Cómo el cine transformó a las diosas mitológicas en superheroínas
La recién estrenada ‘Thor: Love and Thunder’ es el último (e insatisfactorio) intento de paliar un déficit histórico a la hora de representar a las heroínas en la cultura popular
La escena quizá más elocuente de Thor: Love and Thunder, cuarta aventura del superhéroe de Marvel Studios encarnado por Chris Hemsworth, es aquella poscréditos en la que Zeus (Russell Crowe) lamenta que los seres humanos ya no pidan ayuda para resolver ...
La escena quizá más elocuente de Thor: Love and Thunder, cuarta aventura del superhéroe de Marvel Studios encarnado por Chris Hemsworth, es aquella poscréditos en la que Zeus (Russell Crowe) lamenta que los seres humanos ya no pidan ayuda para resolver sus problemas a dioses como él, sino a los superhéroes. El director y guionista del filme, Taika Waititi, explicita así con palabras lo que Zack Snyder había sabido decir con imágenes en su versión de La Liga de la Justicia (2021) y lo que el comic book ha planteado desde sus inicios como formato con total naturalidad. A saber, que los panteones superheroicos debidos a compañías multimedia como Marvel y DC han sabido reemplazar los mitos clásicos y su importancia para comprender qué papel jugamos los seres humanos en el cosmos.
Ahora bien, ¿qué pasa con la mutación pop de las diosas a superheroínas? La recién estrenada Thor: Love and Thunder trata de paliar un déficit histórico a la hora de representar de modo significativo a la superheroína en la cultura popular, que no han subsanado las muchas películas y series de este género producidas en los últimos años. Las continuas disputas en foros, medios de tendencias y redes sociales se centran aún hoy en la pertinencia o no de más superheroínas en la ficción. Dejan así a un lado que a estas alturas no es tan destacable su presencia —que ya han logrado Wonder Woman o Capitana Marvel— como que su aventura suponga un auténtico cambio de paradigma, algo que aún está por ver en pantalla.
Para la cultura occidental, el viaje del héroe y sus reflejos distorsionados, el antihéroe y el villano, consiste a nivel arquetípico en una sucesión de peripecias que implican un proceso de madurez y descubrimiento del lugar que ocupan en el orden establecido de las cosas. Pero, ¿qué posibilidad de viaje ofrece ese modelo de relato a quienes han sido víctimas ancestrales de dicho orden, a quienes han quedado reducidas siempre a la condición de Penélopes que tejen sin ser conscientes de ello su propio sudario? Aunque existen desde el principio de los tiempos otras narrativas, en las que mujeres rebeldes como Lilith, Circe o las amazonas se han rebelado contra un mundo injusto para ellas, la tradición ha diluido una y otra vez sus potenciales subversivos.
La cultura popular y, en particular, el ciclo en marcha de audiovisual superheroico, reincide en ese menoscabo de estos arquetipos feministas. Sin ir más lejos, Thor: Love and Thunder se inspira en varios arcos argumentales de cómic publicados entre 2012 y 2019. En ellos, el guionista Jason Aaron comprendió qué implica el viaje de la superheroína para la (in)estabilidad del sistema. Aaron nos revela que la configuración mitológica de Asgard, regido por Odín, se cimenta desde tiempo inmemorial en el sometimiento de fuerzas primigenias cuya destinataria legítima es una mujer: la doctora Jane Foster (Natalie Portman), condenada tradicionalmente a ser el interés romántico de Thor.
Esto da lugar a una reescritura del arquetipo en clave de diosa / superheroína que evoca a la Wonder Woman de los orígenes y a la Capitana Marvel reinventada por Kelly Sue DeConnick entre 2012 y 2015. Sin embargo, esta transformación acaecida en las viñetas se ha visto reducida una y otra vez en la gran pantalla a un simulacro feminista que no amenaza, ni dentro ni fuera de la ficción, el rumbo de planes quinquenales para los superhéroes en los que todo cambia para que todo siga igual. Así, Thor: Love and Thunder relega los planteamientos de Jason Aaron a lo meramente anecdótico.
Algo que también puede decirse de la Wonder Woman encarnada por Gal Gadot, que edulcora el imaginario de divinidades radicalmente feministas creado en 1941 por William Moulton Marston, y de la Capitana Marvel que interpreta hoy por hoy Brie Larson, pálido reflejo de las ideas de DeConnick en torno a la identidad del personaje y su afán de superación en un mundo empeñado en cortarle las alas. En las películas de una y otra superheroína se traiciona la condición esencialmente feminista de sus aventuras comiqueras en favor de momentos vagamente inspiradores y cuitas dramáticas que reproducen estereotipos de siempre sobre lo mujer. En este aspecto, Marvel Studios ha situado otro personaje femenino, la Bruja Escarlata, en el epicentro de sus producciones recientes, pero solo para limitar sus inmensos poderes —capaces en teoría de revolucionar el sentido de nuestro(s) universo(s)— a la sublimación de sus frustraciones domésticas y maternales.
En una esfera cultural mediatizada por los intereses económicos de las grandes corporaciones del entretenimiento y los discursos asociados con mayor o menor rigor a sus productos, la recuperación feminista de arquetipos primordiales transmutados en superheroínas y supervillanas hay que rastrearla en títulos sujetos a menor atención. Jean Grey, uno de los personajes más incómodos del panteón superheroico de los cómics Marvel, tuvo la oportunidad de desplegar en X-Men: Fénix Oscura (2019) sus poderes telepáticos y telequinéticos para poner contra las cuerdas a los patriarcas mutantes Charles Xavier y Magneto, en escenas insólitas por su nivel de sadismo.
Por su parte, Angelina Jolie aportó a un cuento de hadas de siempre, La bella durmiente, una relectura mitológica ligada a su villana, Maléfica, en las dos películas de imagen real sobre el personaje producidas por Disney en 2014 y 2019. La Maléfica de Jolie encarna las fuerzas primigenias de la naturaleza constreñidas por lo supuestamente civilizatorio, un orden monárquico y guerrero. La segunda película, Maléfica: Maestra del mal (2019), eleva la apuesta al simbolizar Jolie en última instancia un nexo sagrado entre lo humano y lo feérico, un estado más elevado de conciencia.
Esta cualidad trascendente, que por fuerza tiene connotaciones feministas por su superación de condicionantes sistémicos, halla una expresión inmejorable en Lucy (2014), thriller de Luc Besson que, de modo visionario, conecta el viaje de la improbable superheroína protagonista —una estudiante obligada a traficar con drogas a la que da vida Scarlett Johansson— al principio mismo del mito mujer: Eva, que representa para el director francés el origen de un gran poder latente en todas sus descendientes.
El delirante discurso feminista de Lucy contrasta con otra película protagonizada por Johansson, Viuda negra (2021), que se atiene como Thor: Love and Thunder al commodity feminism (o feminismo comercial) legitimado hoy en las esferas corporativa y mediática a la hora de retratar superheroínas en pantalla, aunque su agencia real sea limitada. Como casi todo lo que vale la pena, el feminismo no es algo que puede dejar un repartidor en nuestra puerta, sino un horizonte que requiere de todos y todas el compromiso con un viaje (super)heroico lleno de retos y aventuras, cuya superación nos transforma y transforma cuanto nos rodea.
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