que la madre no le podrá dar del todo —porque ella misma no lo ha recibido como hija— la mujer/artista podrá sin embargo transportar ese “imposible” a una creación individual que la liberará por fin de su ascendente y así podrá cerrar el círculo.

No son pocas las autoras cuyas obras se describen como una experiencia más o menos fatigosa con la madre: el arte feminista puede ser visto como una larga secuencia sobre el patológico asunto. Frida Kahlo, Mary Kelly, Kiki Smith, Louise Bourgeois, Chantal Akerman o Tracey Emin invocaron la libertad interior de dejar de ser acosadas por sus propios superegos maternos, al disociar sus cuerpos y todo tipo de materiales humildes, blandos, en una simbología de adoración a la madre.

Elena del Rivero (Valencia, 1949) corre todos los riesgos para lograr una significante victoria tras el estrago. Su serie Cartas a la madre, iniciada en 1992 e inspirada en las que escribió Kafka a su padre, son mensajes mecanografiados, pintados, urdidos o ensamblados con pequeños objetos y ordenados en series de papeles individuales numerados. Reivindican a la madre sin dejar de abordar las frustraciones de la maternidad y sus deslizantes dominios domésticos.

Otros trabajos recientes ofrecen como postulado fundamental una idea nada individualista del arte. Son más bien energías sociales estimuladas por acontecimientos y situaciones concretas que la artista desarrolla en acciones colectivas con materiales baratos, una forma de justificar la vida por la vida, la vida por el arte, el aquí ahora. La exposición Transitar la quema los presenta ahora diseminados en tres espacios de Barcelona bajo el comisariado de Mateo Feijóo. Se enmarcan en la segunda edición del proyecto anual Extramuros, iniciativa del Museu Tàpies que arrancó en 2024 con una intervención del artista ghanés Serge Attukwey Clottey en la fachada de su edificio modernista.

Es ahí donde Elena del Rivero ha instalado unas letras de neón con la frase Letters to the Mother, un mensaje de esperanza, según afirma la artista, para los colectivos trans. En el interior del edificio, la artista ha optado por colgar sus ensamblajes en lugares de tránsito y en los anaqueles de la biblioteca, en lugar de ocupar los espacios más centrales del museo. Se presentan como diarios visuales hechos con restos de pinturas destruidas, trajes, plumas, cuentas de cristal y sus habituales perlas, que evocan las palabras de María Zambrano: “Ya no hay más que pensar cuando la perla por sí misma se da”.

La médula de todo el proyecto ocupa una de las salas de La Capella, a pocos metros de la Rambla de Barcelona, y son documentos de duelo y renacimiento de la acción que la artista emprendió el año pasado en A casa do Pozo, en la aldea orensana de San Pedro Fiz de Vilar. Para entender esta intervención hay que remontarse a los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Tras el gran derrumbe, el estudio de Elena del Rivero, próximo a la torre sur del World Trade Center, quedó destruido. En cuestión de minutos, decenas de obras, mobiliario y material de trabajo se esfumaron en detritos calcinados. Años más tarde, renació el fénix en forma de Archivo del polvo, una parte del cual pudo verse en las Naves Matadero de Madrid en 2019.

El pasado verano, la artista revivió aquel estrago inadvertido en La quema, un largo proceso de duelo y renacimiento que compartió con los habitantes del mencionado pueblo gallego. Tras distribuir medio centenar de obras de sus años de formación (1970-1988) ente espacios naturales y edificios de la aldea, procedió a su cremación. Cuenta la artista que se dejó inspirar por la trilogía de John Berger Into Their Labours, que describe el fin del campesinado en Europa y que ahora ella relaciona con el fin de la comunidad de artistas, la monetización del arte y el exceso de elementos decorativos e inútiles en el mundo.

De aquella acción nace la instalación Un mosaico de lo común, que ocupa toda la antigua sacristía de La Capella. Es evidente el poder evocador de las fotografías analógicas, meticulosidad y poesía recreada convincentemente en imágenes en blanco y negro de personajes anónimos, paisajes de bruma y lluvia, grafitis y registros sonoros que fueron tomados en aquella parroquia gallega de apenas 200 habitantes. Colaboraron en el montaje los estudiantes de arte de la Escuela Eina, igual que en la pieza Canción para un monumento funerario, instalada en la Basílica de Santa Maria del Pi, una jaula en desuso para la cría de conejos repintada de dorado que guarda unos frascos de vidrio con las cenizas de la quema.

El tránsito culmina en los jardines del Teatre Grec, con la obra coral Tendal de trapos de cocina, que tiene un antecedente en la pieza que la artista colgó en 2023 en la entrada del Ayuntamiento de Nueva York, grandes paños de cocina a modo de banderas que define como “antimonumentos” hechos de elementos del espacio privado femenino ocupando el espacio público. En 2026, Elena del Rivero culminará esta quema en el Museo de Antropología de Madrid. Será cuando abandone definitivamente Nueva York, donde ha vivido desde 1991, para instalarse en España y así poder estar más cerca de su hija. Los estragos.

‘Transitar la quema’. Elena del Rivero. Museu Tàpies. Basílica Santa Maria del Pi, La Capella y Jardines del Teatre Grec. Barcelona. Hasta el 23 de noviembre.

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